Todo el mundo tiene un trauma del que es imposible escapar
La escritora turca exiliada en Berlín publica «El edificio de piedra» (Armaenia), su primer libro traducido al español
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Dice Asli Erdogan (Estambul, 1967) que ella no es periodista, ni activista. Que le da hasta vergüenza que alguien pueda considerarla una heroína política y que es, por encima de todo, una escritora cuya columna escoció al régimen en el peor momento posible y acabó en la cárcel. Fue durante las purgas que siguieron al fallido golpe de Estado del verano de 2016. Permaneció entre rejas cuatro meses y medio y, cuando pudo salir de Turquía, se refugió en Alemania, donde aún sigue. Le dieron el pasaporte cuando menos lo esperaba y captó el mensaje: la querían cuanto más lejos, mejor. Aún no está exonerada de aquella vieja causa por supuesta «colaboración con terroristas»; de hecho, acaban de reabrirla para que no se le ocurra pensar en volver. Dice que sabe que está «en sus manos» y que cualquier cosa es susceptible de ser usada en su contra. Por ejemplo, esta entrevista. Pero que el peor trauma no fue la cárcel, ni el exilio, ni la grave enfermedad autoinmune que ahora marca su vida. Lo que aún le duele es el libro que escribió sobre ella un ex novio despechado que convirtió en pornografía su relación y que la desnudó delante de todos.
–Parece que el libro fue premonitorio. Lo escribió en 2008 y en 2016 acabó en prisión.
–Lo cierto es que no trata sobre la cárcel. “El edificio de piedra” va sobre una realidad que confina a la gente, que la rompe, que hace que se traicionen a sí mismos, que se suiciden. Todo el mundo tiene al menos uno, es una metáfora del trauma del que no te puedes deshacer y que te mantiene encerrado. También puede ser la memoria, un lugar donde una escritora se da cuenta de que no hay personajes, que ahí está sola. Y que el edificio, en verdad, nunca fue tal. Se trata de unos cuantos muros nada más.
–¿Cómo se recibió el libro en su país?
–Hubo reacciones muy diversas. Algunos lo consideraron maravilloso, poético, pero hubo otros que lo criticaron precisamente por eso. Creyeron que había montado un show literario de algo tan serio como la tortura. Es verdad, no fui torturada seriamente antes de escribirlo, pero es que el tema central para mí era el trauma.
–¿Qué fue lo más duro de sus cuatro meses y medio en la cárcel?
–Los tres primeros días que pasé bajo custodia policial solo podía pensar en el libro. Todos los protagonistas fueron apareciendo de una u otra forma, no hubo gritos, pero sí pude escuchar el sonido de las palizas. Por supuesto que el ángel del libro tampoco apareció, entonces empecé a dudar de él. ¿Cómo había sido tan ingenua de escribir sobre un ángel en un contexto tan horrible? Luego, cuando las cosas se pusieron feas, fue cuando lo entendí todo y pude hacer las paces con “El edificio de piedra”. Mis recuerdos de la prisión son como el lenguaje del libro. No son exactos, ni precisos, la memoria te engaña y te manipula, se niega a recordar los detalles, rechaza la experiencia. No podría escribir un libro realista sobre la cárcel ni siquiera hoy.
–¿Cómo es posible?
–La memoria es muy poderosa y tiene su propio modus operandi, también cuando se trata de olvidar. He leído muchísimo sobre campos de concentración y los que tratan de escribir sobre ello casi siempre fracasan. Muchos terminan suicidándose. Primo Levi comete errores en los que no caería ni un turista. Se equivoca en el número de plantas, por ejemplo, o de barracones, del campo en el que estuvo. No las recuerda bien. Ni el tamaño. Es algo muy común en el trauma, nadie lo recuerda tal cual fue. El edificio de piedra siempre cambia; crece, se encoge, se traslada. A mí también me ha pasado. Mi memoria es como un pantano, no me puedo fiar de ella.
–¿Cuáles son sus traumas personales?
–Uy, son muchos, de todo tipo. Tengo los clásicos de haber sido violada de joven, haber pasado por la cárcel, la pérdida de un amante... Creo que el libro refleja este último más que ningún otro. No he sido torturada, pero una persona a la que quería lleva desaparecida 22 años. Perdido en un edificio de piedra. Esto es algo de lo que no suelo hablar. Cuando escribí el libro me di cuenta de lo mucho que he sufrido.
–¿Cuál es el peor de todos?
–Sin duda el que sufrí en 2002, cuando una ex pareja escribió un libro sobre mí. Fue algo casi pornográfico, muy feo. Hasta ese momento yo era una escritora respetable y lo perdí todo. No volví a ser invitada a un festival de literatura en casi 8 años. Estuvieron meses escribiendo columnas sobre detalles íntimos de mi cuerpo. No sabía hasta qué punto era machista la sociedad turca. No pude leer periódicos ni abrir mi correo electrónico durante tres años por miedo a lo que me iba a encontrar. Todavía hoy, cuando cojo un diario el corazón me late a toda prisa. A pesar de todas las entrevistas que doy no las puedo leer cuando salen publicadas. Me da tanto miedo...
