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Libros

Luis Landero: «A veces lo que escribo me parece lo mejor del mundo y otras, una birria»

El escritor gana el Premio Nacional de las Letras 2022 por «ser un extraordinario narrador, creador de numerosas ficciones con personajes y atmósferas de gran expresividad»

El escritor Luis Landero /Foto: Manuel Olmedo
El escritor Luis Landero /Foto: Manuel Olmedolarazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@40deb465

La noticia sorprende a Luis Landero en medio de los meandros y sinuosidades que suelen acompañar los viajes. «Estoy contento -afirma-, un poco desbordado por las llamadas y los mensajes». El novelista comenzó a escribir a una edad temprana, aunque empezó a publicar cuando frisaba los 40 inviernos, como si, al fin y al cabo, los jalones que traen la vida necesitaran de un punto de sosiego y una pausada reflexión para decantar en la escritura lo que es obvio, lo que resulta esencial y separarlo de lo innecesario y lo superfluo. Landero, que cuenta con una trayectoria envidiable, con títulos esenciales, como «Juegos de la edad tardía», «El guitarrista», «Retrato de un hombre inmaduro» o el meditativo «El huerto de Emerson», recibió el Premio Nacional de las Letras españolas 2022. El jurado se lo ha concedido por «ser un extraordinario narrador, creador de numerosas ficciones con personajes y atmósferas de gran expresividad». Pero también se quiso resaltar lo que es más crucial y evidente para cualquier lector que se haya inmerso en cualquiera de sus obras: «Su excelente escritura recuperando la tradición cervantina con dominio del humor y la ironía e incorporando con brillantez el papel de la imaginación». Un reconocimiento que viene a subrayar y destacar a uno de nuestros grandes narradores.

¿Un premio conlleva echar una mirada hacia atrás?

Para echar la mirada hacia atrás ya no me hace falta un premio (risas). Estoy contento, por supuesto, sobre todo conmigo mismo, porque considero que en este tiempo siempre he escrito con la misma pasión y el mismo compromiso que tenía a los 15 y 16 años. He escrito siempre y siempre he intentado hacer las novelas lo mejor que sé y contar lo que tengo que contar. Esta entrega incondicional al oficio es algo que sí se valora ahora, porque me doy cuenta de que he hecho justo lo que tenía que hacer, mejor o peor, pero dando lo mejor de mí. Si encima te dan un premio por eso y te reconocen esa labor, se agradece, por supuesto, sobre todo entre las personas que, como yo, no somos seguras y estamos llenos de dudas. Un reconocimiento es algo que te anima, te congratula y hasta, en ocasiones, te pacifica.

¿No es usted seguro?

Hay que entender esto. Lo soy al escribir, pero después, en ocasiones, sí soy inseguro. A veces lo que escribo me parece lo mejor del mundo y otras, una birria. Todo artista es inseguro, no en el momento preciso de hacer las cosas. Ahí uno tiene que ser soberano, fuerte, pero luego, a la hora de compararlo con lo que ya se ha hecho y con lo que te hubiera gustado hacer... es distinto. Ahí siempre te quedas corto. En fin. Soy más bien inseguro, aunque los inseguros tenemos mucha energía. Cuidado. Y una cosa: si soy fuerte es porque soy inseguro.

¿Lo duro de escribir?

Escribir no es duro, es gustoso, es como el niño cuando juega. En mi caso, me hice escritor para prolongar la infancia y seguir siendo el niño que una vez fui. Lo más duro es decir lo que no se puede decir, llegar a la perfección, al máximo, decir lo indecible, lo inefable, este afán que existe en todos los artistas y que todos los escritores intentamos. Es como en el mito de Babel. Unos han subido cien pisos, otros cincuenta, otros llegan a los ciento y pico, pero ninguno llega al cielo y ese es el desasosiego, porque a todos nos encantaría alcanzarlo, expresar el mundo interior del mundo que existe dentro de uno mismo, pero es casi imposible decirlo. El arte se acerca, pero siempre queda esta especie de impotencia entre lo que uno dice y lo que a uno le hubiera gustado decir. Quizá eso es lo más duro.

Empezó pronto y publicó tarde.

Fui un escritor prematuro. Estuve en la farándula, metido en una vida, y hasta los treinta años, viví. A partir de esa edad me enclaustré en el convento de la literatura. Sí, publiqué tarde, porque tenía una proyecto literario y lo que sucedió es que me equivoqué para varias veces al abordarlo.

Una vida entregado a la literatura.

No entendería la vida sin escribir. Ahora la literatura es esencial. Mi vida sin ella sería nada. Forma parte de mi proyecto de vida, de un modo muy fuerte, muy primario, desde los quince años. En mi caso, la literatura y la vida se confunden.

DE HÉROES Y BUFONES
Por Toni Montesinos
Su debut como narrador fue tardío, pero no pudo ser más contundente, deslumbrante por un estilo, un uso del lenguaje que acabó siendo excepcional, lanzando una trama novelesca humorística y melancólica, lúdica y cervantina, la maravillosa “Juegos de la edad tardía”, en 1989. Luis Landero, incluso en textos como el reciente “El huerto de Emerson”, aporta algo crepuscular pero alegre, siempre luminoso, como si quisiera celebrar la vida, agradecer haber vivido, por más que haya inevitables sentimientos de pérdida o desencanto.
Esa mirada agridulce hacia la existencia la ha materializado como nadie en sus libros, que siempre tienen un cariz espontáneo, profundamente sincero, en que se deja llevar por la inspiración, que es tanto como hacerlo por la memoria. “Toda vida es una antología de instantes”, dijo en una entrevista este admirador incondicional de Kafka, Machado y Cervantes; un individuo que siempre ha tenido claro sus cuatro yoes: el lector, el profesor, el escritor y “el más misterioso y al que menos conozco. Es el que vivió. Los otros más bien soñaron la vida”.
Landero escribe desde la inseguridad, y de hecho le abrumó el éxito de “Juegos de la edad tardía”. Es, por su estilismo expresivo y lingüístico, una “rara avis”, habida cuenta de cómo se escribe en la actualidad, de manera plana y poco sugerente, tan lejana de su intención intensa y de aliento poético. Con esos elementos ha construido una trayectoria literaria de carácter tragicómico, en la senda de personajes como Don Quijote y muchas de las criaturas de Shakespeare. Aunque, en su caso, sus protagonistas sean seres corrientes, a veces con una vida gris o sosegada, que penetran de repente en asuntos imprevisibles.
De tal modo que el autor extremeño ha destacado profusamente como gran observador de la propia condición humana, consciente de que todos tenemos algo de héroes y algo de bufones. Y lo ha hecho tanto en la literatura como en su labor como maestro, desde el primer día de clase, cuando les explicaba a sus alumnos cómo buscarse a sí mismos, expresando la idea de aceptarse a uno mismo y alcanzar el arte de vivir.