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Alquila el Louvre, después vende tu ciudad

Antes de dormir bajo la famosa pirámide (en una tienda de campaña muy mona), los ganadores del concurso tomaron el aperitivo de la cena en un salón de té frente a la Mona Lisa.
larazon

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Antes de dormir bajo la famosa pirámide (en una tienda de campaña muy mona), los ganadores del concurso tomaron el aperitivo de la cena en un salón de té frente a la Mona Lisa.
El Museo del Louvre corre riesgo de morir de éxito turístico (con la «Gioconda» cual Torre Eiffel) debido a la masiva afluencia de 10 millones de turistas al año. No necesita de la popularidad de ninguna campaña publicitaria, pero accedió, previo pago de 200.000 euros de la compañía Airbnb a que los ganadores de un concurso pudieran pasar una noche en su interior.
Antes de dormir bajo la famosa pirámide (en una tienda de campaña muy mona), tomaron el aperitivo de la cena en un salón de té frente a la Mona Lisa. Dicen que les pusieron música francesa en discos de vinilo. Después cenaron frente a la Venus de Milo y escucharon un concierto íntimo en los lujosos salones de Napoleón III.
La compañía lo definió como una de las «experiencias exclusivas» que tratarán de seguir ofreciendo en el futuro. Vivimos en la era de la apariencia y probablemente no hace falta insistir en ello. Pero puede que sí merezca una reflexión que una institución cultural y pública se preste a este bobada pija que poco tiene que ver con el conocimiento. Porque puede que el honorable Museo del Louvre esté fomentando un mal mensaje: que el dinero lo puede todo.
Que si pagas por ello, hasta la pinacoteca de pasillos abarrotados se abre para ti, que es como decir que se vende a cualquiera con billetera abultada. Aunque, en el fondo, es parecido a lo que practican algunas compañías, un modelo de especulación urbanística para el fin de semana, de modo que los turistas puedan ir a tu ciudad a contemplar huecas sus calles céntricas, como si de un decorado se tratase, donde ya no vive nadie real sino fantasmas con maletas de ruedines. Huecas nuestras ciudades, huecas nuestras cabezas, y repletos los escaparates de las tiendas y también de nuestras vidas, las redes sociales.
Porque, ¿qué uso hacemos del Louvre cuando somos capaces de transitar por él? Pues por allí vamos las hordas de turistas con el móvil en la mano, haciendo fotos como para editar una revista mientras escuchamos la audioguía: ciegos y sordos. No hay ninguna diferencia entre que las imágenes sean para las redes sociales o para un recuerdo indeleble en la nube y plano para las vidas de los visitantes. Porque dentro del móvil puede haber fotografías, pero si dentro de nosotros no hay un buen papel que las plasme en tres dimensiones, solo son estampitas retroiluminadas.
No nos engañemos: todos los museos ofrecen visitas privadas: ya sea a Obama o a mandatarios del Golfo Pérsico. El propio Louvre le ofreció uno de estos «tours» secretos a Beyoncé y a Jay-Z. Se hicieron unas fotografías súper virales. Así que si los museos están sufriendo una crisis de naturaleza no es porque no tengan visitantes, que van de récord en récord, sino por otra cosa de la que ahora no me acuerdo.