6 cosas que puedes aprender de “Annie Hall”
La 2 emite el miércoles este clásico de Woody Allen del año 1977 que le valió 4 premios Oscar
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Existen pocas cosas capaces de conseguir un consenso casi planetario en tiempos en los que no logramos ponernos de acuerdo en casi nada, pero “Annie Hall” es uno de esos pequeños tesoros cohesionadores. La cinta de Woody Allen escrita en 1977 sigue constituyéndose después de 42 años de vida como una de las mejores comedias románticas de la historia del cine y conservando intacta la virtud de levantar pasiones repentinas, despertar nostalgias olvidadas y liberar risas de esas que salen de la boca del estómago. La historia de amor dilatada en el tiempo entre el comediante neurótico Alvy Singer y una aspirante a cantante de Wisconsin con acusada sensibilidad artística, tanto o más neurótica que Alvy, interpretada por una incontestable Diane Keaton, supuso la consagración de Allen como director.
A pesar de que no se trataba de su primera película -pues anteriormente ya había enseñado los vértices de su ingenio con obras como “Toma el dinero y corre”, “Bananas”, “El dormilón” o “La última noche de Boris Grushenko” en donde se advertía una disposición narrativa mucho más sólida y lineal-, esta comedia supo adelantarse al tratamiento contemporáneo y psicoanalítico de las relaciones de pareja y contribuyó a la naturalización del sexo desde un punto de vista cinematográfico profundamente inteligente e innovador. Tal fue la ruptura de códigos sociales que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos llegó a considerarla como “cultural, histórica y estéticamente significativa” y de forma consecuente la seleccionó para su conservación en el National Film Registry.
“Días de cine clásico” sigue apostando fuerte por la emisión de películas con ángel y mañana miércoles a las 22:00 propone una cita con la primera y única culpable del Óscar con el que ha sido galardonado a lo largo de su carrera Allan Stewart Königsberg o lo que es lo mismo, Woody Allen, en la categoría de mejor director, además de los tres restantes que recibió por mejor película, mejor actriz y mejor guión original.
Con el firme propósito de que no te pierdas un solo detalle de esta delicia, tanto si la has visto como si no, y con la dosis de poca vergüenza suficiente como para recordarte por qué sigues estando soltero o soltera, te proponemos un emocionante repaso por las seis cosas que aprendiste o puedes aprender gracias a “Annie Hall”:
1. Es posible vestirse para jugar al tenis sin parecer un turista alemán
“Me encanta cómo vistes y te sienta muy bien esa corbata. Tienes un aspecto de lo más progre”, le confesará Alvy a Annie tras conocerla. No es tarea fácil plantarte un moño de domingo, una camisa a rayas de manga corta con cuello a lo Danny Zuko y unos pantalones sobaqueros como los de la chica de Wisconsin al tiempo que derrochas en cada revés semejantes dosis de estilo urbanita.
Tras un rápido cambio en los vestuarios, Annie deslumbra con el segundo outfit: pantalón de pinza de tiro alto color camel, camisa blanca, chaleco negro, corbata de topos, gafas de sol translúcidas, sombrero negro de ala ancha cuya inspiración fue cortesía de Aurore Clément y una Dunlope en la bolsa, bastaron para dibujar los patrones del canon bohemio de finales de los setenta.
La directora de estilismo Ruth Murley, el diseñador Ralph Lauren (quien firma gran parte del vestuario de la película) y de forma más destacada la propia Diane Keaton y las aportaciones procedentes de su propio armario, son los principales responsables de un vestuario que logró dotar de feminidad, personalidad y distinción a prendas que históricamente encajaban dentro de los códigos estéticos masculinos.
2. Por qué no es una buena idea coger un avión para ir a ver a tu ex
A pesar de que ha pasado bastante tiempo desde que la pareja diera por concluida su relación, parece que Alvy no termina de aceptar la posibilidad de que sus vidas se separen definitivamente y decide jugárselo todo a la carta del matrimonio, vuelo a Los Ángeles mediante.
Convencido de que Annie le sigue queriendo y con el firme propósito de volver a ser feliz junto a sus raras manías, el cómico pone rumbo al territorio americano para intentar recuperarla. Dando una auténtica lección de educación sentimental el director disecciona con bastante acierto el corazón de las relaciones modernas en las que uno aprende que no siempre las cosas salen bien y que el paso del tiempo es un factor que termina minando los diferentes finales, encuentros y volcanes que se suceden a lo largo de las historias personales de cada uno.
