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Amazon, ten cuidado con Woody Allen

El director de cine quiere su dinero y sus películas, y los amantes de la libertad y el cine anhelamos que exprima a Amazon hasta el último centavo de los 68 millones de dólares que pide
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El director de cine quiere su dinero y sus películas, y los amantes de la libertad y el cine anhelamos que exprima a Amazon hasta el último centavo de los 68 millones de dólares que pide.
Woody Allen quiere su dinero y sus películas, y los amantes de la libertad y el cine anhelamos que exprima a Amazon hasta el último centavo de los 68 millones de dólares que pide. Esa es la cuantía de su demanda contra el gigante presentada en un juzgado de Manhattan. Como recordarán, la compañía mantiene congelada la última cinta del realizador, «A rainy day in Manhattan», después de que el movimiento #MeToo lograse estigmatizar al director por unas acusaciones de abuso sexual que en 1992 rechazaron todos los expertos del caso. Hasta el punto de que fue desestimado y nunca llegó a juicio.
Pero la histeria, los gritos del coro y la reclamación de la ordalía y la picota arrasan cualquier mesura. Allen fue estigmatizado. Varios de los actores que habían trabajado con él, especialmente los más jóvenes, se declararon abochornados. Renunciaron a sus sueldos. O los cedieron a la caridad. De poco ha servido que tipos tan reconocidos como Javier Bardem, Diane Keaton, Alec Baldwin y Jude Law hayan clamado por la presunción de inocencia y denunciado los abusos retóricos de los modernos cazadores de brujas. Amazon no estrenaría «A rainy day in Manhattan» ni financiaría más cintas suyas. Woody estaba acabado. Kaput. Más le valía aceptarlo y, como medida suplementaria, quemarse a lo bonzo en mitad de la vía pública. En la demanda interpuesta ante un juzgado de Nueva York los abogados del genio afirman que «Amazon ha tratado de excusar su acción escudándose en una acusación sin fundamento de hace 25 años contra el señor Allen, pero esa afirmación ya era bien conocida por Amazon (y el público) antes de que Amazon firmara cuatro contratos con el señor Allen, y en cualquier caso, no proporciona una base para que Amazon rescinda el contrato...
Simplemente, no había ningún fundamento legítimo para que Amazon renunciara a sus promesas». Vivimos días extraños. Un sector del feminismo, dopado de posmodernismo, enamorado de la ingeniería social, abandera una cruzada ideológica más similar al macartismo o la paranoia fomentada por personajes tan turbios como Hoover que al movimiento de las heroicas sufragistas. Los rumores, las maledicencias, las acusaciones sin pruebas, valen por la sentencia de un jurado. La caída de un hombre, con independencia de que fuera inocente, se justifica con mantras típicamente psicopáticos, del tipo de que no es posible hacer una tortilla sin romper huevos. Los propios jueces fueron suplantados por una pandilla de resentidos y analfabetos desde los vertederos de las redes sociales.
Que Woody Allen haya respondido alienta la esperanza de un futuro algo menos claustrofóbico. Mientras la justicia decide, y mientras confiamos en que estrene, al fin, su penúltima obra, las mejores intenciones amenazan ruina total secuestradas por las enloquecidas consignas de los filisteos.