Los bárbaros
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Macron ha ganado las elecciones, pero los seguidores de Marine Le Pen continúan ahí. El político es un ser de memoria flaca y desidiosa. Una vez ha ganado unos comicios, provinciales, generales, autonómicos, que ahora hay de todo tipo, tiende a descuidar las promesas de campaña y a olvidar que los votantes de sus oponentes siguen escuchándose en los bares, los supermercados, las juntas de vecinos y las urgencias de los hospitales, que últimamente dan para poner a escurrir a mucho político de cercanía. El historiador José Álvarez Junco, que estos días publica libro, sostiene que a los estudiantes hay que explicarles qué es la libertad, sobre todo ahora que van despistados con las junglas de las redes sociales, y enseñarles su práctica antes de que vengan los populistas de turno con cuatro eslóganes y les vendan alguno de sus paraísos perdidos. Se ve que las libertades no son solo ideas para exhibir en las pancartas de las manifas y quedar bien con la parroquia de turno, sino que también es un ejercicio pragmático y de uso diario. Parece que es este asunto de la praxis lo que se le atraviesa a más de un atrincherado en sus verdades ideológicas y capitales. El maestro no falta a la verdad al considerar que la libertad, y su marco político, es una pedagogía y no solo una gimnasia teórica. La democracia es una conciencia que hay que cuidar y que los políticos descuidan a menudo. Es algo que hay que inculcar en la testa del ciudadano si no queremos que después vengan las extremas derechas y las radicales izquierdas para asaltarnos las alcazabas del poder y echar abajo lo logros obtenidos. Corren unos tiempos en que vuelve a ser necesaria una alfabetización democrática, que es con frecuencia lo que dejan de lado los ministros y ministrables cuando las urnas los han elegido. Eso sí, después, ellos mismos se asustan de que sus elíseos estén rodeados de bárbaros.