Agricultura

La técnica zaï o cómo cultivar en el desierto sin casi usar agua

Se trata de un sistema fruto de 5.000 años de investigación y que sigue siendo efectiva.

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La técnica zaï en la prácticaRaphael Belmin/CIRADRaphael Belmin/CIRAD

El astrofísico Hubert Reeves escribió tiempo atrás que "en la escala cósmica, el agua líquida es más rara que el oro". Algo que es tan cierto en proporciones cósmicas como en ciertas regiones del planeta, donde la agricultura lucha por sobrevivir. Sobre todo, en la zona del Sahel, el cinturón que bordea el Sahara y se extiende a través de África de este a oeste. Allí existe una técnica milenaria de cultivos conocida como zaï.

Desde el año 3000 a. C., los pueblos de esta región han invertido enormes esfuerzos para idear modos de capturar y controlar este recurso notablemente escaso. Ante la mala distribución del agua en el espacio y en el tiempo, han tenido que recurrir a métodos inteligentes y ahorrativos para aprovechar hasta la más mínima gota.

Cada año, cuando llegan las primeras lluvias de junio, del suelo comienzan a brotar matas de mijo y sorgo por todas partes, transformando el paisaje árido en matorrales verdes. El problema es que cada vez en más regiones, la erosión impide que se filtren las semillas y se pierde toda esperanza de cultivo.

La solución que se ha encontrado es la técnica de zaï: perforar el suelo endurecido en preparación para la primera lluvia. Los agricultores excavan en la tierra formando hoyos de menos de un metro de diámetro en grandes cantidades. Esto asegura que las lluvias humedezcan los agujeros el tiempo suficiente como para que puedan crecer semillas. Y todo esto lo hacen cuando las lluvias aún no han comenzado y el suelo está completamente seco.

A primera vista, parece un error sembrar en el cenit de la estación seca, pero en eso precisamente consiste la técnica zaï. Y los resultados están avalados por miles de años de experiencia. Pero no basta con el agujero.

El zaï en realidad se basa en una serie de mecanismos ecológicos complejos. La técnica consiste en concentrar agua y estiércol en un mismo lugar, favoreciendo así el crecimiento de los cultivos en un contexto de precipitaciones escasas e impredecibles. Para lograrlo, se preparan bolsas de semillas durante la estación seca.

Cuando llega la lluvia, la bolsa enriquecida se llena de agua y libera nutrientes que atraen a las termitas del género Trinervitermes. Estos insectos cavan madrigueras que dejan que el agua penetre profundamente en el suelo, pero sus excrementos también transforman la materia orgánica, de tal manera que las plantas pueden asimilarla.

Este proceso da como resultado la formación de una bolsa húmeda y fértil para que la planta desarrolle sus raíces. Algunos estudios afirman que cuando se utiliza zaï, los rendimientos pueden alcanzar los 1.500 kg de grano por hectárea, frente a menos de 500 kg por hectárea en condiciones normales.

Además de los beneficios de ahorro de costos y rendimientos saludables de los cultivos, zaï también ayuda a que los árboles vuelvan a los campos. Esto se debe a que las bolsas tienden a atrapar semillas de muchas especies de árboles, que son transportadas por el viento, la lluvia y los excrementos del ganado. Una vez que llega la lluvia, los arbustos brotan espontáneamente junto a los cereales.

A este beneficio obvio hay que sumarle otro más global. Científicos del Instituto Senegalés de Investigación Agrícola (ISRA) y del Instituto Nacional de Pedología (INP) están llevando a cabo actualmente ensayos para evaluar cuánto carbono se secuestra en el suelo gracias al cultivo de zaï.

Los resultados iniciales han demostrado que, hectárea por hectárea, la reserva de carbono de las parcelas tratadas es un 52% mayor que la de las parcelas de control. Finalmente, hay que sumarle a esto que no se requieren herramientas específicas ni grandes conocimientos y menos aún un trabajo mayor que el actual en la zona. De hecho, esta técnica reduce el tiempo de trabajo de 380 horas por hectárea a tan solo 50 horas.