Cartago, la ciudad que hizo sombra a la imponente Roma
Si esta gran civilización del norte de áfrica hubiese ganado las guerras púnicas, el munDo sería muy distinto al que conocemos EN LA ACTUALIDAD
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La gran urbe del norte de África que le hizo sombra Roma durante varios siglos y que en venganza fue borrada de la faz de la tierra después de la Tercera Guerra Púnica, que culminó el legendario enfrentamiento entre las dos grandes potencias del Mediterráneo antiguo tenía en su destino ser destruida y olvidada.
Según el famoso «dictum» atribuido a Catón el Viejo, con el que el estricto patricio romano acababa todas sus intervenciones públicas durante los últimos años de las guerras púnicas, diciendo que «por lo demás, Cartago ha de ser destruida» («ceterum censeo Carthaginem esse delendam») si Roma quería prosperar en el panorama político del Mediterráneo occidental.
La vieja ciudad que fundaron los comerciantes fenicios procedentes de Tiro a finales del siglo IX a.C. como un gran emporio que fuera base de su poderío por todo el Mediterráneo occidental, el polo de expansión púnico y fenicio hasta llegar al sur de España y a la nueva Cartago, se enseñoreó muy pronto de las islas y las costas de su radio de influencia. Era inevitable que, en el siglo III a.C., terminase chocando con el otro gran estado entonces en plena expansión imperialista, la República romana, en una serie de guerras que comenzaron en Sicilia y culminaron en España, Italia y África. No recordaremos aquí la muy conocida historia de las guerras púnicas, que últimamente evoca el historiador Pedro Barceló en un fantástico libro en la editorial Síntesis («Las guerras púnicas», 2019), pero algunos de sus momentos estelares, como la singladura de los romanos a través del estrecho de Mesina hacia la expansión universal, el cruce de la frontera romano-cartaginesa en Hispania, la inigualable gesta de Aníbal o la conquista y devastación de Cartago por Escipión Emiliano, son capítulos imprescindibles de la historia de la antigüedad.
Me gusta pensar, con cierto tono ucrónico que es típico, por otra parte, de algunas novelas gráficas, en lo que hubiera pasado si Roma hubiera perdido las Guerras Púnicas y fuera Cartago la base de nuestra educación literaria y sentimental. Nunca lo sabremos –ese «what if» del «cómic» no se aplica a la historia, sí a la literatura–, pero me da que Aníbal, modelado a partir de otros potentados anteriores, hubiera sido más grande que el propio Alejandro Magno.
Desolada y maldita
Cartago es la ciudad que acabó desolada y maldita por los romanos para ue nada creciera en ella. Se dice que en el año 149 a.C., curiosamente casi a la vez que Roma se abría la puerta del Oriente con la conquista de Macedonia y la toma de Corinto, Cartago fue tomada a sangre y fuego, sin supervivientes o con los pocos de ellos vendidos como esclavos, y que Escipión, para destruir simbólicamente el lugar, ordenó destruir la ciudad hasta los cimientos, que se marcaran surcos sobre el terreno con un arado y que luego se plantase sal para maldecir la tierra y que nada volviera a crecer ahí. Pero Cartago tuvo una vida posterior como sede del poder romano en África que tuvo interesantes postrimerías. Hay que recordar que fue una ciudad importante en la expansión del cristianismo durante la Antigüedad Tardía, frecuentada por figuras como San Cipriano, Tertuliano y San Agustín. Y también tuvo un breve reflorecimiento como capital de «El reino pirata de los vándalos» (tomando prestado el título del magnífico libro de David Álvarez Jiménez, publicado por la Universidad de Sevilla en 2016), que se extendió a mediados del siglo V por el norte de África, Córcega y Cerdeña, hasta ser recuperada por los bizantinos en el año 534. Pero poco queda de esa vieja Cartago, una ciudad fastuosa y misteriosa, tantas veces destruida como reedificada. Quizá la devastación más importante, aparte de la romana del siglo II a.C., fuera la que causó un gran terremoto en el siglo II, antes de su esplendor tardoantiguo.
Esta ciudad perdida de la antigüedad, Cartago, detestada en su tiempo pero tantas otras veces revisitada por romanos y bizantinos –que vieron en ella en la capital de enemigos, piratas, bárbaros o heréticos– fue recuperada a finales de los 70 gracias a las excavaciones que se llevaron a cabo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hoy el Parque Arqueológico de Cartago, declarado Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, despliega una serie de restos romanos de enorme calidad, como, por ejemplo, anfiteatro, villas o termas, que impresionan y dan fe de la gloria de esta vieja ciudad. Más allá quedarán restos de la Cartago púnica, que siguen esperando ansiosos a ser descubiertos debajo de la sal sembrada. La leyenda de los bárcidas del gran Aníbal y los vándalos de Genserico todavía sigue planeando con fuerza por esos lares, y Cartago puede ser evocada, con toda justicia, como la sexta ciudad perdida y encontrada de la antigüedad clásica que queremos evocar en esta serie de textos.