Buscar Iniciar sesión

Cristina Iglesias, con los cinco sentidos

La artista da los últimos retoques a la gran retrospectiva de su obra, repleta de grandes formatos, que le dedica el Museo Reina Sofía
La Razón

Creada:

Última actualización:

Camina entre sus obras con una mezcla casi perfecta de distancia y proximidad. Le gusta tomar la justa porque cree que es necesario a veces salirse un poco del meollo y observar con perspectiva.
Camina entre sus obras con una mezcla casi perfecta de distancia y proximidad. Le gusta tomar la justa porque cree que es necesario a veces salirse un poco del meollo y observar con perspectiva. «Metonimia», la exposición abierta al público a partir de mañana, resume en piezas inmensas, la mayoría, la vida de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1965). «Esta es de 1985. Hace tanto tiempo que no la veía. Todas son importantes para mí y poseen un significado, viven una nueva vida ahora», asegura, al tiempo que señala una. Gran parte de las que ahora se verán en Sabatini han viajado en barco, troceadas, para entendernos. La tarea de montaje lleva su tiempo y ella sabe lo que falta para devolver a la vida a cada una de ellas. ¿Las últimas son las primeras? «Son las más queridas», dice con una sonrisa. Ella es pura amabilidad, tiene la voz un punto ronca y quiere explicar cómo será el laberinto enorme en el que caben cincuenta de sus obras que será esta muestra del Museo Reina Sofía.
«Es una exposición muy importante para mí, que llega en un momento que también lo es y que significa que te obliga a mirar tu propia obra», dice. Fue la esposa de Juan Muñoz y desde 2001, su viuda. Las obras de ambos ahora estarán más cerca con esta muestra. «Me considero afortunada, aunque la vida también ha sido muy dura conmigo».

Lo vegetal

Cristina en su laberinto, Cristina y la naturaleza, Cristina y los sentidos a flor de piel. Cuando avanzamos y nos adentramos en una sala con una celosía suspendida no sabemos si mirar al techo o introducirnos primero dentro de la pieza, tocarla, ver cómo la luz se proyecta entre los vanos pequeños. La expuso en el Museo Ludwig de Colonia: «Sí es una muestra en la que los sentidos van a estar muy alertas, abiertos. Porque aquí se mira, se toca, se ve y se escucha. El sentido de la vista está muy despierto. Y la luz es fundamental. Yo creo que será uno de los elementos clave. La de la mañana no es la misma que la de primera hora de la tarde... Según la luz que se cuele así la pieza tendrá una vida u otra». Y la luz se derrama entre cada uno de los vanos, se proyecta en el suelo y se expande por el techo en un juego de reflejos que gusta especialmente a la artista. Ella se quita el protagonismo: «El mérito es del iluminador», asegura. E inmediatamente se lo cede a la comisaria: «Sin Cristina no hubiera podido hacer esto. Estamos trabajado codo con codo. Sabíamos lo que queríamos». Nos pide que las fotografiemos juntas al pie de una mesa llena de grabados sobre un proyecto que están montando en Toledo con motivo del Greco 2014 y del que en esta exposición también se podrán ver las maquetas.
Escultura de gran formato es la que ocupa la primera de las salas (a la que preceden unos vídeos en los que documenta su trabajo), una inmensas celosías en color verdoso y marrón, cuyo color depende del material con que estén trabajadas: madera con polvo de bronce unas y terracota cocidas las otras. Y vuelve a los laberintos, las tramas y la luz que entra, se cuela y se filtra a través de las ventanas que ahora sí estarán abiertas en la sala (aunque no es lo habitual) «para que se abra la estancia al jardín y se pueda entender la relación de las obras con el entorno, que es muy importante: me interesa explicar el control de la luz, cómo se provocan las sombras y ver esa mezcla de luz natural y artificial que lo inunda todo. Hemos trabajado, además, con las posibilidades arquitectónicas que ofrece este museo, que son muchas. Y este es el resultado».
Lo vegetal está presente en forma de árboles y bajorrelieves, bosques de laurel de un verde que casi destila frescor y que invita a tocar la pieza una y otra vez. Las serigrafías tendrán su sala aparte: «Te haces una idea que después tienes que modificar porque no encaja. Las piezas es como si se te fueran un poco de las manos». Junto a ellas están sus colaboradores de hace ya muchos años, como Julián, «que lleva trabajando conmigo veintitrés». Con una pequeña espátula retoca alguna de las celosías con un cemento especial que tapa los poros: «Es inevitable y sucede casi cada vez que las movemos. Ten en cuenta que el viaje en barco ha sido largo».
Realizó gran parte de su trayectoria en Londres. Participó dos veces en la Bienal de Venecia, en 1986 y en 1993, fue profesora de escultura en la Academia de Bellas Artes de Múnich y en 1999 obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas. ¿Y el arte español, se proyecta? «Tiene peso fuera. Hay artistas muy serios que están haciendo un trabajo fabuloso en Holanda, México o Gran Bretaña, me consta y lo sé. Sus raíces son españolas y su poso cultural, también».