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Cultura

“La libertad individual es lo que caracteriza a la literatura española desde Berceo hasta hoy”

Pedro Paniagua propone en “Líneas al margen” un recorrido por nuestros clásicos a través de un fascinante diálogo entre textos y pies de página

Pedro Paniagua
Pedro PaniaguaLa Razón

Fusión de ficción y ensayo, historia de la nota a pie de página, homenaje a la literatura española comprendida entre los siglos XI y XVII… Cualquiera de estos conceptos serían aplicables al último libro de Pedro Paniagua, autor, entre otros, de “Breve historia del futuro” y de “De Midas a Goldman Sachs. La estela de la codicia”. Sin embargo, esa improvisada enumeración de temas que se dan cita en “Líneas al margen”, recientemente aparecido, no recoge el que podríamos considerar esencial y que de alguna manera está presente en todos los autores tratados. Se trata del margen como terreno de libertad, de independencia, de individualismo, como encrucijada donde se enfrentan el límite de la página y la máxima expresión de la conciencia. Y junto a él, otro que no desmerece del anterior como es el diálogo entre textos, la permanente conversación que se da entre la parte principal del libro y esas líneas subalternas donde reside el contrapunto paródico del relato.

- ¿Por qué el margen?

- El margen, la actitud marginal, el no formar parte del rebaño, creo que es lo más valioso y auténtico que tiene la persona. Esto que puede parecer que pertenece a un terreno abstracto presenta en nuestra literatura concreciones muy precisas. Las tenemos, por ejemplo, en el Quijote donde el caballero, sobre todo en la primera parte, siempre anda por caminos, por despoblados, como si solo ahí pudiera llevar a cabo su ideal de justicia.

- En su libro se remonta nada menos que al origen del idioma, al siglo XI, y se extiende hasta Quevedo. ¿Cree que esa actitud marginal ha estado presente siempre en nuestra literatura?

- Sí, sin ninguna duda. Desde mucho antes de que naciera nuestra literatura, desde mucho antes incluso de que naciera el idioma, esa actitud ya la tenemos en Séneca. Luego está San Millán, que cinco siglos antes de que naciera el castellano ya vivió cuarenta años en una cueva. La soledad siempre ha sido fuente de introspección, y la única vía para encontrarse con la conciencia. Y esta, a su vez, ha sido el único camino para encontrar la libertad. La libertad individual es lo que caracteriza a la literatura española desde Berceo hasta hoy. Lo que pasa es que esa búsqueda de la soledad como fuente de libertad no ha estado exenta de contradicciones. Juan de Mena, por ejemplo, que alaba la vida retirada en su “Laberinto de fortuna”, fue cronista de Juan II; es decir, desempeñó un importante cargo público. También Quevedo, a quien debemos algunas de las líneas de mayor altura al hablar de la soledad y del retiro, fue cronista de Felipe IV y vivió en muchas ocasiones muy cerca de la Corte.

- La imagen que da en su libro de nuestros clásicos no es, digamos, convencional. De Berceo dice, por ejemplo, que fue el primer falsificador.

- Bueno, hay una parte “ficcionalizada” y otra donde conviven la historia con la recreación histórica. De todas formas, ese rasgo de Berceo como falsificador, que es absolutamente real, no es mío; lo dicen sus biógrafos. Él falsificó “Los votos de San Millán” para beneficiar a su monasterio. Como también plagió textos latinos. Hay que tener en cuenta que en el siglo XIII ni la falsificación ni el plagio eran delitos. Pero, además, aunque lo fueran, creo que es saludable volver a ver a nuestros clásicos con cierto descaro, con cierto afán desmitificador que sin duda les beneficia. La mayor barrera que puede haber entre un autor clásico y un lector de cualquier época es la intimidación que produce haber sido colocado en un pedestal. Nadie lee hoy en día, por ejemplo, “Los Milagros de Nuestra Señora”, la obra cumbre de Berceo. En primer lugar no se lee porque existe la absurda creencia de que no se va a entender el idioma, lo cual es falso. Pasadas las diez primeras páginas se puede leer casi de corrido. Pero sobre todo si no se lee es sobre todo porque se cree que va a ser aburrido, o que va a tratar de temas muy elevados para los que no está uno preparado. Y esto también es falso. Los milagros están llenos, sin excepción, de curas borrachos, fornicadores, envidiosos, avariciosos…

- ¿Es por eso quizá que sus personajes también representan todos los vicios? Por cierto, me gustaría preguntarle por algunos de ellos en concreto, como Froude o Bouvard.

