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Alberto García-Alix: «España me duele y me huele»

En la sala principal de Tabacalera expone «Un horizonte falso», fotografías tomadas de 2010 a 2014, quizá su trabajo más abstracto.
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En la sala principal de Tabacalera expone «Un horizonte falso», fotografías tomadas de 2010 a 2014, quizá su trabajo más abstracto.
M ientras el cuerpo aguante comerá mosquitos. Y aunque haya aguantado tanto aún le queda cuerda. La primera moto que tuvo Alberto García-Alix (León, 1956) fue una «Ducati MT 50cc, compartida con mis hermanos. Y la primera cámara, una Canon FTB», recuerda cuando le preguntamos. Ahora dispara con una Hasselbald o una Leica. La primera se la regaló su padre cuando era apenas un adolescente. Las dos ruedas, como una obsesión. No, más, un modo de vida. Debajo del casco el fotógrafo sabe qué el viento no le parte la cara, aunque eso que llamamos vida le haya tirado varias veces de la moto. Pero él lo sigue contando. Lo ha hecho a través de sus fotografías. Es un narrador de historias. De vidas en blanco y negro. Y ha vivido a toda velocidad. Aparca en la acera junto a la puerta. Va de negro, con su cazadora y un pañuelo blanco que le asoma por el cuello. Tiene la voz completamente rota y todos nos arremolinamos al calor de sus palabras. Se le nota la vista cansada. Por la paliza que le ha dado la vida.
Ayer presentaba la exposición que la sala principal de Tabacalera le dedica en Madrid, un espacio que pareciera concebido para él, «Un horizonte falso». ¿Cómo es ese horizonte? «Un mundo de presencias alteradas atrapado en un instante de eterno silencio», ha escrito. Fotos de los últimos cinco años. En París (la luz estuvo allí) ya se pudo ver la exposición que ahora se queda en la capital. Por eso anda de aquí para allá. «A los sesenta sé que ya estoy en la primera línea», dice. Muchas veces rozó el viaje al otro barrio. Negro y blanco: los rostros que ocupan la imagen entera, esa mujer herida de muerte, Gemma, que mira hacia un gris que es el futuro imperfecto, o ese retrato brutal de Estrella veinte años después. Y el inmenso García Calvo, con los ojos tan extraviados, tan lleno de fuerza y tan potente. Y los animales, los pájaros, los perros. Los edificios tienen ese toque fantasmagórico, deshabitados y silenciosos (brutal la torre «sin portero ni vecinos). Blanco sobre negro. O viceversa. García-Alix ha estado el pasado fin de semana en el Palo Alto Market firmando ejemplares de su fotolibro «Moto». Y entre medias, terminando de colocar la muestra de Madrid. Se ha partido las piernas varias veces pero sigue. También fue niño, qué absurdo pensar que no.
–¿Cómo recuerda sus visitas al Museo de El Prado?
–He ido muchas veces. Primero de niño con mi madre, ella nos explicaba muchas cosas sobre composición, y sobre los artistas. Hoy, de adulto, valoro aquellas enseñanzas de otra manera. De hecho, creo que ir a El Prado siempre ayuda a mi trabajo.
Su madre era licenciada en Historia y su padre, un oftalmólogo formado en Nueva York. Él escuchaba atento. Abría los ojos lo suficiente como para empaparse de lo que tenía enfrente cuando visitaba la pinacoteca con sus hermanos. Los García-Alix eran cinco.
–¿Ha aprendido de los grandes maestros de la pintura, de Goya, de Velázquez, de Rembrandt...?
–Es una enorme escuela para un retratista. También una clase maestra en el autorretrato. Está clarísimo que de Goya y Rembrandt.
Sus retratos, de esa gente que le impresionaba, de sus amigos, de sus íntimos desconocidos, conforman la base de su trabajo. El pinchazo, la cama deshecha, la habitación a media luz, oscura, a medio hacer, desnuda y sucia de aquellos años de montaña rusa en los que él estaba en plena vorágine, en los que disparaba a la vida que poco después se convertiría en muerte. Vio, entonces, y también más tarde, cómo muchos se quedaban en el camino. Vivió y amó hasta el límite, sus fotografías lo atestiguan. Son un diario de aquellos maravillosos años en lo que todo, casi todo, estaba por descubrir. Ana Curra (su compañera de años), Ceseepe, Camarón, Alaska, Judith, la foto de «Pepe golpeado el último día del año», Elena Mar, Enrique Sierra, Eduardo y Lirio, su puñalada trapera. Miles de rostros anónimos para el común de los mortales, no para él. Vidas que le inspiraron. Y vivir: «La fotografía me mantiene vivo y curioso, siempre en un estado de descubrimiento, que es el que hace que tires. Es un camino de búsqueda. Hasta que no cojo la cámara no veo. Ella es la que me centra», explicaba ayer.
