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William Boyd: «En los 80 se escribieron libros que hoy serían inaceptables por políticamente incorrectos»

El escritor reflexiona sobre la identidad en «Trío», una novela ambientada en 1968 que muestra las consecuencias que tiene para el individuo que la vida pública se cuele en la intimidad
efeLa Razón

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William Boyd mira hacia 1968, el año que mataron a Luther King y se resquebrajaron tantos cimientos sociales, para reflexionar sobre los secretos de los seres humanos. «Trío» (Alfaguara) es una novela que aborda el sentido de la vida y cómo influye el papel social en la intimidad. De fondo, una cuestión que aventuró Camus: ¿Merece la pena vivir? «Quería explorar la vida oculta. Todos poseemos una que solo nosotros sabemos cuál es. La esencia de nuestra naturaleza es secreta. En la vida pública estamos actuando y nos comportamos de una manera o de otra dependiendo de con quien estamos. Pero dentro de nosotros existe una esencia privada. Esa sea nuestra verdadera naturaleza. En el libro, hay tres personas que ven cómo a lo largo del 68, la vida pública los domina. Es una investigación de la psicología humana. Como dice Chéjov, la vida interesante es la secreta».
–¿Por qué ese año?
–En 1968, yo tenía 16 años. Al igual que en 2020, el mundo cambió ese año y se convirtió en un lugar tenebroso. La gente entró en pánico, menos en Gran Bretaña. Pensemos en Vietnam; en mayo, en Francia. Sucedió igual en Italia y Alemania. Se mató a Martin Luther King y se produjeron los tumultos sociales más importantes de Estados Unidos. La URSS invadió Checoslovaquia. El planeta se convirtió en un lugar tumultuoso, menos en Inglaterra, donde tomábamos drogas, íbamos a fiestas... los locos sesenta.
–La vida privada ha desaparecido hoy en día.
–La gente presenta hoy su vida a los demás. En Gran Bretaña, además, nos vigilan en las calles, se nos escruta, observa... por eso debemos valorar que la vida interior es lo más precioso que hay. Pero esto también sucede en la autoficción, donde la gente cuenta su vida como si fuera ficción. No sabemos los límites de la verdad. Pero continúa habiendo algo en el interior que solo es nuestro, que está rodeado de una muralla a la que nadie tiene acceso. Los secretos íntimos solo los sabe uno. Hay algo esencial en el hombre que va más allá de la personalidad, algo que es privado.
–Hoy estamos preocupados por mostrarnos.
No participo en las redes sociales. Me da la sensación de que esas vidas son una ilusión de vidas que se vive: Qué maravillosa es mi casa, mi cena, mi coche... esta presentación de una vida para que sea admirada es falsa. Es una personalidad que construimos para los demás. Es una idea antigua, pero con las redes sociales se ha descontrolado. Yo tengo pocas fotos de mis años en los sesenta. En cambio, la cantidad de “selfies” que se hacen hoy... cuantas más fotos nos hacemos, más insignificante se vuelve uno. Si nos sacamos quinientas fotos a diario, ¿cuál será la imagen que dirá algo de nosotros? La sensación, con las redes sociales, y quizá exagere, es que han entrado en una dinámica destructiva. Cada uno parece cada vez menos valioso o importante. Ya hay muchos que se están retirando de ellas porque muchas de ellas van en contra de nosotros. Hubo una explosión, pero esto ha ido muriendo. Si algo se convierte en algo común, la gente buscara algo más explosivo. Tengo la sensación de que la retirada de las redes ha empezado.
–¿Por muchas máscaras que usemos, siempre hay cosas que escapan a nuestro control?
Estoy de acuerdo con eso. La suerte y la mala suerte es un tema de la novela; cómo los hechos, de una manera aleatoria, provocan cosas que nunca habríamos predicho. La felicidad presente es muy frágil y puede romperse enseguida. Todos caminamos sobre una capa de hielo y esto nos hace valorar más el presente. Esto hace que seamos más conscientes y mi libro refleja cómo un momento de mala suerte puede destruir toda la vida planteada. Esto forma parte de la condición humana. Se tendría que aprovechar lo que estamos viviendo y dejar lo demás para mañana. Y quizá si hiciéramos esto, seríamos mejores, porque ahora todo es aleatorio, absurdo y cruel. Tenemos esta presentación de uno mismo ante los demás como un ser feliz que no es más que una máscara, un sueño de las masas. Todos sabemos que la condición humana no se presta a eso.
–¿Es la literatura el medio más eficaz para acercarnos al otro?
