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Aguirre, el verso suelto de Machado

La poetisa, de 88 años, exponente de la Generación del 50, gana el Premio Nacional de las Letras por su lírica «machadiana» situada «entre la desolación y la clarividencia».
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La poetisa, de 88 años, exponente de la Generación del 50, gana el Premio Nacional de las Letras por su lírica «machadiana» situada «entre la desolación y la clarividencia».
Francisca Aguirre (Paca, para los suyos) acaba de salir a dar un paseo. Atender a la Prensa, a los 88 años, es una tarea ardua. Pocas veces a los poetas se le acercan los micrófonos, las grabadoras. Y con casi 9 décadas sobre los hombros, ya no puede más de explicar lo mismo: «¡Qué vida nos tocó...! Al nacer en el año 30...», dice. Su hija, Guadalupe Grande, también poeta, toma el testigo al teléfono: «La suya fue una generación muy maltratada de la historia por el momento que les tocó. A las mujeres que nacieron entre el año 25 y el 40, se le dio la posibilidad con la República de haber sido doctoras, ingenieras, y otras profesiones, si la guerra y el franquismo no hubieran frustrado esos proyectos».
Para Guadalupe, el hecho de que el Premio Nacional de las Letras recaiga en una mujer y además de dicha generación, es un motivo para felicitarse. Para el jurado, que la galardonó con este premio dotado con 40.000 euros, su poesía es la «más machadiana» de su tiempo. Y Paca, de hecho, siempre vuelve a Machado y siempre lo tiene presente: «Es el primero entre los dioses literarios. Si estoy nerviosa, lo leo media hora y ya estoy como una rosa».
Sus versos están pasados por el tamiz limpio, honesto, del poeta enterrado en Colliure. Con «Ítaca», en el año 1971, emergió la voz poética de esta alicantina que ha publicado cerca de 10 poemarios y que lleva toda la vida viviendo en la calle Alenza de Madrid, en el barrio de Chamberí. Allí se trasladó tras la muerte por garrote vil de su padre, funcionario republicano y pintor. «Y desde el año 40 está allí. Es un lugar completamente irrenunciable para ella, no se puede imaginar fuera de este espacio que fue su casa de acogida, su refugio tras el exilio y el refugio para los latinoamericanos que hicieron el camino inverso al de los españoles», explica Guadalupe.
Una casa con historia
Esas cuatro paredes han sido uno de los enclaves fundamentales de la poesía de los 50, pues allí compartió techo también con Félix Grande hasta su muerte en 2014. Se da la casualidad de que ambos han logrado el Premio Nacional de Poesía y el de las Letras. Por Alenza ha pasado el quién es quién de la lírica hispanoamericana. «Las de mis padres fueron dos vidas dedicadas íntegramente a la tarea de pensar, escribir y comunicar», señala su hija.
Ahora, Aguirre, que se acuerda «todos los días, como no podía ser de otra manera», del autor de «Las rubáiyatas de Horacio Martín», vive, dice su hija, «un día a día muy modesto; a ratos escribe, siempre está con sus cuadernos de acá para allá, con sus lecturas. Como buena parte de las personas mayores está revisitando sus amores, su infancia, su historia, sus lecturas... A veces le doy cosas fuera de eso para leer, pero le cuesta retener. A la mañana siguiente, vuelve a su César Vallejo, a su Machado...».
La poesía de una mujer que empezó a publicar tarde, a los 40 años, poco tiene que ver con la inmediatez y el fetichismo por la juventud de la poesía crecida al calor de las redes sociales de hoy en día. Pero para el jurado, el puente que ofrece Aguirre con la tradición machadiana es precisamente uno de sus activos y atractivos. Por eso y por «estar su poesía entre la desolación y la clarividencia, la lucidez y el dolor, susurrando (más que diciendo) palabras situadas entre la conciencia y la memoria». La escritora Olvido García Valdés ha presidido un jurado que hacía años que no premiaba a un autor especialmente asociado o dedicado a la poesía. Con todo, Francisca Aguirre también es autora de un libro de relatos («Que planche Rosa Luxemburgo») y otro de memorias titulado «Espejito, espejito».

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