Louise Brooks, la actriz que pasó a la historia por cortarse el pelo como un chico
Amada por la vanguardia e ignorada por el gran público, triunfó, aunque no en hollywood, gracias al papel de Lulu en "La caja de Pandora"
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La tardía mitificación de Louise Brooks es digna de estudio. Su corte de pelo bob hizo de ella la estrella moderna por antonomasia. Amada por los vanguardistas e ignorada por el gran público, triunfó gracias al personaje de Lulu, la protagonista de la película muda alemana «La caja de Pandora» (1929). Siempre será la nínfula prostituta Lulu, reinventada por G.W. Pabst a partir de dos obras teatrales del escritor erotómano Frank Wedekind, en exceso admiradas en su tiempo, a las que el compositor Alban Berg dedicó una ópera dodecafónica, «Lulu» (1954). Así fue como se mitificó la estrella de Kansas que casi triunfó en Hollywood y fue musa fugaz del cine tardo expresionista alemán y del realismo francés. Para los intelectuales europeos, la apariencia de Louise Brooks, su corte de pelo «a lo garçon» resultaba absolutamente fascinante. Una creación del peluquero Antoine, de París.
En Estados Unidos se llamó bob por un cuento de Scott Fitzgerald «Bernice Bobs Her Hair», en la que la protagonista se cortaba el pelo a lo chico y causaba un escándalo mayúsculo. Fue Eugene Robert Richee, que trabajó durante años para la Paramount, fotógrafo de las grandes estrellas, desde Valentino a Gloria Swanson y técnico con Josef von Sternberg, que controlaba el misterioso glamour de Marlene Dietrich, quien concibió la famosa foto en negro en la que destacan el perfil y sus manos sosteniendo el largo collar de perlas. Esta imagen determinó el espíritu de la mujer moderna, la «flapper» independiente de los hedonistas años 20, puro estilo art déco.
Una reinvención francesa
En el fondo, el mito de Louise Brooks es una reinvención francesa de Henri Langlois, director de la Cinémathèque francesa, y James Card, conservador de la G. Eastman House de Rochester, redescubierta en los años 50 y convertido en un mito sexual retrospectivo de un cine mudo que ya era desfasado en su tiempo. En 1959, la Cinémathèque la invitó a París, donde se conservaba la única copia de «La caja de Pandora». El artífice fue un entusiasta Langlois, que sentenció: «No es Garbo, no es Dietrich, es solo Louise Brooks», la estrella, perspicaz, respondió que Langlois había creado una nueva Louise Brooks, completamente suya. A ellos se sumaron surrealistas como Man Ray, que vieron en ella la imagen perfecta de la mujer sexualmente libre y absolutamente moderna, como había vaticinado Rimbaud en «Una temporada en el infierno»: «Hay que ser absolutamente moderno».
Sus rasgos distintivos, el pelo negro con flequillo en forma de casco, una vitalidad desprejuiciada de Lolita y una sonrisa abierta y sensual permitieron a G.W. Pabst transformarla en un espejo ingenuo donde se refleja la mirada perversa de la decadente burguesía de Weimar. Al salirse de los estándares de Hollywood, donde casi llegó a triunfar, y rodar en Alemania un filme en el que se ve transformada en un ser mitológico de la estirpe de Pandora, mujer araña que enreda a hombres y mujeres y los llevas a su perdición, se convirtió en todo un referente del cine de autor. Pero no en Pandora, la mujer fatal.
Para Georges Sadoul, una mujer como Louise Brooks es la otra cara de Maria Falconetti, intérprete doliente de «La pasión de Juana de Arco» (1928), de Carl T. Dreyer. Por contra, Lulu es una prostituta que muere por su bondad sexual a manos de Jack el Destripador (sic). En su aventura europea, la imagen de Louise Brooks resplandece como un bibelot de un refinado erotismo. Una mujer sexualmente liberada que juega caprichosamente con los hombres y se deja enamorar por las mujeres sin mostrar ni culpabilidad ni pasión alguna, en una película melodramática, aburrida y carente del erotismo malsano con la que Wedekind la había concebido: una perversa ninfa-prostituta.
Legión de imitadores
Fue el icono sofisticado «culty» para intelectuales como G.W. Pabst, que había dejado escapar a Greta Garbo y a Marlene Dietrich sin percatarse de la dimensión mítica de ambas. Brooks nunca se consideró lesbiana. Mantuvo una noche de pasión con Greta Garbo, de quien dijo que era «muy masculina pero encantadora y una amante tierna», y flirteó con la sobrina de Marion Davis, Pepi Lederer, que se suicidó al ingresarla en una clínica de desintoxicación. En 1926, mientras Louise Brooks abandonaba la Paramount y embarcaba hacia Europa, Marlene Dietrich era rechazada por el cineasta G.W. Pabst para el papel de Lulu «por mayor y vulgar», y era contratada por la Paramount para rodar «El ángel azul» (1930) en Alemania, la tentadora y destructora de fama y hombría Lola-Lola: la mujer fatal que ponía punto final a la «flapper» girl.
Ella se convirtió en un mito retrospectivo de la modernidad europea típico de la era de las vanguardias. La imitaron Anita Loos y los personajes de cómic «Dixie Dugan» (1929) y «Valentina» (1965) de Guido Crepax. La pin-up sadomasoquista Betty Page y la Sally Bowles de «Adiós a Berlín» (1939) de Christopher Isherwood, interpretada en el cine por Liza Minnelli en «Cabaret» (1970). Desde los años 40 vivía en Nueva York escribiendo pero acabó de vendedora en Saks Fifth Avenue. Murió de un ataque al corazón en 1985.