Sociología

¿Por qué se sigue desplomando la confianza en la ciencia?

La sociedad desconfía de la ciencia y de los científicos más que hace unas décadas y puede que los principales motivos sean su vínculo con la regularización y un baño de realidad que no sabemos procesar

Explosión de un cohete Antares en 2015 durante su lanzamiento (NASA)
Explosión de un cohete Antares en 2015 durante su lanzamiento (NASA) NASANASA

Cada vez confiamos menos en la ciencia y son muchos los estudios que lo corroboran. Es una idea tan extendida que ya ni siquiera se cuestiona en el mundo académico. Los expertos la han aceptado con relativa naturalidad y ahora, la cuestión no es si la sociedad confía en ellos o no, sino cómo recuperar esa confianza que han perdido. Pero ¿por qué? ¿Cómo es posible si vivimos en la mejor época de las ciencias? Un presente donde podemos sintetizar medicamentos casi a voluntad y donde enviamos sondas a los confines del sistema solar, haciendo carambolas perfectamente calculadas entre planeta y planeta. Hemos desentrañado los secretos (y la energía) de los átomos y sabemos cómo interrogar a las rocas para que nos hablen de un pasado remoto que jamás vivimos. Las ciencias nunca habían estado tan disponibles para el gran público: divulgación, publicaciones de acceso abierto, presencia en los medios de comunicación... Pero, de algún modo da la sensación de que todos esos éxitos han caído en saco roto.

Incluso ahora, tras una pandemia que hemos superado con ayuda de la ciencia, la confianza se ha desplomado. ¿Y si todo esto tuviera que ver? ¿Y si nuestra capacidad de asombro no fuera tan importante como nuestras convicciones? A medida que las ciencias han explorado cuestiones más sociales, han empezado a vincularse con la política. La atención mediática se ha disparado y lo que antes llegaba a ojos de unos pocos, ahora abre telediarios. La pandemia fue un caso extremo cargado de pequeños fracasos y grandes éxitos, y esa dinámica tan natural de “ensayo y error” no es fácil de aceptar para una sociedad que ha idealizado a las ciencias. Lo cierto es que la comunidad de expertos no se pone de acuerdo en esta cuestión, no sabemos exactamente por qué decae la confianza, pero hay sospechas bastante sólidas y las podemos resumir así: rechazo a la regularización y el fin de un idealismo.

Un matrimonio polémico

Hablar de política en familia está mal visto porque, al parecer, somos incapaces de tratarla de forma racional, metiendo las pasiones en un bolsillo y analizando los datos sin filtros de ningún color político. La ideología nos define tanto como nuestra tierra natal y mucho más que nuestro nombre o nuestro color favorito. Por eso, cuando la política se hibrida con cualquier otra cosa, el buen debate se esfuma. Durante mucho tiempo hemos considerado que las ciencias eran puras políticamente hablando. Que sus fríos datos eran impermeables a la ideología, pero nos equivocamos. Porque la decisión de estudiar esto o aquello tiene un cariz ideológico y la manera en que interpretamos los datos puede contener sesgos de todo tipo. La política ya había penetrado en la ciencia, pero la relación se hizo mucho más evidente cuando la ciencia penetró en la política.

Estudiar el ciclo reproductivo de una araña o la manera en que se mueven las partículas de un fluido no es algo que suela interesar a la clase política. Sin embargo, las ciencias más aplicadas han intentado abordar cuestiones con un claro impacto social. Estamos inmersos en una larga lista de problemas: la crisis climática, la pérdida de especies, la escasez de recursos hídricos, las bacterias superresistentes a los antibióticos, las islas de plástico, las epidemias… Necesitamos a las ciencias para resolver todo esto. Los políticos lo saben o quizás solo lo intuyen, pero han abierto las puertas a los expertos. Hace ya algunos años que esta tendencia ha ido al alza y, como era de esperar, la ciencia ha sido algo más que una brújula para las decisiones políticas. Por desgracia, en algunas ocasiones se han utilizado datos supuestamente científicos para abalar decisiones partidistas y eso, inevitablemente, mina la confianza. No obstante, no hace falta esta corrupción para generar rechazo entre el público. En el momento en que se asocia la ciencia con medidas que nos obligan o nos prohíben cosas, empieza a despertarse una urticaria ideológica en la población.

Morder la mano que regula

Vivimos bastante cómodos y no nos gusta que nos obliguen a nada, sobre todo cuando se hace desde una autoridad intelectual supuestamente imbatible. Si nos negamos somos tontos, si lo aceptamos, cobardes. Así piensan algunos. De hecho, aunque hace cinco décadas los votantes de partidos de izquierdas eran más dados a desconfiar de las ciencias por sesgos antisistema o creencias en pseudociencias de corte espiritual, las tornas han cambiado. Durante estos años la relación entre las ciencias y las medidas regulatorias ha despertado la desconfianza de los votantes de partidos de derechas donde el culto a la libertad individual choca con imposiciones gubernamentales como la vacunación, el uso de mascarillas, la descarbonización, la regulación de la caza, y un largo etcétera.

