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Alex Brendemühl se transforma en el inquisidor que quemaba brujas más temido del País Vasco

El actor modifica en “Akelarre”, la nueva película de Pablo Agüero, su enigmática mirada para adoptar una mucho más oscura y castradora y dar vida a un temible personaje inspirado en el juez Pierre de Lancre

Alex Brendemühl protagoniza la última película de Pablo Agüero, "Akelarre"
Alex Brendemühl protagoniza la última película de Pablo Agüero, "Akelarre"AvalonAvalon

Para un fanático sanguinario de robustas e inamovibles convicciones éticas como Pierre de Lancre, las mujeres vascas del siglo XVII siempre estaban dispuestas a morder “la manzana de la transgresión pasando por encima de la condena de Dios”. Para un actor con la hondura interpretativa y la lucidez intelectual que se le presupone a un integrante medio del siglo XXI como Alex Brendemühl, las mujeres actuales distan mucho de esa prototípica estampa femenina portadora oficial de todas las tentaciones del mundo, construida en los márgenes del pecado, que el inquisidor francés asumía como condición natural en el caso de ellas y como perdición “ad eternum” para ellos.

Con un proyecto emocionalmente devastador como “La Ofrenda”(Ventural Durall)todavía en cartel y más de veinte años de carrera a sus espaldas, el intérprete se atreve ahora con la encarnación del malo por antonomasia en “Akelarre”, una nigromántica y personal cinta dirigida por Pablo Agüero que se remonta a las atávicas quemas de brujas en el País Vasco durante la Edad Media y que se estrena este viernes. Hablamos con Brendemühl sobre las aristas de este particular “azote de la brujería” con forma de juez al que da vida, la demonización actual del feminismo y la convivencia inevitable de uno mismo con el animal que todos llevamos dentro.

–De Lancre era un hombre, por lo que he estado leyendo, de métodos e ideas ciertamente cuestionables... ¿El proceso de documentación ha sido una parte importante a la hora de dar forma al papel?

–El punto de partida fueron “Los tratados sobre brujería”, unos textos muy repulsivos escritos por Pierre de Lancre, que era efectivamente un ser odioso. Le generaba mucho estupor la sociedad vasca en el sur de Francia. Él viajó por diferentes aldeas de allí y uno de los elementos que quería erradicar porque lo consideraba subversivo era la propia lengua. Sin embargo, llega a ser incluso divertido por las teorías absurdas y delirantes que establece sobre cómo detectar los signos de la brujería, cómo perseguirlos y cómo enfrentarse a ellos. En el siglo XVII, si te das cuenta, se estableció un miedo social generalizado que de alguna manera se ha perpetuado hasta nuestros días.

–El miedo a la mujer...

–Eso es. “Akelarre” habla también del miedo histórico del hombre a la libertad de las mujeres, a su inteligencia, a su independencia. Para estos jueces que se paseaban por los pueblos vascos era algo que tenían que catalogar y demonizar. Durante muchísimos años en diferentes sociedades se ha intentado reprimir y suprimir a la mujer en sus funciones y autonomía para que no le hiciese sombra al hombre, pero también porque existía un miedo a lo desconocido.

–¿El término “bruja” sigue utilizándose hoy en día de forma peyorativa y con ese cariz misógino primigenio? ¿O es algo que ya está desterrado de nuestro vocabulario?

–Pienso que está un poco más en desuso. Ya no se tilda de bruja a una mujer porque sea libre, piense diferente, porque siga su camino de la forma que ella decida hacerlo o juegue sus particulares cartas. Lo que se ha demonizado por completo hoy en día es el feminismo tildándolo de amenaza. Una parte de nuestra sociedad sigue rechazando la emancipación de la mujer y poniendo por delante el género a la persona. Supongo que, por eso, películas como “Akelarre” son necesarias para poner de manifiesto algo que pasó en otra época, pero que por desgracia sigue estando vigente.

–¿Tanto?

–Bueno, cuando haces algo de época siempre intentas buscarle al asunto que aparezca en el periodo al que te ha tocado trasladarte por exigencias del guión ese punto de conexión con tu presente más inmediato. Puedes encontrar paralelismos, puentes hacia la actualidad... Y en este caso me pareció interesante tanto el personaje de Rostegui (basado en la figura de Pierre de Lancre) y los lugares por los que transita como la lectura actual que tiene la historia.

–A pesar de querer imponer una moral determinada y castrar la libertad de todas aquellas mujeres que considera impías, Rostegui no puede evitar dejarse llevar por la tentación, caer en el abismo prohibido del deseo... ¿Todos llevamos un animal dentro?

–Sí, el problema viene cuando intentamos negar esta realidad. Todos tenemos, si no una bestia, al menos un componente animal dentro de nosotros con el que tenemos que aprender a convivir. O dejarlo salir. En este caso mi personaje intenta conocer, apaciguar y anular ese demonio. Es muy interesante ver cómo él empieza controlando aparentemente la situación y acaba siendo víctima de su propia perversión y de su propio juego. Al final acaba siendo más fuerte el poder de seducción femenino que su capacidad para poder reprimirlo. Su propio delirio precipita su conversión. Pasa de juez poderoso a pelele.

–Vamos, que esta vez le ha tocado un malo malísimo...

–¿Y lo divertido que resulta? (Risas) ¿Sabes qué ocurre? Que lo que me gusta principalmente es trabajar sobre personajes que tengan capas. Y este tiene unas cuantas. De Lancre era el típico manipulador que abusaba del poder para imponerse. Y para mi es un lujo poder crear perfiles poliédricos como éste con diferentes puntos de vista que estén al servicio de una buena historia. Me gusta adentrarme en proyectos que supongan un enigma, un misterio. He tenido suerte. Siempre he tenido el privilegio de poder elegir.

Al fuego por brujas y por mujeres

Pablo Agüero (“Eva no duerme” y “Salamandra”) sabe dónde situar el dedo para quemarse después de diez años de trabajo en un proyecto que se aleja de sus orígenes argentinos y se introduce en el corazón euskaldún. En “Akelarre”, expone una realidad tan problemática como incendiaria (en el sentido más metafórico y también literal de la palabra) que orbita alrededor de la magia y el poder embaucador que históricamente ha vinculado la hechicería con el cuerpo y la mente femeninas. A las mujeres las quemaban vivas por brujas. Acusadas de libertinas y exaltadoras de comportamientos indecentes. Y aunque semejante afirmación pueda resultar a día de hoy sorprendente, lo cierto es que los textos de la época inspirados en las memorias del juez Pierre de Lancre en los que se basa esta historia de ajusticiamiento moral a un grupo de jóvenes aldeanas vascas dan buena cuenta de ello.