En ocasiones la admiración intelectual y la atracción sexual que profesamos por el otro se convierten en insuficientes para el sostenimiento de algo que tirita con excesiva intensidad. En esta película se recorre con maestría la evolución de esas relaciones en las que la necesidad justifica la locura: “Y, y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿pues por qué no lo mete en un manicomio? y el tipo le dice: lo haría, pero necesito los huevos. Pues eso es más o menos lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿sabe? son totalmente irracionales, locas y absurdas; pero supongo que continuamos a mantenerlas porque la mayoría necesitamos los huevos”.
3. La manera más efectiva de cazar una langosta con una cacerola
Como la bolsa de valores, las relaciones tienen altas y bajas. Y en todas existe un punto álgido a partir del cual no queda sino precipitarse cuesta abajo. Es ese momento de extrema “joie de vivre” que recordaremos entre lágrimas cuando las cosas pinten bastos o con una sonrisa de nostalgia una vez el dolor haya quedado matizado por el tiempo.
En “Annie Hall” ese pico es la escena de la langosta, convertida en una de las más recordadas del cine de Allen y de la historia del celuloide. La “lucha” del raquítico y aprensivo Alvy con estas criaturas es desternillante: “Ya te dije que era un error traer bichos vivos a esta casa. Será mejor llamar a la policía”.
Un ejemplo inmejorable de la fluidez de Allen con el manejo del guión y del poso romántico de “Annie Hall”, así como un dibujo excelente de dos personalidades: la del hombre que se ahoga en un vaso de agua y la mujer que disfruta sacándolo de quicio con esa inversión de roles.
4. No siempre es una mala idea liarte con tu compañera de trabajo
Diane Keaton fue la primera musa de Allen. Buena parte de las películas de sus primeros tiempos deben mucho a la colaboración profesional de la actriz, tanto como a la relación de pareja que mantuvieron desde el año 73. De ahí surgieron “El dormilón”, “Sueños de un seductor” y “La última noche de Boris Gruchenko”.
La historia de “Annie Hall” tiene no poco que ver con el declive del amor entre ambos. Alvy y Annie no están lejos de Woody y Diane, cuya relación se iba precipitando poco a poco en la insatisfacción y el alejamiento. Pero, antes de que en 1979 se zanjara aquella historia (que aún aletearía de manera más melancólica en “Interiores” y “Manhattan”), dio un fruto delicioso, dulce y amargo: esta película que nos ocupa.
5. Como librarte de los temidos pedantes en la cola del cine
La gente suele acudir a las salas de cine movida por dos estímulos principales: la búsqueda de entretenimiento y la necesidad de practicar con inusitado empeño el ejercicio del silencio. Si desde el momento previo al ritual, es decir, desde la misma cola, ya te impiden llevarlo a cabo, Allen nos enseña de forma magistral como sobrellevar semejante trago.
Cuando Alvy y Annie esperan en la cola del cine para entrar a ver un documental sobre el Holocausto nazi, el clásico pedante de manual con tendencia a ejercer de cineasta frustrado en sus ratos libres ubicado justo detrás de la pareja empieza a emitir una innecesaria disertación en voz alta sobre la dudosa calidad de Fellini, Samuel Beckett o el filósofo Marshall McLuhan, de quien asegura haber llevado a cabo incluso un estudio.
¿Qué hacer cuando estás atrapado en la cola del cine con un tipo como ese?, se pregunta Alvy. Rompiendo la cuarta pared de manera sorprendente y haciendo partícipe al espectador de las ganas inminentes que tiene de estrangular al tipo, Woody juega con nuestro subconsciente y actúa como nos gustaría a muchos: asestándole al cineasta frustrado un golpe de realidad en la cara. ¿Cómo?Rescatando la figura del mismísimo McLuhan para que sea éste quien le contradiga en persona sus absurdas y erróneas teorías. Una técnica que, sin duda, resultaría interesante poder llevarla a cabo en la vida real.
6. Nueva York es tan fascinante que necesitarás un psicoanalista para olvidarla
Una carretera hacia los Hamptons o el perfil ferruginoso de la montaña rusa de Coney Island. Son dos estampas inolvidables. Y son solo dos de las que transcurren fuera de la ciudad de Nueva York, verdadero corazón palpitante de esta aventura urbanita de amor y neurosis.
Manhattan y sus derivaciones (sus cines, sus locales, sus rascacielos...) son el escenario intrínseco al cine de Allen y, por supuesto, la metrópoli que dota de carácter y sentido a esos amores difíciles (que diría Calvino). Con “Annie Hall” descubrimos, cuando en España no teníamos mucho de eso, que todo neoyorquino que se precie tiene un psicoanalista de cabecera, así como otros detalles de la idiosincrasia de una ciudad que no se parece a ninguna otra.