- Sí, en parte es por eso, por ese afán desmitificador. También hay que tener en cuenta que esa galería de inadaptados forma el contrapunto paródico de la trama o de la argumentación. Sirven para aligerar la parte seria del texto y al mismo tiempo como base del diálogo entre las dos secciones del libro. Sobre esos personajes en concreto… Froude es una ficción completa, si bien cuenta con un antepasado real que fue hispanista; y Bouvard es un personaje de Flaubert pero que aquí tiene una deriva completamente inédita.

- Y tanto. En su libro aparece nada menos que como un investigador que pretende averiguar científicamente cuál fue el lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes.

- Eso es un hecho cierto también, lo que prueba que ficción y realidad no tienen que funcionar como departamentos estancos porque no lo son. En primer lugar porque la realidad puede ser mucho más increíble que la ficción, y la prueba la tenemos en esta situación que estamos viviendo actualmente. Hace poco leía que a un novelista que presentó una historia de ficción sobre una pandemia global hace unos años no se la quisieron publicar por fantasiosa. Pero además hay algo mucho más importante que nos impide levantar un muro infranqueable entre realidad y ficción. Nuestra memoria, y esto está demostrado científicamente, no discrimina muchas veces entre hechos ciertos y hechos que pudieron pasar, o que en su día deseamos, que temimos…

- Se dan en su libro otras visiones interesantes sobre la literatura española; por ejemplo, la confrontación a lo largo de la historia entre lenguaje culto y lenguaje vulgar.

- Esa tensión entre lo culto y lo vulgar ha sido un motor de la lengua desde su mismo nacimiento. Recordemos que el castellano nació como vulgarización del latín. En el siglo XI, y antes, porque ahí tenemos la “Nodicia de Kesos” y los “Cartularios de Valpuesta”, del IX, la gente que hablaba en lengua romance ya no entendía el latín que estaba reservado a las clases cultas, sobre todo eclesiásticas. En el siglo XVI el autor anónimo del “Lazarillo” declaraba en el prólogo como un triunfo que su obra estaba escrita en estilo vulgar. En ese mismo siglo tenemos la enorme controversia que se produjo entre Herrera y Garcilaso por esto mismo. En el XVII, Quevedo y Góngora rivalizan entre un conceptismo y un culteranismo que dieron muchas de las cimas de nuestra poesía. Fray Luis de León siempre defendió que se debe escribir como se habla, lo mismo que Juan Ramón Jiménez, por citar un caso más reciente. Todo esto nos da idea de que esta batalla, en efecto, es consustancial al idioma, y es seguramente lo que hace que avance.

- Por último me gustaría preguntarle por ese diálogo entre textos que ejemplifica Derrida y que usted trata en el último capítulo.

- Derrida es seguramente el único teórico de los márgenes, o por lo menos su máximo exponente. Sus “Líneas al borde” están formadas por una única nota al pie de 88 páginas. Puede parecer algo desaforado, pero no lo es si tenemos en cuenta, por ejemplo, que las anotaciones de Herrera a Garcilaso ocupan setecientas páginas, de las que solo cincuenta son poemas del toledano; el resto son notas En el Quijote, volviendo a él, las primeras palabras que conocemos a partir del capítulo IX, de los 115 que tiene el libro, son unas que traduce un morisco aljimiado de Toledo y que, según se dice en el texto, están escritas en el margen por anotación. Debemos acostumbrarnos, por tanto, a mirar a la nota como parte de un diálogo que enriquece el texto principal, que lo contrasta, que lo matiza, que lo autentifica, que le aporta sentido en muchos casos, que lo amplía… y no como una mera referencia bibliográfica que es en lo que desgraciadamente se ha convertido.