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Robin Wright, de princesa prometida a directora salvaje

La actriz estrena y dirige su primera película tras su paso por el Festival de Sundance
Daniel Power / Focus Featuresla razon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Entre las encriptadas e impredecibles formas que tenemos los seres humanos de enfrentarnos a la muerte del ser amado, Joan Didion –que algo sabía de la gestión orgánica de la pérdida– advierte en uno de sus libros más subrayados, “El pensamiento mágico”, que no es posible conocer la magnitud del sufrimiento si no se ha experimentado nunca en primera persona. “No podemos saber –y ahí reside la diferencia fundamental entre cómo imaginamos el dolor y cómo es en realidad ese dolor – la interminable ausencia que sigue al hecho en sí, el vacío, la absoluta falta de sentido, la inexorable sucesión de momentos en los que nos enfrentaremos a la experiencia del sinsentido”, asegura la escritora estadounidense.
Ese tiempo suspendido en una línea imaginaria que se solidifica tras la desaparición y se convierte en el vacío mencionado por Didion, en una desorientación patológica que se instala en el interior del sujeto, hay quien lo gestiona con psicólogos, terapias, pastillas, incorporación de aficiones nuevas, cortes de pelo, derramamientos masivos de lágrimas o cambios de vida radicales. En el caso de la actriz Robin Wright –esa inolvidable Jenny de “Forrest Gump” o la dulce Buttercup de la icónica cinta de finales de los 80 que fue “La princesa prometida”– opta en su bautismo cinematográfico como directora, “En un lugar salvaje”, por la montaña como salvación. De esta manera, la recién estrenada realizadora (que al mismo tiempo también protagoniza el filme) bebe obscenamente de experiencias cinematográficas similares como la dirigida por Sean Penn en 2007, “Hacia rutas salvajes” o “Alma salvaje”, aquella película capitaneada por Reese Witherspoon en donde la joven mochilera sobre la que gira el grueso de la trama decide recorrer más de mil kilómetros por un inabarcable sendero de la costa del Pacífico para desquitarse del dolor y la culpa que porta consigo después de vivir una importante pérdida.
La vida en soledad
Edee Holzer, a quien da vida Wright, es una mujer que tras sufrir una pérdida familiar vinculada a su marido y su hijo pequeño en un episodio que inicialmente no se revela –pero que durante el transcurso de la historia resulta más o menos intuible– apuesta por reencontrarse con el espíritu salvaje del ermitaño que duerme en nuestros orígenes y compra un terreno en los remotos enclaves naturales y montañosos de Wyoming con una cabaña avejentada de madera incluida. “Podría verse como una opción egoísta lo de huir de la realidad. Sin embargo, esta película no trata de alguien ahogándose en su propio dolor. El camino que Edee toma está cargado de dificultades mortales y, día tras día, decide hacer lo más humano: luchar por la supervivencia”, reconoce Wright.
Con un semblante en perpetua afectación invadido por la tristeza, Holzer abraza la sobriedad que solo la vida en soledad otorga y poco a poco se va acostumbrando a esa renuncia voluntaria de los medios materiales asociados a la civilización (como el móvil del que se desprende al comienzo del retiro, la electricidad de la que prescinde en la cabaña o el coche que solicita que se lleven cuando se instala). Aprende a relacionar su precaria subsistencia sin suministros y sin experiencia previa alguna con los impredecibles designios meteorológicos y el transcurso del tiempo con los cambios que se van produciendo en el entorno a medida que las estaciones se van sucediendo. Cortar leña, cazar un ciervo o introducir su cuerpo en una bañera de latón mientras el sol se esconde tímido para poder asearse pasan de ser los tips de supervivencia de un manual sobre los peligros de la montaña de un aventurero principiante a la realidad agreste -y ligeramente edulcorada- de la protagonista.
Ese hermanamiento progresivo con una naturaleza hostil y poderosa, lo explica la directora de la siguiente manera: “La supervivencia en la montaña donde Edee se establece conlleva muchos más desafíos de lo que ella esperaba. No se puede subestimar a la Madre Naturaleza. Cuando el río fluye, lo hace con mucha más fuerza de la que imaginamos. Creemos que podemos predecir la fuerza de los vientos y de la nieve, pero hasta que no lo vivimos no tenemos ni idea del poder de los elementos. Edee se enfrenta a retos físicos para los que apenas está equipada. Y no se rinde; si la naturaleza acaba matándola, que así sea”, indica.
Pero a medida que la soledad de Edde se renueva con la bonhomía de un lugareño que abastece de agua limpia una reserva indígena cercana y la catarsis personal avanza, la concepción de hogar luce más factible, el paisaje empieza entonces a parecer un lugar habitable. El dolor se oxigena y se vuelve poroso, pese a traducirse hacia el tramo final en un gratuito y pedagógico regodeo en lo dramático al más puro estilo americano. Y es que, tal y como señala la cineasta, pese a que cada duelo es individual, todos tendemos a “proyectar unas expectativas sobre cuándo nos sentiremos “mejor””. Porque en el fondo, la tristeza, la pena, lo negro, también nos agrega como sociedad.

La superheroína de Zack Snyder

Los devotos de las sagas cinematográficas de superhéroes y, más concretamente, los fanáticos irredentos de “La liga de la justicia”, la saga de DC adaptada por el incombustible Zack Snyder, sabrán que Robin Wright, además de adentrarse en el mundo de la dirección con el estreno de “En un lugar salvaje”, posee una versatilidad como actriz lo suficientemente reseñable como para meterse en la piel de la venerada Antíope, una figura clave en Wonder Woman que participó en la segunda entrega del director. Por el momento, eso sí, parece que habrá que esperar para verla de nuevo enfundada en su traje de amazonas.