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La Primera Guerra Mundial, en un infernal plano secuencia

Sam Mendes presentó en Madrid su último filme, «1917», un viaje desde dentro a las trincheras de la Primera Guerra Mundial en homenaje a su abuelo y que llegará a los cines españoles el 10 de enero

MacKay (en el centro de la imagen) en el protagonista de la película de Mendes, «1917»
MacKay (en el centro de la imagen) en el protagonista de la película de Mendes, «1917»Francois Duhamel / Universal Pic

La noción del viaje está en la base argumental de numerosas películas bélicas. En «Apocalypse Now»(1979), de Francis Ford Coppola, con ese tortuoso río que remontan los protagonistas; «El soldado Ryan» (1998), de Steven Spielberg, que parte de las playas de Omaha para internarse en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, y, por supuesto, en «1917», de Sam Mendes. Esto entronca con algo muy enraizado en Occidente, toda esa mitología sobre el héroe que oportunamente explicó Joseph Campbell en sus libros y que viene de la «Ilíada» de Homero y la partida de Aquiles y Ulises hacia Troya. Una peripecia de corte clásico y recorrido circular que acaba completándose con el retorno de los guerreros al hogar (la «Odisea»), algo que también ha tratado el cine en abundantes ocasiones, como prueban «Nacido el 4 de julio» (1989), de Oliver Stone, o «El cazador» (1978), de Michael Cimino, por mencionar un par de títulos.

Desde la retaguardia

Una aventura que no es únicamente exterior, a través del desplazamiento de una geografía, sino también interior, en el que los personajes acaban desprendiéndose de su identidad (o de su inocencia o su juventud, por citar otros aspectos) para, al final, después de completar todas las etapas que jalonan su periplo, redescubrirse en las facciones de un hombre adulto. La literatura ha reproducido en infinitud de veces este esquema que va desde la retaguardia hasta el epicentro de la guerra o el conflicto y que, en el fondo, no es más que un descenso a los infiernos, en la línea de los clásicos griegos o en la del inmortal relato de Joseph Conrad «El corazón de las tinieblas».

Sam Mendes, que ayer visitó Madrid para presentar su último trabajo, que se estrenará el 10 de enero, parece seguir esta idea en «1917». Su intención es conducir a los espectadores, a lo largo de un eterno plano secuencia que recuerda «Birdman» (2014), de Alejandro González Iñárritu, desde la retaguardia de las líneas inglesas de la Primera Guerra Mundial, donde los pelotones descansan delante de un prado, a la guerra. Un recorrido que subraya con el paulatino deterioro que los soldados presentan en sus uniformes, sus rostros y su cinismo o hipocresía. «Es verdad que se puede apreciar esa influencia de la mitología –comenta el realizador– si pensamos en las escenas que he rodado de noche, con esas luces tan intensas que quise plasmar y que a muchos les recordarán el inframundo. O cuando uno de los protagonistas cae al río y después emerge del agua, que se podría interpretar como que ha vuelto a la vida. Pero, si ha salido así, fue de una manera inconsciente, porque no era el propósito inicial. Lo que sí quería, pero casi desde un punto de vista instintivo, no premeditado, era retratar ese paisaje infernal con imágenes casi surrealistas que en raros momentos aparecen en la película».

El cineasta ha partido de los recuerdos de su abuelo, lo que había escuchado en la familia. En ese sentido, coincide con Christopher Nolan, que rodó «Dunkerque» también con la intención de homenajear al suyo (habría que sumar a esta nómina a Peter Jackson con su documental sobre el enfrentamiento del 14). «Chris Nolan y yo crecimos a la sombra de la Primera Guerra Mundial. Era una gran sombra sobre nosotros. Crecimos afectados por esa contienda. Todos los años en Gran Bretaña se recuerda con una conmemoración. Todos damos clases de poesía en los colegios con los poemas que se escribieron sobre lo que ocurrió. Forma parte de nuestra cultura».

Sam Mendes reconoce que «siempre se me quedó en la cabeza uno de los relatos que escuché a mi abuelo, el de unos soldados que debían entregar un mensaje y lo difícil que era cumplir con ese cometido a través de las líneas de trincheras y la tierra de nadie». Y, precisamente, este es el argumento que impulsa la cinta. Dos reclutas británicos tienen que llevar una orden a la primera línea de fuego para detener el ataque previsto al amanecer y evitar una masacre. La pareja de combatientes escogidas por los oficiales, interpretados por George MacKay y Dean-Charles Chapman emprenderá esa misión contrarreloj a través de un paisaje dantesco, sembrado de túneles, cadáveres y alambradas. «Siempre me ha fascinado este conflicto, pero no por la valentía que se sobreentendía en los combatientes. Muchas de las cosas que escuchaba únicamente eran historias sobre la suerte y la coincidencias. Cuando me acordé de una de ellas, la que reflejaba la épica de entregar un aviso para que no se lance un asalto, me dije, pues vamos a hacerlo, pero a lo grande, y en dos horas de tiempo real. Puede parecer una locura, pero creo que eso aporta bastante».