–Vivió y protagonizó aquel Madrid canalla de los ochenta. ¿Cambiaría algo?
–No cambiaría nada.
Su palabra cobra una enorme fuerza. ¿Qué es la fotografía? ¿Qué significa? «La fotografía encadena mi memoria. No sólo la constriñe a lo visto. La melancólica emoción de lo irrecusable se hace visible. El alma de la fotografía es el encuentro. Si ayer fotografiaba silencios hoy fotografío mi propia voz», ha escrito. Hay en Tabacalera un retrato tan bello como sugerente: cincuenta por ciento él y el otro cincuenta su hermano gemelo, «De un pasado lejano guardo los mismos demonios y santos», lo ha titulado. Y él de nuevo con el casco de moto calado. Y las sombras en el suelo. Y sus retratos tan identificables y ahora tan ¿abstractos? «Sí, puede que sea mi exposición más abstracta», responde.
En sus viajes por el mundo, Venecia a Pekín son especiales.
–¿Qué significa París en su vida? ¿Marcó en cierta medida su manera de trabajar?
–Es una etapa en mi vida muy especial. Los tres años que viví allí hicieron evolucionar mi obra. De hecho, allí desarrollé mi obra audiovisual.
Fueron años de vida rápida. Tocó fondo, se rompió y decidió poner tierra de por medio. Por consejo médico y para seguir un tratamiento: su hígado había dicho «hasta aquí» y no cabían aplazamientos. Cogió la cámara y se marchó. Pero París, y él, así lo recuerda, no era Madrid. No conocía a nadie y caminaba sin rumbo. Alberto perdió la brújula, después la halló y se reencontró con García-Alix, y de aquella experiencia surgió una de las mejores exposiciones del artista, en 2003.
–¿Cómo se fraguó la idea de editar su fotolibro «Moto»?
–Llevo fotografiando desde 1975. Curiosamente mi primera foto fue de una carrera de motos. Desde entonces, la moto ha sido una de mis principales temáticas y motivaciones. Hace tres años comencé un nuevo trabajo que ha sido el punto de partida de este nuevo libro, un conjunto de fotografías en el que busco un discurso renovado, una mirada más metafórica y alegórica sobre la moto. El libro también incluye una primera parte que repasa todo el trabajo anterior, realizado desde 1975, así como un texto autobiográfico.
–¿Qué le parece la epidemia del «selfie», una necesidad de auto afirmación constante?
–Como bien dices, es una epidemia. A mi no me toca, no me llega, no me hago fotos así. Y siendo sincero, me parece pesadísimo cada vez que me piden hacerse una foto conmigo.
Es analógico cien por cien. Y sigue «soñando con lo que voy a ver» después de cada revelado. ¿Y lo digital? «También es un gran cuarto de juguetes. Hoy vivimos el capitalismo de la imagen que ha traído también una gran falsificación de las emociones, de las del fotógrafo sobre todo. Hoy todo hace fotos. No ves una revista en la que las fotografías no estén retocadas. Se pueden hacer buenos trabajos hasta con los móviles. Ayer iba a probar por primera vez una digital. «Me da miedo que me guste», dice mientras sonríe. Y apostilla: «Yo juego con todos los juguetes». No se para a reflexionar sobre lo que ha significado el paso del tiempo: «Voy hacia adelante, me pregunto qué hacer, qué nueva narración se me ocurre. Teniendo un punto de partida, me es fácil agarrarme a él y desarrollar una narración», explica.
No se explaya en las respuestas, quizá porque el tiempo es oro. Quizá porque sentarse frente al ordenador para responder no es lo suyo, pero va a tiro hecho. Habla del torero que ha estado en boca de todos la semana pasada. Le quedan muchas fotografías por hacer en la cámara.
–¿Le gustaría retratar a José Tomás?
–Claro que me gustaría, encontrar en esa foto la épica y la lírica que desprende.
–¿Cómo se puede captar con una cámara todo lo que entraña el toreo?
–A mí me interesa él. Y a través de él, la magia del toro.
–¿Le duele a Alberto García-Alix España?
Me duele y me huele. Y ya está dicho todo.
–Usted ha comentado en alguna entrevista que cada época tiene su foto, ¿cuál sería la de este momento?
–No recuerdo haber dicho eso nunca... La foto de este momento: ¿una abstracción?, ¿una esperanza?
Casi preferimos la segunda. Deambula por las salas junto al comisario, Nicolás Combarro. Se para delante de una imagen y observa otra a una distancia prudencial, con un gorrito de lana que se cala hasta las orejas porque aprieta el frío.
–La chupa negra de cuero, ¿desde cuando es su compañera de viaje?
–De siempre y para siempre.