Madrid

¿Cuánto vale un ser humano en arco?

La instalación «Colonial Color Palette» del mexicano Emilio Rojas agita la feria con una obra sobre el racismo y el mercantilismo muy comentada

Enjaulado. Cada día, el artista Emilio Rojas se introduce en una «cárcel» de palés completamente desnudo y ayudado por el personal de la galería José de la Fuente
Enjaulado. Cada día, el artista Emilio Rojas se introduce en una «cárcel» de palés completamente desnudo y ayudado por el personal de la galería José de la Fuentelarazon

La instalación «Colonial Color Palette» del mexicano Emilio Rojas agita la feria con una obra sobre el racismo y el mercantilismo muy comentada

Si algo tiene el arte contemporáneo es su carácter polémico. En el caso de la performance, la interacción, el debate, la duda, el discurso, son necesarios y hasta obligatorios. Quizás por eso puede resultar a veces exasperante y, para muchos, una tomadura de pelo. En ARCO, la duda, la polémica y hasta el morbo lo ha sembrado este año un mexicano de 31 años enjaulado en unos palés coloreados. La pieza completa –las maderas, las fotografías de lapiceros crayola y un vídeo con el proceso de creación– cuesta 14.500 euros. A estas alturas ya se ha convertido en todo un rito arremolinarse en torno a la galería José de la Fuente en el momento en que Emilio Rojas se introduce en la jaula para pasar una, dos o tres horas en su interior, hierático, observando y siendo observado, escuchando las más variopintas teorías sobre el «significante» y el «significado» –palabras clave en este mundillo– de su instalación, «Colonial Color Palette». Para algunos representa la prostitución de la obra de arte, para otros es una crítica a la sociedad del espectáculo... En puridad, cualquier interpretación es legítima. Pero Emilio Rojas revela para LA RAZÓN la génesis y el porqué de la obra.

Colonialismo, inmigración, capitalismo y globalización son los campos de interés de este artista nacido en el DF que vive entre Canadá y Estados Unidos y que ha desarrollado un largo activismo con refugiados e inmigrantes. Rojas ve las huellas del racismo en algo tan cotidiano como unos lapiceros. Y lo expresa a su modo: «Todo surgió a raíz de una estancia en Easton, Pensylvannia, conocido por la fábrica de lápices Crayola. Cuando el taxista me recogió en el aeropuerto, le pregunté por qué era famosa esta localidad, y él me dijo: ‘‘We are the Crayola people’’ (“Somos la gente de Crayola”). A mí esta idea me interesó porque trabajo con el nacionalismo y con este tipo de construcciones e identificaciones ficticias. Además, la crayola fue mi primera herramienta de arte, cuando yo era niño y mi madre me los regaló para dibujar. Así que empecé a darle vueltas al tema del colonialismo y el postcolonialismo y encontré en estos colores muchas referencias a la extracción y a los recursos de las colonias. Por ejemplo, el ‘‘indian red’’ hacía referencia a los pieles rojas, y el color carne, que ahora es durazno, era el color de los blancos exclusivamente. Los posteriores cambios de denominación muestran los procesos históricos de la lucha por los derechos civiles. La gente empezó a preguntarse por qué el carne sólo representa a las gentes blancas, por ejemplo. Crayola nunca admitió que los nombres venían de esas referencias racistas, pero las connotaciones raciales existen».

Si la crayola, cuyas tonalidades están expresadas en cada «capa» de esta jaula de palés, identifican hasta qué punto el lenguaje y los objetos cotidianos están tamizados de significaciones raciales, los propios palés con Emilio Rojas en su interior apuntan al concepto colonial del ser humano como mercancía en razón de su estatus, su tono de piel o su procedencia. Para el artista, el hecho de colocarse completamente desnudo en esta jaula no es baladí, ni mera estrategia comercial en busca del escándalo: «Está muy en sintonía con la propia feria, haciendo referencia a aquellos museos etnográficos donde se mostraban como atracciones a gentes de lugares colonizados. Estando dentro estos días, he tenido esa misma experiencia, con la gente preguntándose si yo era una persona de verdad, si estaba vivo. Los colonizadores se cuestionaban antaño si los pueblos colonizados tenían alma o se les podía tratar como animales de carga. Colón, cuando regresó a España, trajo plantas, materiales e indios para dar fe de que habían llegado a otro territorio, y aquellos indios fueron catalogados y exhibidos en ferias internacionales como atracción. Yo creo que la globalización es una nueva colonización».

La desnudez de Rojas no sólo atrae a curiosos sin cesar sino que, involuntariamente o no, independientemente incluso de las motivaciones del propio artista –y esto también entra en el juego de espejos del arte contemporáneo– desata mil y una reflexiones, conjeturas, interpretaciones, casi como si cada reacción o gesto de los visitantes fuese parte de una performance paralela. «Hay de todo: gente que ve la obra, que se esconde o se agarra el crucifijo y se va; otros se quedan, gestionan lo que ven, se van hacia atrás, miran las fotos, tratan de preguntarme... Todo depende de cuánto te quieras implicar. El hecho de estar desnudo puede provocar confrontación con el espectador, pero también revela una vulnerabilidad que hace abrirse al que mira o cuestionar su propio cuerpo, porque estamos acostumbrados a ver cuerpos desnudos de gente conocida, como la pareja o un familiar, pero no el de un desconocido».

La pregunta más recurrente es si, de adquirir la obra, la compra incluye al artista enjaulado. Esa misma pregunta hace al espectador cómplice de la mercantilización del ser humano que Emilio Rojas denuncia: «El hecho de que, inclusive de broma, se hagan esta pregunta o se piense que se puede comprar un cuerpo hoy en día ya es revelador, porque hay muchos sitios en los que la esclavitud de niños y la trata de mujeres ocurre, aunque aquí parece que no existe». Eso sí, de haber comprador, Rojas está dispuesto a «activar» la obra una vez más. «Y si luego quieren meter a otra persona dentro, yo no me hago responsable...».

El reina Sofía se va de compras: 19 piezas de 10 creadores...y un Tàpies

Como cada año, el Museo Reina Sofía se ha ido de compras a ARCO y se ha traído de vuelta 19 obras de una decena de artistas por un valor de alrededor de 400.000 euros, de los cuales 250.000 han sido aportados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. El Patronato aprobó ayer la adquisición de estas obras entre las que destaca «Homes i cavalls» (1951), una acuarela y tinta sobre papel firmada por Antoni Tàpies. Asimismo, el Reina Sofía ha adquirido obras de Ignasi Aballi, Juan Luis Moraza, Maria Ruido, Joan Rabascall, Dorothy Iannone, Anna Bella Geiger, Jorge Ribalta, Dominique Gonzalez-Foerster y Allan Sekula.De la norteamericana Dorothy Iannone, la institución ha adquirido un total de seis piezas entre collages, serigrafías e impresiones, siendo la artista con más obras compradas este año por el centro.

Argentina, próximo país invitado

ARCO vuelve a apostar por Latinoamérica. Tras la edición de 2015, que contó con Colombia como país invitado, y el «parón» de este año, en el que la feria de arte se celebra a sí misma por su 35 cumpleaños, 2017 será el año de Argentina en ARCO, según anunció ayer la institución, quien señaló que el argentino es uno de los «mercados artísticos más activos» de Latinoamérica. «La calidad de los artistas argentinos que han venido participando en la Feria es uno de los motivos que han impulsado su selección», precisa.