–¿Nadie la ayudó?
–Sí, hubo mujeres que dieron la cara por mí. Igual que cuando estuve en la cárcel, recibí muchísimos actos de solidaridad inesperada. Marchas feministas en las calles... me convertí en una heroína por accidente.
–¿Por qué no lo denunció?
–Tendría que haberlo hecho, pero estaba tan rota que no tuve agallas. Fue un error.
–Quizá le fallaran las fuerzas.
–Puede ser, no me veía capaz de ir a un tribunal a contarlo todo otra vez. Me quedé sin energía. Tenía que haberlo hecho, no solo por mí, sino por todas las mujeres. Fui denigrada como mujer, me di cuenta de que da igual lo importante que seas en el mundo de las Letras, a nadie le importa. Tu relación con un hombre es mucho más significativa que las miles de páginas que hayas escrito. Y eso que mis libros ya habían sido traducidos a varios idiomas. Dio lo mismo. Tu sabiduría, tu talento, tu esfuerzo, todo eso se va al garete cuando un hombre dice algo sobre ti.
–¿Cree que volvería a sucederle hoy?
–Hubo una década en mi país en que la gente se atrevió a hablar abiertamente, yo misma lo hice sobre mi violación. Pero ha habido una gran involución con el actual régimen y la cosa se está poniendo cada vez peor para las mujeres. Mi cumpleaños, que es el 8 de marzo, siempre lo celebraba en la calle, en la tradicional manifestación por el Día de la Mujer. Ahora la Policía detiene a las que salen ese día a protestar legalmente y se las llevan como si fueran criminales. Esa es la nueva Turquía. Imagínate el nivel de trauma que crea eso. Pero es verdad que hoy día las turcas se parecen más a las kurdas, muy politizadas y conscientes. Se están defendiendo mejor, pero la represión también es mayor.
–Dice en el libro que ser mujer significa llevar un disfraz que sea aceptado por todos.
–Nosotras solo existimos desde el momento en que lo hacemos a los ojos de otros. Nuestra verdadera esencia quizá solo crezca en la oscuridad. Todas mis protagonistas comparten esto, son mujeres enfermas, físicamente dañadas, tuertas... yo misma lo soy. Cómo de presentable tienes que ser como mujer para ser aceptada es otro de mis temas recurrentes. Es una cuestión que siempre me ha inquietado, el destino de mujeres deformes, tullidas, con mala salud... porque, aunque es un cliché, es cierto: las mujeres existen en sociedad si su apariencia física es la adecuada, si se pliegan a ello. En mi caso, eso siempre fue un problema. Yo no me adapto, nunca lo he hecho. En mi país puedes ser una mujer de izquierdas y no tener ni medio problema siempre que estés casada o que tu pareja sea alguien relevante. Pero si eres una mujer neurótica, solitaria e ingenua como yo, olvídate. Te lo hacen pagar.
–¿Aprendió algo de usted misma en la cárcel?
–Mucho. Me di cuenta de que era más resiliente de lo que creía. Soy muy tímida, no me gusta la confrontación, soy incapaz de pelear por mis derechos y se me daña fácilmente, como a una niña. Pero en prisión fui capaz de sacar la cara por otros presos; mi amabilidad y mi educación fueron un activo. Lo negativo fue que descubrí la envidia. Cuando soltaron al primer detenido la sentí y me avergoncé mucho. Pero de ahí en adelante sentí una alegría genuina por ellos. Y fue creciendo.
–Pero eso es tan humano...
–Quizá soy demasiado dura conmigo misma. También descubrí la solidaridad femenina, sobreviví gracias a eso porque fueron muchas las veces que me rompí. Otras presas me mandaron agua, comida. Los primeros días me tuvieron sin beber.
–También dice que el amanecer siempre llega, pero hay que esperarlo en la oscuridad.
–Claro. Soy muy nocturna por naturaleza y la noche es uno de mis temas eternos. Cuando regresa, encuentra a la persona en el mismo punto en el que la dejó. Como escritora, soy pesimista, aunque sí creo que hay que tener esperanza y tengo fe en la belleza.
–Otro de sus personajes recurrentes parece ser el ángel, ¿usted ha tenido alguno en su vida?
–Nunca en forma de persona, pero sí me enamoré de la música, del ballet, de algunas ciudades. Me ha resultado siempre complicado amar a otro ser humano por mi fragilidad. Tuve una infancia dura, llena de violencia y un padre agresivo. Supongo que eso me marcó. Me cuesta confiar en la gente. A mí me ha salvado escribir y bailar. De hecho, muchas veces van de la mano y, cuando me sale una buena frase, me levanto y danzo. También puedo pasar días escuchando “La pasión según San Mateo”, de Bach. Lo que busco sin descanso es la trascendencia, en ese sentido sí soy una persona muy espiritual.