Curiosamente, estos mismos estudios apuntan a que los votantes conservadores con un menor nivel de estudios son menos escépticos. Es difícil saber el motivo exacto, pero posiblemente tenga que ver con una mayor capacidad para convencerse a sí mismos de sus sesgos. En cualquier caso, lo más relevante de este dato es que, tal vez, la desconfianza no sea algo que podamos curar desde la educación o, al menos, no como está planteada ahora. Esto nos coloca en una situación más compleja. ¿Qué podemos hacer? ¿Está en nuestra mano devolver a la ciencia su esplendor social? O lo que es más inquietante… ¿acaso debemos intentarlo?

La muerte del héroe

En ciencias, el activismo político no parece ser el camino para recuperar su buena relación con la sociedad. Los verdaderos marcadores de confianza suelen relacionarse con las experiencias individuales, la integridad percibida del sistema científico y la benevolencia que le atribuimos a quien nos informa. Podemos tratar de intervenir en estas dimensiones, sin duda, pero algunos estudios sugieren que un aumento de la confianza no asegura que la población cumpla mejor las medidas políticas informadas por las ciencias. Somos maestros resolviendo las disonancias cognitivas: si queremos hacer o dejar de hacer algo, encontraremos la forma de convencernos de que esa información, por muy científica y rigurosa que sea, no se aplica del todo a nuestro caso.

La parte buena es que, quizás, aquello a lo que llamamos confianza era más bien fe. Una creencia irracional, desde el desconocimiento social. La mayoría de las personas que “confiaba” en los expertos no sabía cómo funcionaban las ciencias o por qué eran más fiables que otras formas de obtener conocimiento. Simplemente nos maravillábamos con algunos de sus logros, con los más puros y perfectos, aquellos que sí llegaban a los medios. Habíamos idealizado a las ciencias como los niños idealizan a sus padres. Con la adolescencia el idilio se rompe y, como un péndulo pasamos a infravalorarlos, porque son apenas una caricatura de lo que soñamos. Pasará algún tiempo hasta que los adolescentes maduren y entiendan que si los padres no son héroes es porque son personas, con sus luces y sus sombras. Con algo de suerte, cuando terminemos de triturar nuestra relación con la ciencia, podamos construir una mucho más sana, donde agradezcamos sus aciertos y sepamos contextualizar sus errores.

QUE NO TE LA CUELEN:

Hace unos años, el perfil de quienes dudaban de la ciencia era muy diferente. Veníamos de una época de a movimientos antisistema. La contracultura no fue solo contra los gobiernos, sino contra todas las formas identificables de autoridad. La ciencia, hermética como es para el profano, se apoyaba mucho en el peso de sus figuras más ilustres. Su palabra era ley, y eso generaba cierto rechazo. Sumemos a esto que algunas instituciones presuntamente científicas, como los manicomios, se habían utilizado para fines de control social. Las injusticias cometidas desde la ciencia hacia las minorías (y no tan minorías) empezó a salir a la luz, y algunos intelectuales sembraron la desconfianza. Era un perfil de votantes de partidos de izquierdas que ha dejado de ser mayoritario durante las últimas décadas.

REFERENCIAS (MLA):

  • Gordon Gauchat. “Politicization of Science in the Public Sphere: A Study of Public Trust in the United States, 1974 to 2010” American Sociological Association chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://legacy-assets.eenews.net/open_files/assets/2012/03/28/document_cw_01.pdf
  • Hendriks, Friederike, et al. “Trust in Science and the Science of Trust.” ResearchGate. https://www.researchgate.net/publication/297569382_Trust_in_Science_and_the_Science_of_Trust
  • Sulik, Justin, et al. “Predicting Public Trust in Science: The Role of Basic Orientations Toward Science, Perceived Trustworthiness of Scientists, and Experiences With Science.” Frontiers in Communication. https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fcomm.2021.822757/full
  • Sulik, Justin, et al. “Facing the pandemic with trust in science.” Nature. https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fcomm.2021.822757/full
  • Goldenberg, Maya J. “Public trust in science – factor in culture and belief.” Interdisciplinary Science Reviews, vol. 48, no. 2, 2023, pp. 366-378. https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/03080188.2022.2152243
  • Sulik, Justin. “Trust in science – factor in culture and belief.” UNESCO Inclusive Policy Lab, 18. https://en.unesco.org/inclusivepolicylab/analytics/trust-science-%E2%80%93-factor-culture-and-belief
  • Bromme, Rainer, et al. “An anchor in troubled times: Trust in science before and within the COVID-19 pandemic.” PLOS ONE, vol. 17, no. 2, 2022, e0262823. https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0262823