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Un “Lago de los cisnes” lleno de belleza y magia

El Ballet de San Petesburgo emociona y conmueve en su residencia en la madrileña Gran Vía, en el Teatro EDP
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La Razón

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El Ballet de San Petersburgo regresa a Madrid con un Lago de los Cisnes espectacular en los estertores de una pandemia que ha llevado a la población mundial al terror, miedo y pánico. A falta de un Bocaccio que cree el nuevo Decamerón de la pandemia del siglo XXI, como la de aquella peste negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV, tenemos el refugio de la música de Piotr Tchaikovsky y de las estrellas de un ballet reconocido ya mundialmente, creado en 1994 por el afamado solista y coreágrafo Andrey Batalov.
Las novedades de esta temporada están en sus solitas principales; María Yakovleva, que hasta el día ocho representa el doble papel de princesa-cisne blanco -Odette- y de cisne negro -Odile-, y de Vladislav Kozlov como príncipe Sigfrido a partir del ocho de julio (estas primeras funciones el solista es Ievgen Lagunov). Desde el día del estreno (29 de junio) el público está vibrando con el virtuosismo clásico del cuerpo de baile de este Ballet, que conjuga armonía y belleza en fase de perfección; el malvado brujo Rothbart (Alexander Balán) está soberbio, al igual que el saltimbanqui y alegre bufón (Stanislav Varankin). Además, resultan de gran belleza plástica los conjuntos del paso a tres, de las novias, las danzas de los cisnes pequeños y grandes, así como los cuadros dedicados a la música napolitana, húngara, polaca y española, que se sienten especialmente elevados. Ekaterina Bortiakova será la solista a partir del ocho, de la que aún recordamos su sublime danza de encantamiento de temporadas pasadas. Verlos a todos bailar y calcular sus pasos de danza en un espacio tan reducido, con el calor de los focos que reblandecen el suelo de linóleo sobre la que las zapatillas no deslizan, es un reconocimiento a su gran profesionalidad.
El lago de los cisnes es la obra universal más representada desde su aciago estreno en el Bolshói en 1877, al recibir Tchaikovsky un revés a su música por unas piezas de ballet que no estaban bien adaptadas. El libreto, que puede ir de Alemania a Rusia, según interese, representa no ya un cuento de hadas, sino la realidad del conflicto permanente del ser humano entre el bien y el mal y el amor, con el triunfo del amor, lo que no suele darse en la realidad. La magia en este caso, además del maligno Rothbart, la produce Tatiana Solovieva, al traer una temporada más a tan extraordinario Ballet, y por crear en el año de aislamiento su magnífica biografía Entre dos orillas (TS Producciones, SL), de imprescindible lectura para todos los profesionales y aficionados al mundo cultural del ballet.
El lago de los cisnes en el Teatro EDP, Gran Vía 66, hasta el 8 de agosto

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