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Adelanto de la obra inédita «La misa del diablo»

larazon

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«La Misa del diablo. Función para monaguillos» se incluye dentro del libro «Teatrillo Furioso», que hoy presenta Del Centro Editores como homenaje a Nieva.
Representa la nave central de una iglesia.
Entran dos portadores con una silla de manos y allí la dejan sin decir nada. Se persignan y salen. Suena una campana y la escena se oscurece un tanto. Los monaguillos Pronobis y Gorigori, con sotanas y albas de oficiantes. Dentro, cantos sublimes de una escolanía.
«Gloria, Gloria, Gloria
a la incansable noria
de la Misericordia
Lleguen los fieles
a probar sus mieles».
Entra cautelosamente el monaguillo Gorigori, que intenta llamar la atención de otro como él.
Gorigori. -¡Chsssst...! ¡Chssst...! ¡Eh, tú, el nuevo monaguillo o como te llames!
Pronobis. -¡Salve! Pronobis me llamo y soy de Alcalá, tierra de monaguillos y estudiantes de teología. Yo quiero ser Papa y por algo se empieza. Me alegro de servir en una parroquia como esta, que, por lo que se dice, es la iglesia más bendita de toda Castilla la Llana, San Gurrín de la Campana. Se cuenta que llegan hasta aquí peregrinos agonizantes, de amor y caridad muy faltos, que luego se despiden dando saltos.
Gorigori. -Yo soy Gorigori, ya viejo en la parroquia, ¿Has visto lo que pasa?
Pronobis. -¿Qué pasa?
Gorigori. -Lo nunca visto. Que hace dos horas de reloj que han metido en esta iglesia nuestra esa silla de manos y se han largado sin decir ni pío. Y nadie sale de ella. Yo no he querido mirar dentro, por si es algún pez gordo, que todo lo regaña enfurecido. ¿No te parece raro, Pronobis?
Pronobis. -Según dice don Gurrín, el párroco, que como nuestro santo patrón se llama, van a empezar a pasar cosas muy raras, porque este es el último siglo que le toca vivir a España. El tiempo es como una longaniza muy larga, que se acaba. Y a España ya se le acabó. Ya no tiene más longaniza histórica. ¡Ha llegado el fin de su tiempo. Don Gurrín sufre de visiones por las noches, más espantosas que las de San Antonio. Y el ama tiene que administrarle tisanas de agua bendita para calmarle de los nervios. Porque no son pamemas ni fruslerías, sino monstruosas visiones de postrimerías, y se nos avecina una bien gorda, cosa que nos pondrá los pelos de punta. En Alcalá ya han empezado a suceder las cosas malas. A uno, al que apodan el Chucho, le han sorprendido en el corral, copulando con su borrica.
Gorigori. -¿Copular con su propia borrica es pecado mortal? No lo sabía.
Pronobis. -Mortalísimo, y por eso le han condenado a muerte. Para lo cual, ha sido encargada la mujer más decente y de culo más gordo en toda Alcalá, para que se siente de lleno en sus narices y muera sofocado por la virtud. Ella es la santa verduga de la Inquisición, mi respetable madrina, la Tía Cenicientos. ¡Ay, madre del alma, cuánto te debo!
–Gorigori. -¿Que tu madrina es la verduga de Alcalá, que mata y sofoca sentándose sobre las narices del reo? Cosa rara, en verdad.
Pronobis. -Y a mucha honra. Por ella estoy aquí, recomendado. Ninguna tan virtuosa como ella, que no mea desde que nació. Todo el vecindario la venera.
Gorigori. -Me alegro mucho de conocerte. Sí que pasan cosas raras en Alcalá. ¿Empezarán a pasar aquí?
Pronobis. -No te quepa duda. Y en estos tiempos tan desgraciados, se nos obliga a hablar con pareados. Con pareados y aleluyas, que mitiguen la desazón y el horror con puyas.
Gorigori. - Ya lo haces tú, mira qué bien. Trataré de imitarte, aunque no sepa nada del arte.
Pronobis. -¿Lo ves? Ya te ha salido. Son palabras que salen solas del olvido.
Gorigori. -Pero yo tengo miedo, te lo juro. Hora es de que miremos lo que pasa en el interior de esa carcasa. (...)
Pronobis. -¡Bueno, basta ya! Miraré yo y salga el sol por donde quiera. (Mira y retrocede espantado.) ¡Ah...! Es una señora muerta y con un puñal clavado en el pecho. ¡Horror de horrores! Abre los ojos, se levanta y avanza (...)
Gorigori. -Esto ya no da mucha confianza.
Doña Leonor sale de la silla, elegantemente vestida al estilo del siglo XVI.
Leonor. –Bien dices, gentil monaguillo. Estoy muerta y asesinada, y soy Doña Leonor de Montes y Torres, dama de alto viso, porque Dios lo quiso.
Pronobis. -¿No permite que le retire del pecho ese puñal? Sería asaz pertinente.
Leonor. -Noli me tangere, monaguillo. Lo llevo muy cómodamente y es un buen testimonio de mi suerte ¿Cómo puedo probar que voy asesinada?
Pronobis. -Señora mía, si está usted muerta y paralizada, ¿por qué se mueve y anda como si nada?
Leonor. -Yo he venido a esta mi parroquia bendita a que me resuciten por favor. Es bien urgente. Vosotros, monaguillos que ayudáis a misa, bien podéis echarme una mano. Tengo mucha prisa.
Pronobis. -¿Y si su mercé nos considera su enemigo y se queda con ella, nos arrastra y nos lleva consigo?
Leonor. -¿Para qué quiero yo un monaguillo en mi retrete y en mi tocador? (...)

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