Mendes advierte que su filme no es ningún aviso o «advertencia de nada» y que «jamás he estado interesado en el patriotismo. Lo más relevante para mí era contar la experiencia de lo que es la guerra para los que están inmersos en ella. Es lo que más me importaba. Adoro a mi país pero esta película no va sobre las maravillas que Reino Unido hizo entre 1914 y 1918. Tampoco he intentado representar a los alemanes como personas malvadas. De hecho, podía haber rodado esta misma historia y haber cambiado la nacionalidad de los personajes y que fueran, por ejemplo, alemanes. No es lo relevante para mí. En lo que me deseaba centrar, y lo que queríamos reflejar todo el equipo, son las experiencias que supone pasar por un conflicto de dichas características y mostrar la verdad tan grande que existe detrás. Mi planteamiento era soltar a dos personas allí y ver cómo se desenvuelven en unas circunstancias en las que están desprovistos de clase social y de todo lo que sueles tener en tu casa. Y, por supuesto, reflejar al mismo tiempo, o al menos eso he tratado, qué implica regresar con tu familia cuando has estado en el frente». Sam Mendes se introduce así en una película que, explica, va «mucho más sobre la supervivencia y en cómo sobrevivir que en el heroísmo. De hecho, estos dos personajes que llevan la carga de esa misión al principio no desean ir».

En busca de una Europa libre

Uno de los aspectos que Sam Mendes rehuye es el moralismo, introducir una idea que el público pueda interpretar en clave actual. «En esta época estamos luchando por una Europa libre y unida, y estaría muy bien recordar ahora que todo lo que poseemos se puede destruir fácilmente o que nunca se debe tener una especie de nostalgia de la guerra o de lo grande que debe ser conquistar un país. Pero tampoco es uno de los propósitos de la cinta. Lo que deseaba mostrar en el cine era el caos y la destrucción que siempre acompañam a las guerras».

Mendes matiza su argumentación y asevera que, «para enseñar toda esa confusión y los desastres que acarrean las acciones bélicas, no pretendía limitarme a códigos corrientes, lo quería hacer de una manera especial, como una persona que se asoma a la habitación de al lado a través del ojo de una cerradura. Jamás he pretendido darle todo hecho al espectador, sino inacabado, que se pregunte: ¿eso que acabo de ver es una rata o no lo es? Lo que significa plantear una película más exigente desde todos los ángulos y, también, muy diferente. Lo más complicado, por ejemplo, fue cuando los actores tenían que caminar juntos, uno al lado del otro, pero sin hablar, porque, en realidad, se están desplazando por el infierno: atraviesan granjas, huertos con árboles... La amenaza que les espera –prosigue– en cada paso que dan es tan tangible... deben sentir miedo y al verla todos podemos apreciar que algo va a suceder en cualquier momento. En realidad, hay poca sangre. En este sentido, tiende, por el suspense que he tratado de imprimir a cada escena, a las películas de terror o un thriller. Su mirada es más psicológica».

De Kevin Spacey al conflicto bélico

Muchas vueltas ha dado la filmografía de Sam Mendes (en la imagen) desde que se presentase en Hollywood por todo lo alto con «American Beauty» (1999). De la mano del ahora desterrado Kevin Spacey, el realizador iba a hacerse con el Oscar a la Mejor Dirección con su ópera prima. Su carrera continuaría ligada a la historia de América con otros títulos como «Camino a la perdición» (2002) y «Revolutionary Road» (2008). Hasta que en 2012 le dio otra vuelta de tuerca a su producción: la saga de James Bond llamaba a su puerta y él iba a ser el máximo responsable de los dos siguientes títulos del agente secreto: «Skyfall» y «Spectre», ambas con Daniel Craig y, en la primera de ellas, junto a Javier Bardem. Ahora, vuelve a cambiar de registro para apostar por el cine bélico. En concreto, por la Primera Guerra Mundial. Un conflicto que en palabras del británico siempre ha estado ligado a su familia y a su abuelo, la persona que le transmitió los recuerdos de la época.