La conjura de los enterradores
Mathias Enard, Premio Goncourt, reflexiona sobre qué significa volver hoy al campo en «El banquete anual de la cofradía de los sepultureros» y asegura que en «el mundo actual existe mucho miedo»
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A Mathias Enard le rondaba la sospecha de que los destinos son comunes y que, por opuestos o distantes que parezcan de antemano, terminan convergiendo en uno solo. No importa que uno viva en Nueva York o en Sotillo del Rincón. Al escritor, un hombre de cabeza aligerada de prejuicios, oreada por los ventarrones del Líbano, Yugoslavia, España o América del Sur, traía sobre la conciencia diversas preocupaciones intelectuales e históricas que ha vertido en las páginas de «El banquete anual de la cofradía de los sepultureros» (Mondadori), una obra de múltiples aristas que contiene un diario, una narración, evocaciones de canciones y una memoria real de folclores atávicos franceses, lo que aporta una perspectiva humana y, también, sobre ese amo que es el tiempo. Existe en estas páginas, tamizadas de humor, su principal ingrediente y una de sus más lúcidas aportaciones, una preocupación por el presente que después fragua en una mirada hacia pasado, quizá porque el hoy no se puede comprender sin el ayer, lo que le permite recuperar nombres como Napoleón o Julio César. «Un pueblo de seiscientos habitantes no es un lugar histórico, pero, en cambio, los destinos están vinculados. Todos los seres humanos tenemos un destino único. La historia es solo una historia: la del planeta entero. Partiendo de un lugar pequeño y sin demasiada relevancia se puede llegar a lo universal. No se trata de problemas de manera abstracta, sino de personajes, familias, reencarnaciones...», sostiene el novelista.
Para demostrarlo ha modelado un personaje David Mazón, un etnógrafo vocacional, que acude a una reducida localidad próxima a Niort, la región natal del autor, un paraje bello, rodeado de misteriosas y neblinosas marismas y lagos, para completar su tesis sobre los desafíos de la ruralidad para el pragmático hombre contemporáneo, premisa que ya va dando el tono de seriedad y sátira que impregna la novela. Es un protagonista voluntarioso, abnegado, que cae bien, pero, como revelará el contraste entre las anotaciones de sus cuadernos y la narración, privado de dotes detectivescas para desentrañar los misterios de esta aldea y traspasar el delicado cendal que lo separa de sus habitantes. «¿Qué significa hoy vivir en el campo? Esta es la pregunta esencial de la novela. Por eso trato los problemas ecológicos y agrarios actuales. La primera parte del libro es lo que ve David Mazón. En medio, todo lo que él no ve. Aquí es donde nos damos cuenta de que como etnólogo no es demasiado brillante y de que existen historias que están a su alcance pero que nunca percibe. Esta es mi obra más contemporánea. Intenta aliviar el presente de los desafíos que se le plantean en cuanto a cambio climático, biodiversidad... y, también, ayuda a entender cómo hemos llegado hasta aquí y qué significa la historia».
El autor, con un abundante catálogo de alusiones, menciones y referencias, desde Levi-Strauss y Rousseau hasta Malinowski, nos muestra el peculiar pulso vital de esta aldea, La Pierre-Saint Christophe, y de los habitantes que residen en ella, sobre todo de Martial Mojagua, su alcalde y encargado efectivo de celebrar el tradicional banquete de la Cofradía de Sepultureros, que da nombre a la novela y que vertebra su argumento. «No podemos decir nada sobre la muerte. Los enterradores están en medio de ella cada día. Ellos representan la parte profesional. Tampoco es que conozcan mucho; de lo que saben es de los cuerpos muertos, no de la muerte, pero en el banquete es cuando tenemos acceso a las opiniones sobre la muerte, podemos saber que opinaban los filósofos y lo que otras personas han pensado sobre ella o lo que podemos saber sobre ella».
Un mundo con miedo
Pero eso sí, todo tomado con humor, jamás partiendo de premisas muy serias. «Es mi novela más divertida. Hay varios tipos de ironía en ella, sobre libros universitarios y sobre otros puntos. El más burdo lo reservo para el banquete. Aquí me apropio de ese humor que empleaban antes los escritores, que usaban la risa para llegar a lo más hondo, que recurrían a la risa para interesarse por temas como la muerte y el sentido de la vida contando historias, chistes para diviertan al público y les ayude a a explicar puntos de la metafísica o la sociología de su tiempo. En el libro paso por todos estos momentos del humor, desde el más básico, tipo Buster Keaton, con las andanzas de David Mazón, hasta un humor más literario, que tomo de estos escritores. Es un acento barroco muy divertido. En este banquete pasan por muchos temas de conversación, pero con humor y mucha diversión por en medio».
Pero Mathias Enard, un novelista dotado para lo sutil y la ironía, también es capaz de mostrar su lado más serio cuando se refiere a la vida del campo actual y su relación con la ciudad. «Hay mucho miedo en nuestro mundo de hoy. Si lo compartes es paranoia. Si estás dentro te enteras de que están pasando muchas cosas que dan realmente miedo. El hecho de que estés es un pueblo pequeño o remoto no te protege de algunos sucesos. Vives una aldea en la que no pasa nada, pero te llegan lo que sucede y se vincula también contigo. Es lo que sucede con el terrorismo. No es del todo real porque te llega a través de imágenes deformadas y las redes sociales, aunque eso te hace crecer en burbujas de miedos. Esto tiene que ver con el ambiente que se respira lugares pequeños, vinculados con el mundo solo para cosas malas, como atentados, epidemias... pero no tanto para otras. Además de que es mentira de que en los pueblos no suceda nada. Cuando leí para este libro, me enteré de un montón de sucesos».