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Literatura

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Zenobia, mucho más que la mujer de Juan Ramón

Emilia Cortés firma la biografía definitiva de una figura adelantada a su tiempo y que se dedicó a apoyar al poeta andaluz a construir la obra que lo llevó hasta el Premio Nobel

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, delante de un Ford
Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, delante de un FordAlianza Editorial

«Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración de 40 años ha hecho posible mi trabajo. Hoy me encuentro sin ella desolado y sin fuerzas». Con estas palabras, Juan Ramón Jiménez agradecía el haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1956. El poeta de Moguer, ya gravemente enfermo, no pudo trasladarse a Estocolmo para recoger el premio, pero quiso que el nombre de quien había sido mucho más que su compañera, muerta unos meses antes, formara parte de la historia del Nobel. Un libro, escrito por Emilia Cortés y publicado por Alianza Editorial, recupera una figura que ha quedado en la sombra. «Zenobia Camprubí. La llama viva» pasa a ser la biografía más completa de esta mujer, de quien se rescata su voz con toda su fuerza.

Zenobia, como nos cuenta Cortés, fue una mujer entre dos continentes, la «americanita» como la llamaban algunos cuando aterrizó en el Madrid de 1910. Pero ese apelativo, un tanto desafortunado, no nos permite apreciar la labor de una mujer singular que dejó cinco volúmenes con sus valiosísimos «Diarios», además de un copioso epistolario, materiales que son una de las principales bases para esta biografía. Como dice Emilia Cortés al valorar todos estos textos, «apreciar lo amplio de su producción nos llevaría a pensar –si no la conociésemos– que no hizo otra cosa en su vida sino escribir. Qué equivocados estaríamos si así fuese. Zenobia llevaría a cabo una labor importantísima: ha regalado a España un Premio Nobel, y al mundo entero, la poesía de Juan Ramón».

Nacida en 1887 en Malgrat de Mar, un municipio de la costa barcelonesa, la infancia y la juventud de Zenobia se desarrolló entre España y Estados Unidos. En sus planes no entraba el casarse, como ella misma le diría a una amiga en una carta: «Yo soy la clase de mujer que no se casa. La verdad es que yo me puedo arreglar perfectamente en la vida sin marido. Todavía no he visto al hombre que me pudiera hacer más feliz de lo que creo poderlo ser siendo soltera». Pero todo cambió en julio de 1913, probablemente el día 2 o 3 cuando asiste en la Residencia de Estudiantes, por entonces en el número 8 de la calle Fortuny de Madrid, a unos cursos organizados por Manuel Bartolomé Cossío. Entre los asistentes está un joven poeta llamado Juan Ramón Jiménez que así lo recordaría tiempo después:

«–¿Cómo se llama usted?

Se cubrió su risa con la mano fina y me miró por entre dos dedos con su ojito verde.

–Se va usted a reír... Un nombre muy feo.

Y en vez de decírmelo me lo escribía lentamente y como desilusionada.

Pasó primero una Z muy lenta y adornada, Zenobia, luego Zenobita, y me dijo:

–Me llamo Zenobia, pero los que me quieren me dicen Zenobita... Mi madre, mi padre, mis hermanos...

En la primera carta que me escribió me firmaba: Zenobita»

Emilia Cortés define aquel episodio como «un flechazo a primera vista» para Juan Ramón. No lo es así para Zenobia que ve al escritor como «un niñito enfermo, triste y completamente chiflado». El poeta trata de no perder el contacto con ella y empieza a establecerse una relación epistolar que, mucho tiempo después, será la base de un hermoso libro titulado «Monumento de amor». Por esas cartas vemos la diferencia de caracteres. Por un lado, ella se muestra reflexiva y comenta que «yo creo poder ser feliz de cualquier modo, en cualquier forma, y lo que pasa exteriormente ha de afectar muy poco mi mundo interior, que es la verdadera vida; como en todas las cosas, lo más verdadero es lo invisible». Asimismo le pregunta: «¿Por qué está Ud. siempre con esa cara de alma en pena?», por lo que le recomienda cambiar de actitud, por ejemplo, vestirse de torero y acercarse hasta la calle Sierpes para piropear «a todas las inglesas feas que desfilen por allí». Ella sabe que puede cambiar a ese hombre por lo que en otra misiva le asegura que «yo le voy a curar a Ud. de raíz, pero de raíz».

