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«El héroe es anónimo, no es excepcional y no sale en los diarios»

El escritor Íñigo Redondo se convierte en una de las revelaciones de la temporada literaria con su novela «Todo esto existe», que narra la relación entre un profesor y una alumna en los años previos a Chernóbil
Cipriano Pastrano DelgadoLa Razón

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Todos los libros tienen dos historias: la que se cuenta en sus páginas y la de su propia deriva personal. La trayectoria literaria de «Todo esto existe» (Literatura Random House) se resume en ochenta rechazos y un enamoramiento imprevisto, el de su editora, Carme Riera. Cinco páginas bastaron para convencerla de que esa novela era un novelón y convertir a Íñigo Redondo en el autor de la temporada. El escritor, arquitecto de profesión y de conversación aún franca, sin muletillas en las respuestas, ha dejado de proyectar alturas para lidiar con ese difícil Miura que es la celebridad y gestionar, sin que se le suba la fama a la cabeza, la atención que ha generado su obra.
Mientras atiende a su hija pequeña, confiesa su estupefacción y admite la sorpresa que le ha causado semejante éxito de lectores y de crítica. “Yo vengo de otro negociado -admite-. No tengo ni idea de cuáles son las cosas que se van cociendo en el mercado. La mayoría de autores que leo son clásicos, como Walser o Beckett. Voy rebotando de unas lecturas a otras. No tengo formado un criterio del mercado contemporáneo y no voy persiguiendo las corrientes o las modas, no porque las rehuya, sino porque las desconozco. Estoy descolgado de los lanzamientos de novedades. Estoy atónito, aunque antes he recibido muchos «no», y con ellos la fe y la voluntad se resiente. Pero ver tu libro publicado revalida tu apuesta personal. Estoy como un niño tonto. Es bestial lo que estoy viviendo. Pero veremos qué recorrido tiene. Quiero ser prudente”.
Ha trabado una narración paradójica, que oscila entre el intimismo y la Historia a gran escala, la que está presidida por los grandes acontecimientos. Su texto es una oscilación entre lo minúsculo y lo inmediato, lo que aporta la cotidianidad, y lo que nos viene impuesto por las derivas políticas y sociales, y que escapan a la órbita del ciudadano corriente. Su texto se concentra en la relación que establecen, en una ciudad de Ucrania, un profesor deprimido, Alexéi, que ha sufrido los pormenores del desamor, y una alumna, Irina, que acudirá a él, y lo que acontecerá a su alrededor y determinará su devenir. «Todavía recuerdo los sucesos que he incluido. Quería introducir esos elementos reales porque anclan a los personajes en un paisaje concreto. También te da seguridad al trazar el itinerario cronológico por el que avanzarán. El motor real de la novela es justo el final. Tengo memoria de una nube radiactiva moviéndose por Europa y del anuncio de lluvia ácida en Italia. Por eso me pregunto qué hace que la gente retorne a determinados lugares, sobre todo si son peligrosos. Esto se mezcla con la vida personal de los protagonistas, que contrasta con la visión general del país en esa coyuntura. Pensé en ellos al ver esas enormes fachadas de edificios que hay en la URSS y reflexionar sobre la intimidad de esas personas».
-Ella pedirá a él que la secuestre. ¿De dónde viene esta idea de un «secuestro voluntario»?
-Hay un momento en que la acción se queda dentro de la casa durante dos años. Ahí están las claves que desarrollan la novela y la dinámica entre ellos. En principio, un secuestro es una situación aparentemente horrible, salvo que sea una burbuja para preservarse a salvo de lo que ocurre en el exterior. Si un secuestro es la alternativa, por ejemplo, a algún tipo de maltrato, y está bien planteado, es una opción, porque la realidad no es algo posible de gestionar.
-¿Por qué la ubicaste en la URSS?
-Hay una cosa interesante al analizar ese instante de la retirada del esquema soviético. Y es que a pesar de su disolución, lo cierto es que todavía permanece vivo en el metabolismo social. Es una realidad que está en retirada, pero que todo el mundo mantiene en una especie de agonía prolongada. En noviembre de 2011, visité aquello, el paisaje soviético, y, la verdad, supone un impacto, sobre todo si vas solo. Ahí ves las avenidas interminables, el frío, los mercadillos... es bestial. Sí existe una herencia del pasado, sin duda, se ve en los hombres.
-Y esta es una historia de personas comunes.
-De alguna manera de la historia la escriben los vencedores. Nuestras vidas no quedan reflejadas en ninguna parte. El héroe es anónimo, es el que tira del carro, el héroe es el que se levanta y toma el metro. No es excepcional y no sale en los diarios ni en ningún lado. Aquí se habla de la intrahistoria, independientemente de los vencedores y vencidos, pero existe una masa de héroes que termina disolviéndose por completo. Este libro va de lo que sucede y se pierde en la historia.

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