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“La corrección política es un virus pernicioso que viene a resucitar la censura”

Catedrático de literatura comparada y miembro de la Real Academia Española, ahora publica «De los trabajos y los días», una obra con carácter de semblanza personal donde reflexiona sobre la influencia de la tecnología y la educación y literatura actuales
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Darío Villanueva ha escrito «De los trabajos y los días» (Universidad de Santiago de Compostela), un libro de múltiples asideros, rico en aristas, donde repasa su biografía intelectual y los jalones que ha recorrido. Una obra de apariencia formal, pero liberada de formas, con un aire académico, pero sin ataduras academicistas ni tampoco incardinado a reglas, que contornea su semblanza humana y profesional, y nos ofrece el tapiz de sus experiencias, pensamientos e influencias. No son las memorias caprichosas de un profesor de literatura comparada, sino la reflexión acertada de un intelectual con poso y fondo, que echa una mirada atrás, recapacita, medita y concluye. Una obra en la que habla de enseñanza, de las crisis humanitarias, del mundo editorial, del canon de la literatura (con George Steiner y Harold Bloom al fondo), pero que también menciona a Emilio Alarcos, Francisco Ayala, Umberto Eco, Lázaro Carreter, Alonso Zamora Vicente, Cela o Torrente Ballester. Un libro que simultanea el galleguismo con la ética del cosmopolitismo y que deja entrever sus desvelos.
–¿Hay que aprender a leer literariamente otra vez?
–Lo relaciono con otro concepto, ya que usamos «pos», posmodernidad, posverdad, también habría que decir «posliteratura». Ahora se está suplantando la literatura auténtica por un sucedáneo que se ve como literatura y la gente la lee autojustificando que está leyendo literatura cuando es un producto de una factoría cultural donde los escritores son como obreros al servicio de la fábrica, proporcionando materia prima. Esta «posliteratura» es efímera, de usar y tirar, con ninguna voluntad de perdurar, a diferencia de la literatura auténtica. Machado decía que la poesía es la palabra esencial en el tiempo. La literatura era el discurso del escritor para que tuviera perdurabilidad y encontrara lectores después de que él hubiera desaparecido. Ahora en las librerías los libros tienen una vida corta. Si se venden bien, durante dos meses, perfecto. Si no desaparece y es difícil saber de ellos. Estos libros ya no se editan después. No se hacen obras completas de literatos «posliterarios». Y esto impone que la actividad del lector sea poco exigente, porque son textos romos, con un estilo simple y previsible. La lectura literaria es la lectura de la literatura con un poso, que obliga a reflexionar, donde el lector coopera con la obra a través de la memoria, la cultura y la sensibilidad. Esto sería algo que la educación tendría que reforzar.
–¿La tecnología ha influido?
–Hay estudios sociológicos y psicológicos de pedagogos que dicen que las generaciones del universo digital, los nativos, tienen una capacidad de concentración de lectura de un texto muy limitado en el tiempo. Su organización mental está determinada por el acceso al contenido de internet donde se salta de una información a otra y que los condiciona a la hora de enfrentarse a doscientas o trescientas páginas, donde hay que mantener el hilo y dedicar una concentración grande. Este es un condicionante documentado y se está detectando como influencia de la tecnología digital en la configuración mental de los jóvenes.
–¿La consecuencia?
–Esto tiene alcances considerables. Un gobernante como Trump ha sustituido la manera habitual de comunicarse de los mandatarios con la gente. De los discursos se ha pasado a las declaraciones por tuits. Trump, a través de Twitter, ha estado moviendo los hilos del mundo, y lo que se estudia como «discurso de Trump» es de una pobreza máxima: número de palabras reducida, carencia de matices, de adjetivación... Y es cada vez más habitual. La tecnología ha cambiado la relación de nuestros sentidos con la realidad. Esto ha sido siempre así, pero nunca ha habido una tecnología tan poderosa como la que ahora tenemos. Platón recoge en el diálogo de Fedro el mito de Thamus y Theuth. El rey Thamus le reprendió porque había descubierto la escritura. Le dijo que a causa de la escritura se perdería la memoria. Era una idea inspirada en Sócrates, un filósofo ágrafo, del universo de la oralidad, pero hoy la tecnología digital es más absorbente y prepotente que la escritura en su momento. Basta con ver la dependencia de la gente de los medios digitales, donde el teléfono es un ordenador y un apéndice no del oído sino del cerebro. Ahí está problema.
–Alerta del riesgo de que la tecnología nos aleje del conocimiento genuino.
–No soy apocalíptico, y no soy contrario a la tecnología porque sería absurdo y porque creo en el progreso de la humanidad, pero no oculto los efectos negativos. Todo tiene dos caras. Recuerdo una campaña en EE UU contra las vacunas dentro de este negacionismo de lo científico, del que participó Trump antes de ser presidente. Se corrió la mentira de que las vacunas estaban relacionadas con el autismo. Una mujer famosa de la tele americana apoyaba esto. Era madre de un niño autista y sostenía que lo era por haberle vacunado. Lo fundamentada porque, decía, «mi título me lo ha dado la universidad Google». Lo que Google representa es algo prodigioso. El problema es que en este ciberespacio se mezclan las patrañas y los bulos con la verdad. Tienen igual autoridad. Esta aleatoriedad y superficialidad dominan en la red.
