AC/DC, dinamita en el Manzanares
El grupo australiano arrasa en el primero de sus conciertos en Madrid con un repaso majestuoso de todos sus éxitos de siempre
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El grupo australiano arrasa en el primero de sus conciertos en Madrid con un repaso majestuoso de todos sus éxitos de siempre
Siempre se tiene la sensación de que la tropa de Angus Young aborda variaciones de un mismo y limitado número de canciones. Pero también es cierto que pocos grupos habrían permanecido en lo más alto y sobrevivido durante cuatro décadas en un negocio tan despiadado como éste con una fórmula tan elemental. AC/DC encarna a la perfección lo que significa el rock. Lo hace desde sus orígenes y lo hace con una milimetrada y condenada perfección. Despliegan un temario plagado de grandes éxitos — los que hicieron saltar a sus seguidores en Barcelona y, ayer, a sus fans en Madrid—, que garantizan alto voltaje, manos en alto, saltos y demás ritos. Lo suyo es un rock esencial, pero contundente, que apela a lo emocional, que conecta con las remotas coordenadas del instinto y es capaz de erizar las almas de su público y hacerlas vibrar como si estuvieran unidas a una valla electrificada.
El Vicente Calderón, en este sentido, asistió anoche a un espectáculo intachable, prefabricado para dejar sin aliento a un público que, desde el inicio, se entregó de manera incondicional. Desde horas antes, en los alrededores del estadio rojiblanco –ayer con las gradas teñidas por el color negro de las camisetas– se palpaba la tensión de la espera. Docenas de lateros saciaban con cerveza, Don Simón y otros combustibles anímicos la sed de cientos de nostálgicos ( los melenudos de hace años hoy son padres de familia y lucen visibles entradas), de las nuevas generaciones que se acercaban a rendir su tributo al mito y de chavalines con maneras y ritmos rockeros poseyéndoles ya el espíritu.
Los conciertos de la banda eran los más esperados de esta primavera. Lo demuestra el hecho de que las entradas se agotaron dos horas después de ponerse a la venta y que cualquier persona que ayer tuviera una en sus manos era objeto de envidia. Los que acudieron al concierto no desaprovecharon su ocasión y lo dieron todo. El coliseo del Atlético era una olla a presión. Palmas, gritos, cuernos luminiscentes. AC/DC saltó al escenario cuando las luces de la tarde caían en el Manzanares y lo que siguió tuvo que ver con la música y también con la antropología. Brian Johnson y Angus Young dieron la bienvenida a sus invitados con «Rock or Bust». Y ya nadie se quedó quieto. Dos chamanes se habían apoderado del escenario y, a partir de ahí, los ritos se sucedieron. Young, vestido de colegial, tocaba en la guitarra lo que los mayores recordaban y los más jóvenes descubrían. Brian Johnson, con su eterna gorra, con la voz siempre a punto de rasgarse, paseaba de un lado a otro, hacía muecas, levantaba el puño, miraba desafiante y cómplice a sus incondicionales. Las guitarras rugieron con toda su cilindrada en «Shoot to Thrill». El show arrancaba.
Con «Back in Black» hicieron levantarse hasta a los asientos; «Dirty Deeds Done Dirt Cheap» la corearon incluso los focos y el delirio de «Thunderstruck» debió despertar a los santos de La Almudena, si alguna vez hubo alguno allí. Los clásicos se sucedían y el voltaje no caía. «Hells Bells» se convirtió en un hito; «You Shook Me All Night Long» llevaba el concierto hacia lo más alto. Young ya era el maestro de la coreografía. La pista se movía y gritaba con él. Un dios en su pequeño templo. «T.N.T» explotó con toda su carga y entonces el público adivinó que llegaba el turno de «Whole Lotta Rosie» al irrumpir una muñeca gigante en el escenario. Pero donde Young se vació fue con el solo de «Let There Be Rock». El escenario volvió a arder con «Highway to Hell», con el guitarrista convertido ya en sátiro.
AC/DC cayó en Madrid como un meteorito. Arrasó y triunfó con sus «hits» d siempre y un «setlist» que no ha cambiado. La gente quiere caña, pues les daremos caña, debieron pensar. Y lo hicieron de verdad. Habrá a quien no les guste, pero ahí están. Su éxito son sus éxitos de siempre. Y un ritmo sin sofisticaciones, pero que, sin duda, se clava en lo más primitivo de uno.