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Artur Barrio, café para todos

El Museo Reina Sofía dedica una exposición al artista luso-brasileño, Premio Velázquez en 2011
larazon

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El Museo Reina Sofía dedica una exposición al artista luso-brasileño, Premio Velázquez en 2011
Nació en Portugal pero se marchó junto a su familia camino de Brasil huyendo de la dictadura. Allí hizo su carrera entera. Sus calles, sus parques le han servido de escenario para sus performances con materiales de deshecho, esos que utilizaba porque, como dejó escrito en su Manifiesto de 1970, el arte se hace de abajo a arriba. Papel higiénico, orina, ceniza, saliva, huesos, maderas, telas, basura... Todo le servía a Artur Barrio (Oporto, 1945) para crear una obra y reivindicar el papel del creador, ajeno de raíz a las modas. Coincidió generacionalmente con aquellos artistas que introdujeron el tropicalismo, lo sensorial y el cuerpo en el arte, capitaneados por helio Oiticica, Lygia Pape o Lygia Clark. Aunque Barrio fue un paso más allá al irrumpir con elementos como la furia y tratar con materiales pobres. “Baja el tropicalismo a la calle”, asegura Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, que le dedica una exposición a quien consiguió el Premio Velázquez en 2011.
Sus obras, perecederas y efímeras, han llegado a nosotros gracias a su archivo, a las fotografías que otros sacaron de sus performances, de sus experimentos artísticos en los que sacudió mentes y agitó conciencias en plena dictaura de los sesenta en Brasil.
De las paredes cuelgan las series que registran esos fardos cubiertos de sangre que parecen lo que no son. Como si hubieran sido hombres o mujeres asesinados por los Escuadrones de la Muerte. Y él, provocador nato, los abandonaba en mitad de las calles, cuerpos yermos que no eran sino un amasijo de vísceras, heces, orina o saliva pero que daban el aspecto de asesiandos por la represión que sufrió su país en el año
1970. “En sus acciones llega al extremo. No quiso que el arte se transformara en mercancía”, explica el director, por eso de su obra queda soporte gráfico, parte de su archivo que ahora ha prestado al centro de arte. Y junto a sus trabajos de finales de los 60 y los 70, los vídeos, las películas, sus frases que inquieren al espectador desde las paredes, una sala propia para hacer lo que quisiera. Y lo que quiso es regarla de café. Cuando el visitante sale del ascensor le embarga el olor. Paredes y suelo están llenas de polvo marrón molido. En el suelo se ven las pisadas junto a trozos de papel. “Antes”, “Depois”, “Arte nao depende do mercado de arte para ser arte”. Si usted quiere puede coger uno. Leer en voz alta. O llevárselo. “Incluso ha anotado en la pared qué días tiene que verse la exposición, pero no vamos a hacerle caso”, confiesa Borja-Villel. Al menos en el museo no ha derribado a golpes ninguna pared como sí hizo años atrás en Venecia.
Joao Fernandes, subdirector del centro, es el comisario de “Experiencias y situaciones”. Para él, la suya “es una manera solitaria de ser y de hacer que radicaliza”. Barrio está al margen del mercado: “Se da cuenta
de que por un lado, está el arte y, por otro, el mundo del arte. Y siempre ha lucahdo por un espacio para el creador al margen de las reglas del mercado”. El brasileño escucha atento. Lleva un jersey que se le escurre sutilmente por los hombros y contesta a su manera, lo que quiere. “No me agrada hablar en público”, dice para abrir el fuego en españolés o portuñol, que lo mismo da. Y explica, a su modo también, que llegó el sábado pasado, empezó a pensar en la sala que quería montar, el domingo cristalizó la idea y el lunes la puso en marcha. Le saca su punto, a su manera, a que el Reina Sofía antes de convertirse en museo fuera hospital. Con razón dice Fernandes que una de las frases maestras del maestro es: “Su prisa no es mi prisa”. Es decir, a su manera. A la manera de Artur Barrio.