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“Ahora que vivo confinado, la poesía es un refugio”

El poeta, que tiene un poemario inédito, «Donde muere la muerte», recibe el Premio Cervantes «por su aspiración de belleza» y con él se reconoce también la Generación del 50
Natxo FrancésEFE
  • Javier Ors

  • Ulises Fuente

  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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El premio Cervantes se le ha dado a Francisco Brines , con toda razón y justicia, por una obra poética inmensa, «que va de lo carnal y lo puramente humano a lo metafísico y espiritual», siempre «bajo una permanente aspiración de belleza e inmortalidad. Es el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondando en la experiencia del ser humano frente a la memoria, el paso de tiempo y la exaltacion vital», según reza el acta. Sin embargo, a muchos les hubiera gustado que esta distinción le hubiera alcanzado en años anteriores, y no ahora, cuando va algo más quebrantado por los años, él, que siempre ha cantado el goce y los sentidos. Francisco Brines, brillante, exacto en la palabra, cautivador en sus versos, miembro de la Generación del 50, voz imprescindible de nuestras letras, miembro de la Real Academia Española, es uno de los indiscutibles nombres de la poesía española actual y su magisterio es reconocido por sus compañeros y por todas las generaciones que le suceden y que le acompañan.
Cuando el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, le anunció que se lo había ganado, quedó sorprendido porque Brines no sabía que ayer se fallaba el Cervantes. «Lo primero que se me ha pasado por la mente fue mi madre, el día en que le dije que dedicaría a la poesía y el respeto que tuvo por mi vocación. Es la gran lección de la vida, cómo mis padres supieron respetar lo ajeno». Brines reconoció que «una de las cosas más grandes que me ha dado la poesía es la amistad que he consolidado con otros poetas. Este premio, de hecho, me une a amigos que lo han ganado, como Bousoño o Aleixandre. Ahora, yo soy el primer valenciano que gana el Cervantes», bromea. Cuando se le pregunta qué es la escritura en estos momentos de encierro, afirma sin dudarlo que «ahora la poesía es para mí, más que nunca y ahora que vivo confinado, un refugio».
Brines es compañero de generación de Jaime Gil de Biedma, Rafael Sánchez Ferlosio, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral y Ana María Matute. «Este un premio para esa generación, que tuvo poetas magníficos, de lo mejor que ha dado la poesía española del siglo XX. Por ejemplo, Gil de Biedma, Barral, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente... Tengo muy buen recuerdo porque de unos fui también amigo. Como eran muy buenos poetas y como me hacía feliz la lectura de la poesía, leerlos a medida que iban saliendo, suponía para mí una enorme felicidad: por un lado tenía la amistad y por otra, la poesía». Brines manifiesta que «la poesía me ha dado una cosa muy importante y es haber sido actor de la vida en la que he estado, es decir, me siento, coetáneo de cualquier poesía actual porque por la poesía yo me siento más persona de hoy que de ayer». Y aseguró que «siempre he dicho que solo era poeta en el momento de escribir poesía. En todo lo demás he sido yo como hubiera sido sin ser poeta. Entonces, lo que a mí me define ahora este premio es que justifica mi existencia, sobre todo, como poeta».
–¿Es eso lo que representa para usted este premio?
–Y también una cierta seguridad de que mi poesía ha llegado a muchos lectores que desconozco. Todo poeta suele desconocer a sus lectores. El Cervantes me indica que llegué a una serie de lectores que han justificado la escritura de mi poesía.
–¿Qué entiende Francisco Brines por poesía?
–Por poesía entiendo el encuentro con lo intenso y lo profundo, por eso prefiero quizá la poesía que surge desde dentro y que se va descubriendo ante quien la escribe, ante aquel que la halla en él mismo al escribirla. Eso es la poesía para mí.
–¿Todavía sigue trabajando? ¿Habrá un nuevo libro?
–Sí. Uno que está en marcha y tiene título: «Donde muere la muerte». ¿Y donde muere la muerte? Pues donde vive la poesía. La poesía da siempre vida y da compañía. Cuando leemos a un poeta, por ejemplo, Jorge Manrique, lo sentimos contemporáneo, nuestro. Más que contemporáneo, coetáneo.
