Juan Diego Flórez, un gozo para el oyente
Nada menos que 45 minutos de propinas dejó el tenor peruano en su espectacular actuación en el Teatro Real
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Obras de Schubert, Bellini, Rossini, Tosti, Donizetti, Verdi y Puccini. Intérpretes: Juan Diego Flórez, tenor y Vincenzo Scalera, piano. Teatro Real. Madrid, 12- IX- 2021.
Aunque la inauguración de la temporada del Teatro Real sea el día 23 con «Cenerentola» y la presencia de los Reyes, tenía una traca previa: Juan Diego Flórez y Anna Netrebko en días sucesivos. Lamentablemente la soprano hubo de cancelar a causa de la salud de su padre, posteriormente fallecido. Nos quedó Juan Diego en una noche absolutamente triunfal que seguro le habrá quitado el amargo regusto de alguna otra ocasión. Decía un amigo que no le gustaba nada el programa y otro que no se puede empezar un recital por la mejor música de toda la velada. Ambos tenían parte de razón, pero el primero empezó a gritar «bravo» tras ese aperitivo que el segundo habría preferido como propina. Me refiero a tres maravillosos lieder de Schubert, que tampoco hubieran sido oportunos en el jaleadísimo ambiente final que se generó, con nada menos que casi cuarenta y cinco minutos de propinas, que compensaron sobradamente las objeciones que se hubieran podido tener con el programa oficial.
A estas alturas poco se puede decir del tenor peruano. Siempre supone un gozo para el oído. Es quizá el único con el que se puede estar tranquilo aborde las diabluras que desee. Sin vibrato molesto, con agudos limpísimos –¿cuántos «does» colocó?–, con su facilidad en las coloraturas de la intrincada aria de «Semiramide», con su fiato amplio del imprescindible «Cucurrucucú», con el fraseo modélico del «Duque de Alba», con la cada vez mayor intensidad expresiva puesta a prueba en «Le Villi»... un placer escucharle durante casi dos horas con el eficaz acompañamiento al piano de Vincenzo Scalera.
Vinieron luego las innumerables propinas ante un auditorio que era en sí mismo un espectáculo: «Werther», «Rigoletto», «Core n’grato», el popurrí peruano de Chabuca Granda con su guitarra coronado por el citado «Currucucú» y, tras un impecable «Nessun dorma» que aportaba poco porque requiere más peso vocal, toda una lección final de canto con «Una furtiva lagrima». Uno, con sus años, no pudo evitar recordar a un Pavarotti en plenitud en un recital similar en el mismo escenario. Un amigo me aconseja que en vez de ir a la ópera vaya a un reclinatorio, pero creo conveniente que los jóvenes sientan curiosidad y se acerquen a Youtube para conocer el por qué de la fama de la que gozó el tenor de Módena. Un presente soberbio no puede significar enterrar un pasado espectacular.