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Historia

Antiguo Egipto

Cleopatra, la Nueva Isis

Su nombre evoca no solo el exotismo egipcio, también la habilidad política de una reina que supo codearse con los hombres más poderosos de su época

Escultura de mármol de estilo egipcio presumiblemente representando a Cleopatra VII con la corona egipcia del triple uraeus (las tres cobras que representaban los reinos bajo el dominio de la reina) y el característico vestido con el “nudo de Isis”
Escultura de mármol de estilo egipcio presumiblemente representando a Cleopatra VII con la corona egipcia del triple uraeus (las tres cobras que representaban los reinos bajo el dominio de la reina) y el característico vestido con el “nudo de Isis”.Metropolitan Museum of Art

Cleopatra VII es uno de aquellos personajes de la Antigüedad del que todo el mundo, aficionado o no a la historia, ha oído hablar. No hay duda de que la cuestión de su imagen, de cómo pudo ser aquella mujer que encandiló a personajes tan influyentes como Julio César o Marco Antonio, ha centrado una atención quizá excesiva desde muy temprano.

Hoy todavía persisten dudas acerca de quién fue la madre de Cleopatra –entre la realeza ptolemaica no era raro el matrimonio entre hermanos, pero este no fue el caso–, y algunos autores piensan que pudo ser miembro de una prominente familia sacerdotal egipcia. La efigie que conocemos de la reina a partir de sus acuñaciones numismáticas, al igual que algunas de las estatuas de corte helenístico que se le atribuyen, la muestran con una nariz prominente, como ocurre con muchos otros miembros de la familia ptolemaica que la precedieron.

El filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) escribió que «si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la faz de la Tierra habría cambiado» («Pensées», 180). Como él, muchos otros se han fijado en aquel rasgo en un innecesario debate, sin pensar que sus facciones poco tuvieron que ver con la gran capacidad política que, como correspondería a todo buen monarca, mostró durante toda su vida. Plutarco («Antonio» 27.2) afirmó de ella que su trato tenía un punto irresistible, que tenía un gran don de palabra y un carácter que «le proporcionaban una fascinación penetrante como un aguijón». Por su parte, Dión Casio («Historia romana» XLII.34.4) coincide en decir que «en la flor de la juventud, se distinguía especialmente; tenía una voz encantadora y sabía tratar a cualquiera con agrado». No se trataba, pues, solo de una hermosura física, sino más bien de un carisma fuera de lo común.

Al margen de ese eterno debate sobre las facciones de la reina, resulta de lo más interesante preguntarse cómo quiso ella mostrarse ante sus súbditos. Aunque lo habitual era aparecer como la monarca helenística que en definitiva era, no renegó de aquel exotismo egipcio del que hablábamos al comienzo, sino todo lo contrario. En muchas representaciones iconográficas aparecería ataviada como la diosa Isis. En vez de vestir con el habitual estilo helenístico y tocada con la diadema dorada de los ptolomeos, se la representa con un vestido anudado sobre el pecho con el singular «nudo isíaco» y un tocado egipcio con triple «uraeus» (las cobras de la realeza), pero además a menudo exhibiendo otros atributos de la diosa, como los cuernos y el disco solar o el sistro y la sítula que suele sostener en sus manos.

Adoptó de buen grado aquel papel simbólico desde que fuera madre en 47 a. C., puesto que, en el mito, Isis era la madre de Horus, símbolo del renacimiento del Sol. Con anterioridad, Arsínoe II y otras reinas ptolemaicas ya se asociaron con los atributos isíacos y se representaron ocasionalmente con estos. A diferencia de lo que ocurría en la Roma republicana, donde la representación de personajes reales divinizados no tenía buena acogida, en Oriente no era nada extraño, y además gozó de una importante tradición en el mundo helenístico –comenzando con el mismísimo Alejandro–.

El sincretismo cultural y religioso que mostraron los ptolomeos en su reino, mezclando la tradición helenística y el secular y riquísimo legado cultural autóctono, dio algunos frutos destacados destinados a atraer el respeto de los egipcios, que se veían «invadidos» por una monarquía macedónica muy alejada de sus tradiciones. El más sonado de ellos fue la invención del dios Serapis a partir de la mezcla de atributos del Hades y el Dioniso griegos con su equivalente egipcio Osiris. Serapis alcanzó una influencia inusitada en todo el Mediterráneo, y junto a él floreció también el potenciamiento de su esposa Isis –esta ya de clara raigambre egipcia–, cuyos templos proliferaron por todo el Mediterráneo.

Cleopatra se presentó de aquella forma frente a una multitud entusiasta en la ceremonia llamada de las Donaciones de Alejandría, que tuvo lugar en el año 34 a. C. en el gran Gymnasion de la capital egipcia. Nos cuenta Plutarco («Antonio» 54.5-9) que a partir de entonces se presentó con una estola isíaca y se hizo proclamar «Nueva Isis». La celebración fue una especie de escenificación teatralizada similar a una coronación y orquestada por ella y por Marco Antonio en la que se anunció una especie de reparto territorial entre Cleopatra y sus hijos (tres de ellos compartidos con aquel y el mayor, Cesarión, engendrado de César).

Al igual que ella, algunos aparecieron disfrazados en relación con aquella distribución: Alejandro Helios con vestimenta oriental y Ptolomeo Filadelfo como un macedonio. Por supuesto, Antonio no fue excepción. Si Cleopatra era la «nueva Isis», su pareja tenía que ser Dioniso, uno de los equivalentes helenísticos del egipcio Osiris que también contaba con una larga tradición en su asociación con la monarquía ptolemaica. Dioniso desempeñaba un papel de gran importancia en las fiestas de las «Ptolemaia», pero además se le consideraba antepasado de Alejandro. El propio padre de Cleopatra se apodó Neos Dionysos, como también habría de hacer Marco Antonio (Plut. «Ant». 60.5), que adoptó aquel papel incluso antes de su relación sentimental con la reina.

Cleopatra, la Nueva Isis
Cleopatra, la Nueva IsisDFDesperta Ferro Ediciones

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