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Arturo Fernández: «Las comedias actuales huelen a cocido»

Tras una gira de éxito por toda España regresa a Madrid con «Alta seducción» –en el Teatro Amaya–, donde comparte escenario con Carmen del Valle.
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Tras una gira de éxito por toda España regresa a Madrid con «Alta seducción» –en el Teatro Amaya–, donde comparte escenario con Carmen del Valle.
No le preguntamos la edad, pero es él quien nos la revela con orgullo. Líneas adelante entenderán el motivo. Y no pierde un ápice de energía. Estrena hoy en el Teatro Amaya de Madrid «Alta seducción», comedia en la que se reparte el cincuenta por ciento del peso escénico con Carmen del Valle, curtida en el clásico, ganadora en 2006 de un Max por «La Celestina» y rendida admiradora del galán. «¿Tú sabes lo que es ver al público en pie al final de la función? Opinan desde el patio de butacas», comenta ella, y añade que su compañero «tiene un don. Sale a dar la vida y te exige lo mismo». Considera que trabajar con él «es una escuela. Yo ya le he dicho: ‘‘contigo al fin de mundo’’». Llevan desde el 1 de agosto poniendo al público de pie por toda España. Cuando acabamos de hablar con la actriz y el fotógrafo ha buscado el mejor perfil del actor, nos atiende. Iba para cantante de boleros...
–¿Qué tiene Arturo Fernández que le hace incombustible?
–Mucho trabajo encima. Yo no sé hablar de teatro, solo interpretarlo. Me asusto de ver tantas entrevistas de mis compañeros hablando de los que hacen, cómo se expresan, madre mía. Me tiene asombrado su formación.
–A nosotros nos asombra que bata récords.
–Mira, yo sabía que «Alta seducción» sería comercial, pero estar 13 días en Valladolid, que es la cuna del teatro español... Es que no se había dado un fenómeno así. Terminamos allí el domingo por la tarde y de viaje para Madrid. Y en San Sebastián ha pasado lo mismo. Yo suelo estar unos seis o siete días, pero once... Y te da qué pensar.
–Lo mismo es que la alta comedia gusta y gusta mucho usted...
–Bueno... Es la mejor alta comedia que he hecho en mi vida. El decorado es fastuoso, elegante, el diálogo resulta interesante y actual y el espectador se siente totalmente identificado.
–¿Cómo es su personaje? ¿Algo que ver con usted?
–Gabriel no es un hombre maduro, es madurísimo, un tío al que no le importa hacer el ridículo, divertido y tierno al tiempo. Es un inconsciente y un coñazo de mucho cuidado. Fíjate si se parece a mi...
–En nada. El público, me dicen, que se lo come, no le dan tregua.
–Son dos horas de no parar, de arriba a abajo, y a la salida la gente me dice que se le hace corto. Y yo digo: «¡una leche corto, coño!». La música no puede ser más oportuna. Y cuando se ponen de pie...
–¿No se ha acostumbrado?
–Me sigue sorprendiendo. Y me quedo corto, en serio. Es una sensación. Es una comedia de cuernos, y los cuernos gustan una barbaridad... hasta que te llegan a ti.
–Con 55 años de trabajo, que se dice pronto, ¿le imponen regresar a Madrid?
–Me sigue imponiendo. Me lo ha dado todo en el teatro y todo lo que soy se lo debo al público. Pero nervioso no me pongo. Es responsabilidad. Te pones nervioso cuando no dominas el texto y no es el caso.
–Tiene a Carmen del Valle a sus pies.
–Es una actriz de una pieza, elegantísima. Existe mucha química entre nosotros. Salimos a escena y nos divertimos más que el público.
–Por cierto: hay un semi estriptis en esta obra. ¿cómo se puede quitar los pantalones de pie sin caerse? Dígame que tiene truco.
–La gente se vuelve loca cuando ve a Gabriel hacerlo con esa soltura porque Arturo Fernández, que tiene 88 años, se los quita sentado. Es de las cosas más difíciles que hay en el mundo y te diré que la gente me para por la calle y me pregunta cómo puedo hacerlo con tanta rapidez. Es un cambio muy acelerado. Y gatillazos hay..., para qué te voy a contar. Fíjate cómo será el personaje que le echa la culpa a ella.
–Hay risas, carcajadas y silencios en «Alta seducción».
–Por supuesto que lo hay. No es simplemente el ja, ja, ja. Hay mucho detrás para pensar.
–¿Existe hoy la seducción tal y como usted la entiende?
–Ahora se hacen las cosas de otro modo. Lo nuestro, lo de mi generación de cómicos, era otra historia.
–Tampoco se hacen comedias así, salvo las que interpreta Arturo Fernández.
–Ahí le has dado. ¿Y por qué? Porque hoy no se sabe interpretar. Las comedias huelen a cocido. Yo vengo de una generación en la que te subías al escenario con un smoquin o un frac, donde el lujo se respiraba. Hay que saber vestirse, sentarse y coger una copa, y eso no se aprende en internet. Todo debe destilar glamour. Lo mismito que ahora.
–No sé si es usted mucho de series.
–Hoy ves una en la televisión y te da la risa. Pero, ¿quién hace los casting? No existe la creatividad, debe de ser porque no se atreven, y la conclusión es que aburren a la vacas. El recurso que se utiliza hoy es gritar y no vocalizar. Y para hacer comedia no es necesario chillar.
–¿Y hasta cuándo piensa estar en un escenario?
–Lo mío es la leche. Seguiré. Me miro en el espejo y me aplaudo y estoy así media hora. Me siento muy a gusto conmigo. Me quiero. Qué digo, me adoro. Soy inmensamente feliz y no admito un disgusto.
–¿Ni lo que sucede en Cataluña ni el 1-O le hacen cambiar el gesto?
–Eso es un desmadre. Cataluña siempre ha sido Europa y una tierra muy independiente. No me parece nada bien querer separarse. Y luego son siete, pero que hacen demasiado ruido. ¡Mira que decir que España está robándoles! Y me extraña porque el catalán siempre ha tenido agallas. No puedo entender cómo aguantan a toda esta tralla.