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Una imagen de la película "Cabaret" (1972)

Berlín, 1933: un dandi en el cabaré del nazismo

Un personaje desconocido para nosotros, Antoni Sobanski, europeo, humanista y dandi liberal, reflejó en sus artículos el ascenso de Hitler al poder desde Berlín y desde su Polonia natal

La tantas veces invadida Polonia, allí donde el 1 de septiembre de 1939 se lleva a cabo la ocupación hitleriana que dará pie a la Segunda Guerra Mundial fue el país de narradores como el conde Jan Potocki, viajero empedernido que vio cómo su tierra, en 1815, se despedía de independizarse del dominio ruso; de Henryk Sienkiewicz, autor de «Quo Vadis» y Premio Nobel en 1905, además de gran patriota y defensor de las víctimas polacas de la Gran Guerra; del aventurero Sergiusz Piasecki, que firmó «El enamorado de la Osa Mayor» y al que se le perdió la pista cuando, tras producirse la Ocupación alemana, fue evacuado de la cárcel donde estaba preso por contrabandista; o de otros enorme autores que se pasarían al inglés (el último, Jerzy Kosinski; el más famoso, Joseph Conrad) quizá por no tener confianza en el destino de su lengua, como decía Jorge Luis Borges, quien conoció en Buenos Aires al extravagante y provocador Witold Gombrowicz.

Y con este último precisamente abre su libro Anna Augustyniak, «En busca del conde Sobanski. Cronista del Berlín nazi» (traducción de Amelia Serraller Calvo), diciendo que conoció al objeto de su biografía gracias a la lectura de «Recuerdos de juventud», de este «outsider» de las letras oficiales de Polonia. Sólo era un detalle vulgar y corriente –un comprensible miedo a las aglomeraciones callejeras–, pero tanto le atrajo a Augustyniak que investigó sobre su pasado. El de un hombre que cruzó la frontera polaca en aquel aciago septiembre y se convirtió en el autor, al que sus amigos llamaban conde Tonio, de «un celebrado ciclo de reportajes sobre la Alemania nazi, publicados antes de la guerra durante varios años» en una revista y luego compilados en un libro que se tituló «Un ciudadano en Berlín» (1934).

Pero ¿quién era este Antoni Sobanski (1898-1941) que, como dice la periodista polaca, filóloga y reportera de radio y televisión, pasó enseguida a ser toda una leyenda, y que fue apareciendo en un sinfín de libros de sus compatriotas y que en su día era célebre por ser una de las figuras más interesantes de Varsovia? Pues, en pocas palabras, todo un caballero elegante, un dandi distinguido, un convencido europeísta; un tipo gay e irresistible para muchos, por su encanto personal, su erudición y su sensibilidad artística. Alguien que frecuentaba los círculos intelectuales y literarios de la capital polaca, codeándose con muchos autores importantes, muchos de ellos de origen judío, que al cabo tendrían que emigrar en la Segunda Guerra Mundial. Justamente, Augustyniak, de la que el lector español ya pudo conocer su escritura mediante el ensayo intimista «Amor y luto» (2017), sobre la relación entre una madre y su hija, titula el primer capítulo «El ideal de gentleman».

Edad dorada periodística

Con todo, naturalmente el interés por Sobanski va mucho más allá de su personalidad y tenemos que encontrar su relevancia profesional en el contexto histórico convulso que vio con sus propios ojos, pues, en un viaje a Berlín a mediados de 1933, escribió, en su faceta de agudo periodista, uno de los primeros testimonios de la época donde se denuncia el antisemitismo, en paralelo a la paulatina llegada de Hitler al poder. En este sentido cabe citar a Mercedes Monmany, especialista en literatura europea contemporánea, que aporta un prólogo a esta edición –a cargo del editor, Javier Jiménez– en que emparenta al biografiado con aquellos otros autores que protagonizaron una auténtica edad dorada del periodismo literario: Joseph Roth, Arthur Koestler, Egon Erwin Kisch y Manuel Chaves Nogales: «La ambición de todos aquellos periodistas de moda, muy leídos en cada uno de sus países, era absoluta: se trataba de sobrepasar la simple jornada cotidiana y encarnar entre los más mínimos pliegues de cada artículo entregado la época turbulenta que se estaba viviendo», escribe.

La experta Mercedes Monmany emparenta la figura de Sobanski con Joseph Roth, Arthur Koestler y Chaves Nogales

El libro de Sobanski disfrutó de una gran aceptación al ver la luz, pero la investigación de Augustyniak nos lleva a conocer cómo, en 1940, ya era calificado como «literatura hostil» para los alemanes, considerándose su lectura como «perjudicial e indeseable», según el Gobierno General de los territorios polacos ocupados del régimen del Tercer Reich. Y de esa época habla Michal Sobanski en el epílogo refiriéndose a cómo su tío-bisabuelo, aparte en efecto de ser alguien que «vestía exquisitamente como un caballero inglés» y «amaba a Inglaterra, su civilización y cultura», fue víctima de la Historia, que lo trató de forma amarga, pese a que el destino le deparó morir en Londres –si bien enfermo y a la espera de un visado para viajar a Estados Unidos que no obtendría– tras una vida dedicada al cultivo por el gusto por la poesía y las artes y aventuras diversas, como su participación en la guerra polaco-bolchevique y, claro está, por su visión del modo en que los totalitarismos iban creciendo en el Este y el Centro de Europa.