Inquietudes feministas

La pareja se casó en Nueva York el 2 de marzo de 1916, aunque sin el consentimiento de la madre de Zenobia, a quien no le gustaba aquel hombre que le parecía de carácter débil. En una carta a una amiga, la que acabó siendo suegra de Juan Ramón preguntaba: «¿Cree usted, María, que después de casada sería posible que mi hijita, que no es robusta, siguiera escribiendo con él y encantándolo, habiendo tenido que ocuparse de cosas que no ha hecho en la vida y que, rendida por trabajos materiales e inquietudes, llegara a todo?»

En el libro se resalta la labor de Zenobia en defensa de la mujer. En este sentido, resulta especialmente importante su trabajo al frente del Lyceum Club Femenino, una asociación de mujeres que estuvo en funcionamiento en Madrid entre 1926 y 1939. Su principal labor era la defensa de los intereses de la mujer, además de promover un lugar de encuentro y desarrollar iniciativas profesionales, culturales y educativas. Zenobia fue también una mujer de negocios. En el número 10 de la calle Santa Catalina de Madrid instaló una tienda que abrió sus puertas en 1928. Asociada con Inés Muñoz fundó allí «Arte Popular Español», un negocio que funcionaría relativamente bien hasta el inicio de la Guerra Civil.

Su gran obra

Estuvo también interesada por los cambios políticos que se vivían en España, sobre todo con la proclamación de la Segunda República. Eso hizo que asistiera a las sesiones del Congreso donde se debatía sobre la nueva Constitución, pero en calidad de corresponsal de «La Prensa», de Nueva York. En ese tiempo también idea la puesta en funcionamiento de una biblioteca circulante de prisiones, aunque la iniciativa no llegaría a cuajar por culpa de la burocracia. Pero la gran obra de Zenobia se llamó Juan Ramón Jiménez. No lo tuvo fácil ante un hombre depresivo y con un carácter no siempre fácil. Un ejemplo de esta labor fue la creación en la Universidad de Puerto Rico de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez, hoy lugar obligatorio de consulta para todos aquellos que quieran conocer de primera mano a la pareja. Fue ella, casi al final, la que decide crear ese espacio en el que se guarda la biblioteca que compartió con el poeta, así como los varios inéditos que quedan aún por ver la luz del autor andaluz. Ella misma diría en ese tiempo que «el objeto de lo que me resta de vida es solamente ayudar a J.R. a que se realice lo que se pueda de su obra». Zenobia murió en Puerto Rico el 28 de octubre de 1956. Juan Ramón, quien ya no volverá a ser el mismo sin ella, solamente la sobrevivirá dos años.

La tragedia de Marga Gil Roësset

Uno de los episodios que más impresionaron a Juan Ramón y Zenobia fue el suicidio de la joven escultora Marga Gil Roësset, del que mucho se ha escrito. Ella se enamoró perdidamente del poeta, pero nunca fue correspondida. Ella se acabó suicidando con solamente 24 años. La última obra que dejó fue precisamente el retrato de Zenobia, un busto en piedra para el que esta posó. En 1955, Zenobia recordaría que «Marga vino en la mañana del día en que se mató a firmar la cabeza y, cuando yo vi que la firma empezaba con una cruz, se me encongió el corazón». Aquel triste suceso marcó a la pareja: Juan Ramón siempre tuvo miedo de que, una vez él no estuviera, pasara a ser para muchos algo así como una «novela sensacional». Sus textos sobre Marga se publicaron finalmente en 2015.