–Sí. Es paradójico, pero si uno quiere saber de verdad quién es un individuo; si uno quiere acceder a la vida oculta de una persona, nunca lo hará mejor que a través de una novela, porque un novelista confirma quién es un personaje. El acceso a la vida secreta en ficción es lo que explica todavía la potencia de la novela, por lo que se siguen escribiendo novelas. Si un hermano o un amigo suyo escribiera un libro y lo leyera, lo entendería mejor. Eso solo se puede hacer a través de la novela.
–Antes el cine y literatura parecían más libres.
–Es verdad en el ámbito del cine, no en la novela. En 1968, uno podía escribir lo que quisiera. Estas artes son industrias y la forma artística de la novela no está tan dominada por procesos industriales como los del cine. Si vemos la historia del cine y observamos las películas de los 60 y 70, parece que fueron hechas en una edad de oro. Hoy no las podríamos hacer, no solo por el tema, sino porque se considerarían poco comerciales y no darían rentabilidad. Antes, los estudios americanos, invertían en la industria fílmica británica para que se hicieran estos filmes, aunque muchas fracasaban en la taquilla. Pero hoy la comercialización ha entrado en todas partes. En cuanto a la novela, la que es buena, solo ha gustado a unos pocos a lo largo de la historia. A pesar de eso siempre se han podido escribir.
–¿Ahora influye lo políticamente correcto?
–Uno es consciente de lo que uno puede decir o no. Esto actúa como una autocensura y se cuela en el inconsciente. En los ochenta se escribían novelas que ahora no serían aceptables. Uno debe tener cuidado por dónde va para no toparse con estos agentes de la cultura. Es más interesante escribir sobre el pasado para evitar las presiones actuales. Mi siguiente novela está ambientada en el siglo XIX. Cuando uno piensa en la sociedad británica de entonces se da cuenta de que era muy represiva. Había cosas que los artistas no podían hacer ni decir. Para mí es interesante volver a un tiempo en que no tengo que preocuparme por lo que es políticamente correcto o no.
–Tampoco hay ideologías como las del 68.
–El espíritu de los sesenta era distinto, sobre todo cuando pasó a los setenta. Ahí es cuando acudí a la universidad. Los setenta fueron una década más política, de más de compromiso, de más seriedad, que la anterior, que solo era “pásalo bien y vive”. Las protestas y manifestaciones eran para mejorar las maneras políticas y avanzar en lo social. Hay diferencias entre aquel tiempo y el actual. Ahora existe una obsesión de comprar, de gastar, que no había en los famosos 60 y 70.
–¿No tocará temas actuales?
–Cuando me preguntan si escribiría sobre la pandemia, respondo que en absoluto. Hoy todo cambia muy rápido y todo se queda obsoleto enseguida. Uno tiene que confiar en los hechos que cuenta y describe. La vida moderna va a demasiada velocidad para plasmarla de forma artística. La narrativa contemporánea, y muchas expresiones modernas, caerán en la obsolescencia.
–Después de los idealismos de los sesenta, el Brexit.
–Estoy en contra del Brexit. Es un desastre para el Reino Unido. Somos los tontos que no estamos en ese club. La UE sigue existiendo. Los sistemas políticos tienen errores, pero si se echa la mirada atrás, vemos que el populismo es catastrófico para cualquier país. Trump no hacía más que pensar como Hitler. Hizo todo lo que hizo Hitler en los años veinte y treinta: decirles a los americanos que son el mejor pueblo del mundo. Pero no es una realidad. Es una ilusión decir a la gente que es más importante que el resto. Cuando la pandemia pase, se verá cómo se ha debilitado el Reino Unido. La gente ha perdido la razón.
–Hay desencanto.
–La democracia no es el mejor sistema, pero es mejor que el fascismo. Ha ido evolucionado y puede mejorarse. Podemos saber qué mensajes son falsos y cuáles no. La gente no aprende de la historia. Estamos condenados repetir los mismos errores. Los británicos lo hemos demostrado al irnos. Lo pagaremos caro. La fantasía de que Gran Bretaña pueda recrear la posición que tuvo el siglo XIX es absurda, pero la gente la ha votado. Luego habrá votar para que nos vuelvan a admitir en la UE, que es lo único que, realidad, tiene sentido. Jamás hay que ofrecer a la población un destino que no se corresponda a una realidad. Nunca se puede ofrecer un sueño que sea imposible y no se pueda cumplir. Hay que apostar por un debate que sea serio y no descabellado. El Brexit no se corresponde con la realidad. Es una fantasía británica. Se nos engañó.