Un patriota del mundo

Su vida es de película, de novela, y tal cosa se aprecia tanto en el comienzo de las páginas de Augustyniak como del texto del sobrino, dado que ambos hacen referencia a cierta posesiones personales de Sobanski que, una vez llegadas a manos de su sobrina y ahijada, constituyó al cabo la manera de destapar su pasado, recuperarlo y con él toda una época clave para el Viejo Continente. «Todo empezó con una maleta, que abrí hace muchos años. Su historia viene de muy lejos; se remonta casi medio siglo atrás», cuenta la autora. «Cierta mañana de julio, un desconocido llamó a la puerta de Róza Orlowska. El hombre portaba una maleta marrón que entregó a una atónita Róza. Cuando mencionó el nombre de Tonio Sobanski, su padrino de bautismo, difunto desde hacía años, ella se echó a llorar. El desconocido desapareció, no sin dejar antes en las manos de Róza la pequeña maleta». Sin embargo, nunca se supo quién había rescatado aquellos recuerdos de Antoni, el conde Sobanski, que regresaron «al hogar de su familia». Augustyniak recorre, reconstruye así la vida de este gran patriota polaco y a la vez ciudadano del mundo, del que Gombrowicz habló en estos términos: «Tonio sentía que el encanto de una nación, su capacidad de fascinar y seducir, puede ser un arma no menos potente que los cañones, y que el mundo trata de modo totalmente diferente a un pueblo que lo impresiona por su estilo, forma, encanto... Como pasaba mucho tiempo en el extranjero, tenía la oportunidad de confrontar la belleza polaca... con las bellezas de otras naciones europeas o incluso americanas». El problema es que volvía de esos viajes decepcionado, al comprender que su país tenía un gran potencial que no aprovechaba como hacían otras naciones. Su caso, en cualquier caso, no es el único, y recuerda en parte al de Jan Kozielewski, el autor de «Historia de un Estado clandestino», uno de los documentos más importantes sobre la invasión de los nazis en Polonia, sobre los guetos de Varsovia, sobre los campos de exterminio, sobre todo un «mundo derrumbado».

A este autor le machacaron los agentes de la Gestapo hasta dejarlo moribundo y luego contactó con dos líderes judíos de la Resistencia que le encargaron una misión capital en Londres, decidido a informar al mundo exterior de un tipo de criminalidad sin precedentes, apuntaba. Karski vería in situ las atrocidades de los campos de concentración y pudo dar cuenta de ello de forma fidedigna al comandante en jefe y primer ministro polaco instalado en el Reino Unido. Se trataba de un hombre que estudió para ejercer la diplomacia y al que, como a Sobanski, le encantaba exprimir al máximo lo que ofrecía la vida –la equitación y el esquí, los idiomas, la literatura y los viajes–, y explicitó cómo fue Varsovia desde septiembre de 1939, la que abandonó con aquella maleta su compatriota, cuando los nacionalsocialistas comenzaron con las matanzas de cientos de inocentes y consumaron lo que tantos previeron y advirtieron con su empleo periodístico.

El descerebrado Hitler

Se suele considerar «Mi lucha» (escrito en 1924) como el primer texto en el que Hitler juega con la posibilidad del exterminio judío. En él afirma que la Primera Guerra Mundial habría podido tener otro resultado de haberse gaseado a tiempo a algunas decenas de millares de judíos. No obstante, hubo un documento anterior, muy explícito: la entrevista realizada a Hitler por el periodista catalán Eugenio Xammar y publicada un año antes, en un momento en que el futuro dictador no era más que un personaje extravagante a punto de fracasar en su grotesco intento de golpe de Estado en Múnich. Xammar se mostraba así de sarcástico: «Un país sin dictador no se puede decir que sea, hoy por hoy, un país como es debido», dice al respecto de Baviera, cuna del antisemitismo donde se deja ver un «descerebrado» y aspirante a caudillo llamado Adolfo Hitler. «Lleva gabardina, con un cinturón (me parece que con esto ya está todo dicho), raya al lado y un bigote recortado de tal manera que resulta más alto que ancho». Y añade: «Hitler sigue siendo para nosotros [...] el necio más sustancioso. [...] Un necio cargado de empuje, de vitalidad, de energía; un necio sin medida ni freno. Un necio monumental, magnífico y destinado a hacer una carrera brillantísima.»