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Cine

Crítica de “Matadero”: habitar el pliegue ★★★★☆

"Matadero", de Santiago Fillol
"Matadero", de Santiago FillolBEGIN AGAIN

Dirección: Santiago Fillol. Guion: Santiago Fillol, Edgardo Dobry y Lucas Vermal. Intérpretes: Malena Villa, Ailin Salas, Luis Perillán, Lina Gorbarena. España-Argentina, 2022, 106 min. Género: Drama.

El mundo se repliega siempre sobre sí mismo, de modo que nunca podrá ser totalmente desplegado. Habrá siempre algo que queda oculto, en un intervalo: el que hay entre la Historia y sus invenciones, entre el cine y sus verdades, entre la realidad y sus representaciones. El magnífico “Matadero” de Santiago Fillol se coloca en ese “entre” incómodo, no siempre fácil de habitar. La película que vemos se desarrolla justo en ese espacio secreto e intermedio, entre el texto fundacional de Esteban Echevarría, piedra filosofal de la literatura argentina, y el filme maldito inspirado en él, que se proyecta en una sala décadas después de su sanguinario rodaje. Lo que vemos, pues, es una suerte de ‘making of’, imaginado por la narradora, seducida, en 1974, por la idea de convertirse en la asistente de un cineasta americano dispuesto a vender su alma (y la del prójimo) para llevar a cabo su proyecto.

Uno de los hallazgos más llamativos de “Matadero” es la capacidad de Fillol para que su ejercicio metafílmico, impregnado de las texturas del cine de los setenta, excave la dimensión política del cine de género. Es como si en este rodaje condenado confluyeran las energías de los westerns de Monte Hellman y del Dennis Hopper de “The Last Movie”, de “La matanza de Texas” y el ‘found footage’ de horror, para invocar otro tipo de terror indescifrable, que es el de la Argentina de los desaparecidos, en un clima malsano, enrarecido, donde los prejuicios clasistas, la lucha militante y el influjo macabro del poder cocinan el caldo de un futuro genocidio. Desde las imágenes de los animales desollados que espantan a los actores de la resistencia, la película se decanta por abismarse, de un modo fascinante, hacia el fantástico, ese que articula, casi desde un mundo lovecraftiano, ese horror amorfo, latente y sin límites, que desborda la pantalla, y que está mucho más allá del fuera de campo convencional, y mucho más acá de la abyección de lo que no tiene nombre.

Lo mejor: El modo en que Fillol trabaja la dimensión política del cine de género, y la magnética textura de sus imágenes.

Lo peor: Que la avalancha de estrenos pueda enterrar la singularidad de una propuesta tan valiosa.