–Habla de la literatura comparada. Es la literatura contra la literatura para levantar fronteras del nacionalismo.
–Es curioso que fueran coetáneos dos intelectuales como Goethe, que pensaba en la literatura del mundo, y Herder, que propiciaba la idea de que literatura era la expresión y el espíritu del pueblo, que cada literatura era inconfundible y privativa frente a las demás. Herder fue usado por el nazismo para defender su racismo. Eso existía y sigue siendo así. Es la contradicción de un momento de fronteras abiertas, en el que, de nuevo, tenemos que hablar en muchos países del bilingüismo. No es que convivan dos idiomas, sino que la población tiene el dominio de dos idiomas. Frente a ello hay personas que presentan el bilingüismo como algo rechazable.
–¿Y cuando sucede eso...?
–...siempre hay una lengua repudiada. La política de estas mentalidades es erradicar esta lengua, porque la pureza pide un pueblo, un estado, una lengua. Es anacrónico. Es reaccionario. A veces surgen políticas de izquierdas que defienden además estas ideas, que son reaccionarias. Pero que conste que existen muchas voces que denuncian esto. La relación con la literatura comparada es que nace en el siglo XIX con una voluntad liberal, de apertura cosmopolita, en contra de la cerrazón del romanticismo político que alienta la configuración fuerte de las naciones. Hacia 1830, en Europa, nacen voces que frente al concepto riguroso de una literatura nacional proponen una literatura universal. Hay países en Europa que florecen por razones obvias, como la Confederación Helvética, donde conviven el francés, el alemán y el italiano... que sirven para la expresión de los ciudadanos de este país.
–Shakespeare, Homero, Cervantes forman parte de la cultura de todos.
–Ortega y Gasset decía que el gran drama humano es elegir entre una cosa y otra perpetuamente cuando lo natural es no renunciar a nada. Por ser gallego no renuncio a sentirme español, europeo y ciudadano del mundo y no comparto el intento de otros por obligarme a elegir. Es posible que se esté perdiendo parte de este bagaje por estas posiciones nacionalistas. Con este nacionalismo irracionalista sobreviene la pérdida de una noción que es la universalidad de la condición humana. El ser humano posee características que lo identifican con los demás individuos de la especie más allá de la religión y otros aspectos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos asegura que todos somos iguales por nuestra condición humana. Es lo que reclama y lo que hay en el Siglo de las Luces, la iluminación de la razón. Viene de la Revolución Americana y Francesa, con el cambio del viejo régimen por el nuevo. Entonces vino una renovación de la libertad de expresión y el pensamiento.
–Ahora tenemos lo «políticamente correcto».
–La corrección política es un virus más pernicioso que la Covid-19. Está resucitando la censura de una manera perversa. Siempre ha habido censura, pero desde instancias identificables, desde el poder, un Estado, un rey, la Iglesia... la corrección política está en un segundo nivel. Viene de entidades vagas que podíamos identificar en la sociedad civil. Un grupo decreta que algo no se puede decir y además tiene instrumentos coercitivos para imponer sus criterios.
–¿Y es peligroso?
–Este año, en Estados Unidos se ha producido un movimiento de cientos de intelectuales de primera fila que han llamado la atención en contra de la llamada «cancelación», que es la venganza contra ciertas personas por no ser políticamente correctas, destruyendo su prestigio y reputación. Existen casos terribles. En Princeton, un español apellidado Alonso, profesor de Lengua Española, fue denunciado por un alumno por una expresión que él consideraba incorrecta por parecerle sexual. La expresión fue «deja de tocarte los cojones», que como todo el mundo sabe no tiene ninguna connotación sexual y quiere decir algo diferente. El alumno lo denunció por acoso. Fue sometido a inspección y, a pesar de que tenía una gran consideración, fue despedido. A las dos semanas se suicidó. Esta «cancelación» produce enormes daños.
–Y esto no proviene de un Estado.
–No lo ejerce un gobierno. Antes, el franquismo te llevaba a la cárcel, pero esta corrección política contiene resultados igual de temibles y ataca la esencia del idioma. Ahora hay que morderse la lengua. Menciono la posibilidad de estar en los umbrales de una «poslengua», donde existen palabras y estructuras gramaticales que quedan prohibidas porque alguien lo decide. Es un asunto de extraordinaria gravedad, porque cuando creíamos que la libertad de expresión triunfaba en nuestros países, nos encontramos que renace esta corrección política desde la prepotencia de unos supuestos voceros del pueblo y esto nos lleva al populismo.
–¿Qué opina, como ex director de la RAE, de la Ley Celaá?
–Suscribo el comunicado de la Real Academia Española. Estoy de acuerdo y creo que había que hacer ese llamamiento porque estamos jugándonos algo muy importante: la convivencia pacífica entre lenguas que la constitución de 1978 consagró de una manera como nunca antes se había recogido. Ninguna Constitución, salvo la del 78, reconoció la cooficialidad de las lenguas y propició tanto unas leyes de normalización lingüística. Esto ha dado pie al desarrollo de medios de comunicación en estas lenguas oficiales y un sistema literario potentes para ellas. Es algo incomparable, como nunca antes. La realidad es que son lenguas que conviven perfectamente porque la población las asume y las puede usar.