Carta a los Reyes Magos
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Queridos Reyes Magos, aunque no se si dirigirme a vosotros como “Queridos y queridas Reyes y Reinas Magas”, ya que ando algo despistado y no se si hago mal en utilizar el masculino plural como indica la Real Academia de la Lengua, me he quedado anticuado en los nuevos protocolos sociales o he de quejarme a quienes redactaron las Sagradas Escrituras para que en una próxima edición incluyan a una y media Reina Maga, para que exista paridad.
El caso es que el equipo que realiza habitualmente las críticas de música clásica en este diario tiene muchos deseos que les gustaría pediros, en la esperanza que vais a ser generosos, además de progresistas, porque muchos de ellos no ampliarán el déficit ni la inflación y hasta quizá alguno os lo proporcionen los fondos europeos.
Reconocemos un cierto desánimo a la hora de elaborar este año nuestras peticiones, tal vez porque el año ha traído muchos reveses y porque algunos de estos regalos, pedidos insistentemente año tras año, siguen pendientes.
Recojo yo aquí nuestras peticiones, muy genéricas esta vez, y os dejamos, junto a los zapatos, algunas vituallas para vosotros y para para vuestros pajes -por cierto y cuidado ¿los tenéis en nómina o son eventuales?- y camellos, que posiblemente la futura ley de animales no permita que os acompañen el año que viene cargando tanto pesado regalo.
- Pedimos kayros. Que se multipliquen los kayros musicales, esos momentos que según los griegos transformaban al individuo en algo mejor, y que de pura belleza hacen que todo esto merezca la pena: ese silencio de casi dos minutos de Abbado al acabar la 9ª de Mahler, ese peso en el aire entre bis y bis de Sokolov, esas lágrimas reales del cantante de Rodolfo tras la muerte de Mimí porque él también acaba de perder algo.
- Pedimos divulgación. En prosa, en verso, con vídeos, con audios, en conferencias o en letras de trap... todo lo que sea necesario para que la gente perciba como cercano el hecho musical, que entienda y se emocione no sólo con lo “bonita” que es la música sino con el privilegiado dibujo dramático de Händel, con la inocencia dibujada de Puccini, con la belleza como ideal imposible de Britten, con la rabia interpuesta de Miles Davis. Divulgación para multiplicar emoción.
- Pedimos cercanía. Que vuelva el abrazo entre los músicos del escenario al acabar el concierto. Ya lo dijimos en estos regalos de reyes hace unos años: la etimología original de la propia palabra “concierto” es “llegar todos juntos a un lugar”. Celebrar con un abrazo haber llegado sanos y salvo al final de una sinfonía de Brahms me parece conmovedor, saludable, necesario.
- Pedimos terapeutas. La música, la cultura, el arte... habrían de estar por encima de problemas personales de ego que, sencillamente, precisan de tratamiento médico. Debo ser un completo iluso, pero me siguen revolviendo el estómago las luchas continuas porque nombres y cargos aparezcan en negrita y con tamaño de fuente inmenso, o la proliferación de portadas pagadas que se venden como logros personales en una carrera musical.
- Pedimos oportunidades. Para escuchar más a las calladas y a los olvidados. Normalizar otros nombres, que sigan sonando Boulangers, Corsellis, Hensels, Torres y el largo etcétera de autores y compositoras de presencia tan limitada. Es como estar mirando las cataratas del Iguazú desde la mirilla de una puerta cerrada. Abramos las puertas, por favor. Gonzalo Alonso y Cia