EL POETA DE LA VIDA
Para mí Francisco Brines es un maestro, es un amigo y también un amigote, pero, además de ser un gran maestro literario, también es un maestro de vida. Es la persona más conversadora, más atenta y más cariñosa que he conocido en el mundo de la poesía; un poeta que nunca habla de él, que se interesa por el otro, por cómo le va la vida, por lo que lee y estos detalles lo hacen tremendamente entrañable, cercano y humano. Todos los poetas que son más jóvenes que él coincidirían en señalar que es un amigo excelente, sin paliativos, y un conversador excepcional, cuyas inquietudes siempre están del lado del interlocutor más que de sí mismo.
A Francisco Brines hay que enmarcarlo como un maestro dentro de una generación de maestros, que es la Generación del 50, una de las más relevantes e importante que ha habido en la historia de la poesía española, a la altura de la del 98 y la 27; una generación de grandes poetas de la primera generación de posguerra, porque en España hemos tenido unas generaciones de grandísimos poetas durante el siglo XX y también a comienzos del siglo XXI. Y esto es magnífico. Él, Francisco Brines, Paco, es un poeta meditativo, metafísico, del tiempo, que es una de las obsesiones que han atrapado su atención. Es un cantor, un poeta que celebra el universo, la naturaleza, en especial la mediterránea. Le gustan los cipreses, los naranjos, el canto de los pájaros, de ese universo que es su casa de infancia, que aprecia ya en su obra «Las brasas». Es un libro de juventud, pero él ya se veía de anciano viviendo en ese hogar y lo cierto es que ha terminado viviendo allí, en su casa de Oliva. Es un cantor de la intensidad de la vida, del intensidad física, de los momentos de gozo que nos da la existencia. Estas son las ramas esenciales de su poesía.
Lo que más me impresionó cuando me adentré en su obra fue precisamente la intensidad emocional de sus poemas. Estando en la universidad leí la recopilación de su poesía completa que había sido publicada en Plaza & Janés, y me entusiasmó y me emocionó. Todo lo que pedía a la poesía lo encontré ahí: precisión verbal y la intensidad emocional que me fascinó. La poesía y el arte es una intensificación de la vida y Paco es un poeta de la vida, del gozo de vivir, a pesar del desastre metafísico del hombre.
Carlos MARZAL
EL ABUELO DE LOS CIBERPOETAS
Asevera Francisco Brines que, por paradójico que parezca, la nostalgia es un sentimiento propiamente juvenil. «Mucho más doloroso cuando se es joven y se tiene toda la vida por delante que, de mayor, cuando uno ha aprendido a aceptar el paso del tiempo y a contemplar el presente en su cotidianidad. Una ha aprendido, por ejemplo, a gozar de una tarde en la que no ocurre nada, y eso le está naturalmente vedado a los jóvenes». Es una elipse que va desde un título tan elocuente a ese respecto como «Las brasas» –que recibió el premio Adonais cuando tenía todavía 26 años– al no menos revelador «La última costa», uno de sus volúmenes testamentarios, con este hermoso epitafio de alcance colectivo: «Mi madre me miraba muy fija desde el barco, en el viaje aquel de todos a la niebla».
En realidad se reconoce testamentario desde el comienzo de su obra, a través de una poesía que persigue el restablecimiento imposible de lo perdido, concebida como una larga despedida. «Nunca he podido dejar de ser elegíaco, porque no he podido escribir desde la dicha, sino desde su celebración ya póstuma, cuando la he perdido». Y lo que cambia con la edad es «que la pérdida se hace más serena, menos dolorosa». Brines es uno de los escasos supervivientes ya de la generación del 50, y a menudo escorado en ella hacia al abusivo rótulo de la poesía de la experiencia, su premio llega muy oportuno a un panorama copado por bisnietos ciberpoetas, que, en no pocos casos, parecen querer optar por ser «influencers» sin influencias. En Brines hay que valorar también su importante dimensión de teórico de la poesía, y de historiador, exhaustivamente desarrollada, por ejemplo, en su grueso volumen «Escritos sobre poesía española». El conjunto de su obra representa, en suma, un congruente legado sobre la imposibilidad de escribir poesía si no se sabe qué se propone un poeta.
Antonio PUENTE

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