Prohibido ser antirracista
Aumenta la indignación en Estados Unidos dentro del mundo del arte por la reciente retirada de la exposición del pintor neoyorquino Philip Guston sobre el Ku Klux Klan
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La idiocia nos consume. Jamás la humanidad ha tenido tan poca madurez para el debate. Queremos combatir las injusticias pero no se puede hablar de ellas. Aspiramos a desterrar los símbolos de la discriminación, aunque ni siquiera nos dejan hacer mención a ellos para desmontar toda la cultura que representan. De locos. Hemos llegado a un callejón sin salida que obliga al silencio, a la indiferencia como única forma de compromiso posible. Las instituciones se han parapetado en una “estrategia del visillo”, en virtud de la cual solo se puede abordar la compleja realidad que vivimos a escondidas, susurrando, dejando a los acontecimientos pasar sin que tengamos capacidad para intervenirlos y darles una solución. Nos están robando la libertad de expresión, el don del análisis y del matiz. Todo se ha vuelto grosero. Disparamos sin preguntar. Al bulto.
Han pasado solo unos días desde que se conoció que la exposición “Philip Guston Now” había sido pospuesta durante al menos cuatro años. Y, aunque la noticia ya ha quemado titulares de los principales medios del mundo, el estupor y la indignación van en aumento. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué un pintor cuya obra quiso denunciar la banalidad del mal y el racismo sistémico que descose la promesa de democracia de Estados Unidos es de repente tratado como una materia embarazosa de la cual urge desprenderse?
Para comprender todo el alcance de la polémica, conviene, ante todo, reconstruir el relato de los hechos. Los representantes de la National Gallery of Art, de Washington; la Tate Modern, de Londres; el Museum of Fine Arts, de Boston; y el Museum of Fine Arts, de Houston, emitieron un comunicado conjunto en el que se anunciaba el aplazamiento de la exposición del artista norteamericano Philip Guston. La razón argüida por estas cuatro instituciones era que, ante la envergadura mundial alcanzada por el movimiento de concienciación contra el racismo, resultaba aconsejable desplazar hasta 2024 la programación de esta muestra con el fin de recabar otras perspectivas y voces que permitieran presentar el trabajo de Guston de otra manera. La exposición de la discordia está compuesta por 25 piezas –entre pinturas y dibujos– que Guston realizó durante los años 60 y que tienen como motivo principal a los siniestros encapuchados del Ku Klux Klan.
Víctima del Klan
A tenor del argumento esgrimido por los museos referidos, se podría pensar que el uso que Guston hace en su pintura de los símbolos del Ku Klux Klan es cuanto menos ambiguo y que, por este motivo, podría chocar con la denuncia frontal que el movimiento Blacks Live Matter está propagando por todas las coordenadas del planeta. Pero, cuando se rastrea mínimamente la biografía del artista, se constata con gran perplejidad cómo su vida y obra pueden ser tildadas de cualquier cosa, excepto de equidistantes. Philip Guston (1913-1980) es uno de los principales representantes de la Escuela de Nueva York, junto con Pollock y De Kooning. Hijo de padres judíos ucranianos que habían escapado de la persecución nazi, su familia y él fueron víctimas, en 1923, de la persecución del Ku Klux Klan contra judíos y negros.
Es posible que estos hechos –unidos a la dificultad para conseguir empleo– fueran la causa del suicidio de su padre, el cual fue encontrado por el propio Philip ahorcado en el cobertizo. Durante los 60, y ante el creciente clima de represión que se apoderó de la vida norteamericana, Guston decidió abandonar la abstracción pura del Expresionismo Abstracto para deslizarse hacia una figuración que mostraba evidentes influencias del cómic. Un lenguaje figurativo resultaba mucho más pertinente para denunciar el lado más siniestro del american dream: el racismo, el antisemitismo y la xenofobia que formaban parte del comportamiento normalizado de la sociedad estadounidense. Fue en este contexto de denuncia social donde Guston realizó la serie sobre el Ku Klux Klan que, ahora, medio siglo después, ha sido puesta bajo sospecha por algunos museos de contrastado prestigio.
La reacción del mundo del arte –críticos, comisarios, artistas– no se hizo esperar, y se ha movido durante estos días entre la consternación y la furia. La hija del artista, Musa Mayer, lanzó un comunicado en el que se podía leer: “Mi padre se atrevió a desvelar la culpabilidad blanca, nuestro papel compartido al permitir el terror racista que había presenciado desde la niñez, cuando el Ku Klux Klan marchaba abiertamente por las calles de Los Ángeles”. Rober Storr –autor de la monografía recientemente publicada “Philip Guston: A Life Spent Painting”– afirma con rotundidad que la obra del pintor es una declaración inequívoca de que “la vida de los negros importa”. Es más, quienes han decidido posponer la exposición no deben de haber recalado en el hecho de que, entre los textos que componen el catálogo de la muestra, hay dos que están firmados por sendos artistas afroamericanos: Trenton Doyle Hancock y Glenn Ligon. Preguntado, de hecho, acerca del aplazamiento, Hancock reconoció sentirse “entristecido” porque “éste es justamente el momento en el que tales imágenes deberían ser vistas”.
¿Por qué cuatro años?
Entre las muchas preguntas que se agolpan tras este somero relato de los hechos es: ¿por qué aplazar la exposición cuatro años, y no dos, cinco o diez? ¿Acaso los rectores de estas instituciones artísticas tienen el don de la clarividencia tan desarrollado como para precisar que, en el plazo de cuatro años, todos seremos menos estúpidos? ¿Habrán cambiado entonces las condiciones de recepción para entender mejor la obra de Guston? A decir verdad, aventurar una respuesta a tales interrogantes implicaría entrar en el ámbito de la metafísica. Y no es cuestión de emprender ahora esta excursión elucubradora. Lo curioso de toda esta polémica es que si existe un momento en el que urge mostrar los trabajos sobre el Ku Klux Klan de Guston es precisamente éste.
El Black Lives Matter es un movimiento que surgió en 2013 con el objetivo de devolver la cuestión del racismo estructural de Estados Unidos a la agenda. Si no hay debate y no se hablan las cosas bien a las claras, jamás podrá fructificar ningún proceso de sensibilización. Existe mucha mierda escondida en los cajones, y no queda otra que abrirlos y limpiarlos. Pero es que, además, resulta insostenible que, en el margen de unos pocos días, Trump se niegue a condenar durante el primer debate electoral las acciones de los grupos supremacistas blancos, y que un pintor que consagró su vida a denunciar los horrores del racismo sea silenciado por políticamente incorrecto.
Los museos de Washington, Londres, Boston y Houston que han decidido posponer la muestra han incurrido en un acto –consciente o no– de connivencia con la estructura racista latente en nuestra sociedad. No en vano, si su gran temor era que los encapuchados del Klan representados por Guston fueran mal interpretados, están reconociendo implícitamente que el movimiento Black Lives Matter no constituye sino una experiencia histérica incapaz de diferenciar cuando un símbolo se utiliza en una estrategia de denuncia o de propaganda del racismo. Cuando algo tan evidente como las obras de Guston son apartadas del debate público, aquello que se está admitiendo es que los colectivos antirracistas son intelectualmente inmaduros. Mal vamos.