Roja de sangre y negra de odio: la película maldita que Falange hizo desaparecer
Flixolé prepara la restauración de una de los filmes perdidos del franquismo, en alta definición, que se suma a la que se creía única copia de la Filmoteca
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Esta es la historia de dos películas que, en realidad, siempre han sido una, con sus respectivos matices y por mucho que haya quien se empeñe en demostrar lo contrario. Suyas son las metáforas sobre la patria que las alumbró. A mediados de 1994, el respetado conservador y experto en cinematografía Ramón Rubio recibió el encargo de la Filmoteca Española de revisar un fondo documental semi abandonado y perteneciente al extinto Banco Popular. «Aquello tenía una capa de, por lo menos, dos centímetros de polvo», explica Rubio a LA RAZÓN. Y sigue: «En un altillo, sin que ni los encargados de aquello lo supieran, había una lata en un estado lamentable. Sabíamos que podía haber joyas en aquel depósito, porque pertenecía a gente relacionada con el Opus (Dei) y nadie había metido mano, pero nunca me imaginé que fuera una que teníamos perdida desde 1942».
El génesis del mito
«Rojo y negro», dirigida por Carlos Arévalo, obedece al manido arquetipo del chico conoce chica. El zaíno se vuelve bravo cuando descubrimos que la chica es una falangista militante, además de intrépida espía, y el chico, un comunista de las Juventudes que no come niños ni quema curas. Encargada a CEPICSA (productora satélite del aparato propagandístico de Falange), en verano de 1941, y autorizado su rodaje en octubre de ese mismo año, el filme quedó listo en menos de cinco meses. «Aprobada totalmente» por la Comisión de Censura Cinematográfica, se estrenó el 20 de mayo de 1942. La fecha no era casual, ya que coincidía con la vuelta a Madrid de uno de los primeros destacamentos de la División Azul desde la Alemania nazi.
La historia, quizá por el caos interno que provocaban las distintas «familias» que peleaban por el control de Falange, o tal vez por un simple capricho o traspapele, aquí se para y se transforma en mito. Son numerosos los trabajos historiográficos que han intentado reconstruir qué paso entonces y por qué la película no solo fue apeada de la cartelera, sino que todas las copias desaparecieron sin dejar rastro. Siendo probablemente el trabajo del desaparecido Alberto Elena el más notable y completo, donde recién redescubierta la lata original, se recogían muchos testimonios orales, como el del hombre que se llevó el secreto a la tumba: Carlos Fernández Cuenca. El periodista y crítico, fundador de la Filmoteca Española («Nacional» cuando la levantó en 1953), escribió en el periódico «Arriba» sobre la cinta: «Es, sin duda, el único filme de auténtica concepción falangista que se ha realizado». Lo que nunca terminó de aclarar, pese a la insistencia de varios historiadores y a su propia insinuación registrada hablando de un «hombre importante de la cúpula franquista», es la identidad del mismo y si, efectivamente, habría sido el propio Generalísimo el soliviantado por aquel romance apolítico.
Todos los conocedores del relato, como los todavía ejercientes Carlos F. Heredero, el propio Rubio, Román Gubern o Enrique Cerezo, están de acuerdo en que la película se proyectó, al menos, durante tres semanas en el Cine Capitol de la Gran Vía madrileña. Lo que también está claro es que la película se encontró en 1994, cuando se la daba ya por perdida y se pensaba que nunca se recuperaría, tal y como ocurre todavía con «El crucero Baleares». * Casi 80 años después de su estreno y descubierto el negativo original hace ya un cuarto de siglo, es precisamente Cerezo, en el empeño de sus Flixolé y Mercury Films por salvaguardar la historia de nuestro cine, quien prepara una remasterización del filme.
Hablando en plata
Según el productor más influyente de nuestro país, existe una «copia» independiente a la hallada por la Filmoteca en los noventa y «en las próximas semanas» se pondrá a disposición de los usuarios de Flixolé, sin coste adicional y prometiendo un curado estético de alta definición y sometiendo a la película a los «más avanzados procesos tecnológicos de escaneado para permitir copiarla sin dañar el material original». Si entramos en el terreno de los tecnicismos, esa copia, según Rubio, «debería tratarse» de uno de los resultados de exponer la película, de plata, «a una especie de revelado de seguridad» del que no se tenía constancia hasta una reciente subasta.
Sea como sea, y dejando de lado la más que legítima vehemencia de ambas partes defendiendo su versión de lo que debe ser la conservación cinematográfica, bien desde lo público, bien desde la mera pulsión historiográfica, lo cierto es que la noticia devuelve a la actualidad a una película que jamás debió caer en el olvido: «Me parece un prodigio técnico, y es que además está perfectamente interpretada», explica Cerezo, antes de añadir que «da una idea, con todos los matices que uno quiera, de lo que eran las dos Españas». Autores como José Lorenzo García Fernández, experto en cine político, ponen la cinta a la altura del realismo italiano de De Sica y solo un escalón por debajo de los casos de éxito del naturalismo soviético y el brutalismo alemán de la UFA. Según Juan Antonio Ríos Carratalá, catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante, el cine de Arévalo nos invita a la «fascinación de lo singular» y demuestra su confianza en la película, por la que llegó a desechar dirigir «Raza», la gran película del franquismo.
Si bien la respuesta al misterio de quién mandó a hacer desaparecer el original de «Rojo y negro» parece haber fallecido con Fernández Cuenca y el consenso general apunta hacia la propia cúpula de CEPICSA, es de rigor intentar ponerle nombre al «censor» que la escondió... o la salvó.
Vicent, Tabeada y Barrié
En agosto de 1939, una vez asentada la polvareda burocrática de la Guerra Civil, José María Tabeada y Ricardo Vicent Viana fundaron CEPICSA con el objetivo de convertirse en la productora de cabecera del Movimiento. Muy cercanos a la cúpula propagandística de Falange, que en ese entonces estaba controlada por Dionisio Ridruejo, los empresarios rápidamente vieron cómo las películas de Edgar Neville les hacían crecer económicamente. Una ampliación de capital en 1941 terminó con Tabeada fuera del puzle empresarial y con Vicent asociándose con el hombre que todos señalan y entienden clave en esta historia: Pedro Barrié de la Maza, conde de Fenosa y heredero del Banco Pastor que luego se integró en el Popular. Claros los datos y cerrado el círculo, el rastro objetivo se vuelve a perder. ¿Fue Barrié el ángel de la guarda cinéfilo que puso a salvo la película o, por el contrario, fue quien ordenó definitivamente su censura haciendo valer su posición como amigo personal del dictador Franco? Cada respuesta nos lleva a una nueva pregunta.
Sea como fuere, la historia detrás de «Rojo y negro» sobrevive como uno de los grandes misterios de nuestro cine. Ahora, gracias a los grandes esfuerzos de Flixolé, este clásico que nunca debió perderse se podrá disfrutar desde la comodidad del propio salón de casa. Con sus metáforas de brocha gorda y un final extremadamente lúgubre que resume, a 24 fotogramas por segundo, un drama de mil días de lucha cainita, la película, por fin, se vuelve democrática.
* En la versión original del reportaje, se mencionaba que Filmoteca había pagado por el negativo, dato que no es correcto.