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Stapp, el hombre al que le sangraron las retinas para hacer los aviones más seguros

Fue un oficial de las Fuerzas Aéreas estadounidenses que no dudó en hacer de conejillo de indias de sus propios experimentos. Muñecas y costillas rotas, empastes extraviados y alguna que otra pérdida de visión pasajera merecieron la pena para un hombre que murió a los 89 años
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John Paul Stapp (1910-1999) fue un oficial estadounidense que nació en Salvador de Bahía (Brasil) porque sus padres, el reverendo Charles Franklin Strapp y Mary Lousie Shannon, eran misioneros por esos lares. Pero su fama le llegó con su carrera en las Fuerzas Aéreas, además de por sus trabajos como cirujano de vuelo, médico, biofísico y, sobre todo, por ser pionero en el estudio de los efectos de las fuerzas de aceleración y desaceleración en los seres humanos.
Fue buen amigo de Chuck Yeager, primer piloto en superar la velocidad del sonido, y alrededor de este hito se desarrollaron buena parte de sus aportaciones, algunas tan cotidianas como el cinturón de seguridad. Su investigación en el Proyecto Manhigh fue pionero en muchos desarrollos para el programa espacial estadounidense y logró dar un paso más en la Era Espacial llevando a los seres humanos en globos hasta las capas medias de la estratosfera.
Pero antes de todo ello, en 1931, Stapp se licenciaba en la Universidad de Baylor en Waco. Después llegarían una maestría en el mismo lugar, un doctorado en Biofísica de la Universidad de Texas (1940) y un doctorado en medicina en la Universidad de Minnesota (1944). Tras un año como interno en un hospital en Minnesota, el joven continuó con los doctorados de vuelta en Baylor, esta vez en Ciencias.
No fue hasta octubre de 1944 cuando Stapp ingresó en las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos como médico. Más concretamente, como cirujano de vuelo. Tras varios años de ascensos, uno de sus primeros proyectos se centró en una serie de vuelos que probaron varios sistemas de oxígeno en aviones sin presión a 40.000 pies (algo más de 12 kilómetros). Por entonces, uno de los principales problemas de los vuelos a gran altitud era el peligro de descompresión. Stapp lo resolvió, como también hizo lo propio con otros tanto que permitiría a la siguiente generación de aviones ganar más altura. Para marzo del 47 ya se hacía cargo del proyecto de desaceleración.
Existía la necesidad de realizar una serie de estudios sobre los efectos de la desaceleración en el cuerpo humano, lo que condujo a conceptos fundamentales que podrían aplicarse para proteger a los ocupantes de las aeronaves durante un accidente. Se comenzó a simular impactos de aviones y a estudiar los factores de resistencia de los asientos y arneses.
El 8 de junio de 1951 ya se habían realizado 74 pruebas con humanos en el desacelerador. Stapp fue uno de los voluntarios más frecuentes, aunque primero se probó con chimpancés. Estaba convencido de la necesidad y no dudó en poner su cuerpo a disposición de la ciencia. Se fracturó la muñeca derecha en dos ocasiones, también se rompió las costillas, perdió empastes y le sangraron hasta las retinas, lo que le causó la pérdida temporal de la visión. Llegó a exponerse a fuerzas 38 veces superiores a la de la gravedad. Más tarde alcanzaría los 46,2g. Fueron los inicios más primitivos de los “crash test dummy” (o “dummies”) que se han estado llevando los golpes de las pruebas hasta hoy.
Todo ese esfuerzo tuvo sus consecuencias positivas: la investigación de Stapp en el desacelerador su repercusión directa en la aviación civil y en la militar. Demostró que el asiento orientado hacia atrás era la posición más segura para los pasajeros de aviones, y que de esta forma un humano puede soportar una desaceleración mucho mayor. Muchos aviones militares fueron equipados de esta manera, sin embargo, las aerolíneas comerciales todavía usan asientos orientados hacia adelante. También logró mostrar que un piloto puede alejarse de los choques cuando está debidamente protegido por arneses si el asiento no se suelta.
La “silla lateral” o arnés orientado hacia los lados también fue desarrollado por Stapp. El nuevo arnés de forma triangular brindó una protección mayor a los paracaidistas. Protegió al usuario de la fuerza de los impactos de choque, despegues y golpes de aterrizaje.
Stapp también llegó a los 1.017 kilómetros por hora, con lo que rompió el récord de velocidad en tierra y le valió el sobrenombre de “hombre más rápido de la Tierra”. El oficial estaba convencido de que la tolerancia de los humanos a la aceleración aún no se había alcanzado en esas pruebas y creía que era mucho más grande de lo esperado.
En 1967, la Fuerza Aérea prestó a Stapp a la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras para que realizara investigaciones de seguridad automotriz y tres años más tarde se retiraría de “los aires” con el rango de coronel y con su nombre ya puesto en los libros de Historia. Incluso tiene su propia paradoja, conocida por su nombre: “La aptitud universal para la ineptitud hace que cualquier logro humano sea un milagro increíble”. Una frase que recuerda a aquellas de la Ley de Murphy (denominación que se debe al ingeniero y compañero de Stapp Edward A. Murphy Jr.), y es que Stapp también estuvo en los inicios de estas sentencias. De hecho, una de las muchas leyendas cuenta que fue él el creador de la forma final de “todo lo que pueda salir mal, saldrá mal”.

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