Así cayó «la barrera de la muerte»
Reagan pidió su caída en 1987 y dos años después una manifestación recorrió Berlín oriental con la misma petición. La barrera se tambaleaba y la historia iba a dar un giro. Más de 5.000 personas habían tratado de cruzarla
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12/08/1961 - 8/10/1989 Reagan pidió su caída en 1987 y dos años después una manifestación recorrió Berlín oriental con la misma petición. La barrera se tambaleaba y la historia iba a dar un giro
La constante de los países comunistas y socialistas, incluso los actuales como Venezuela, es que la gente quiere escapar, huir de la miseria y de la opresión que generan. Sin embargo, siempre tienen a corifeos en los países capitalistas que cantan las supuestas maravillas del «paraíso socialista», y ocultan sus crímenes o los justifican. En Alemania, ejemplo de tantas cosas, es hoy un delito hacer apología del nacionalsocialismo y del comunismo, dos ideologías criminales. En otros países, como el nuestro, las actividades nazis están lógicamente prohibidas, pero las segundas se aplauden. El Holocausto judío está condenado, pero se silencia el genocidio ucraniano de cinco millones de asesinados a manos de los comunistas.
No es de extrañar, por tanto, que se desconozcan los muros que construyeron los comunistas para evitar que su gente escapara del «paraíso». John F. Kennedy, cuando conoció la construcción express del Muro de Berlín, dijo: «Es una solución poco elegante, aunque mil veces preferible a la guerra». Cierto, pero no evitó los conflictos armados ni la muerte por la represión de las tiranías comunistas. La Guerra Fría supuso que las dos potencias mundiales, URSS y Estados Unidos, no se enfrentaron nunca, pero si lo hicieron a través de terceros países. Y, es más, mucha gente murió intentando escapar del comunismo, saltar sus muros, siempre franqueados por policías sin escrúpulos.
El Muro de Berlín es el símbolo de aquella época y del enorme fracaso del socialismo real. De hecho, su derrumbe dejó noqueada a la izquierda durante una década. Alemania, en el corazón de Europa, fue el campo de batalla política de la Guerra Fría, de la división de la Humanidad en campos irreconciliables. El territorio alemán quedó partido en tres zonas: una controlada por la URSS, otra por los aliados –Estados Unidos, Francia y Reino Unido–, y la última, Berlín, la capital, tierra de todos, tierra de nadie.
Stalin intentó bloquear Berlín por tierra para ahogar la zona libre, entre el 24 de junio de 1948 y el 12 de mayo de 1949, pero fracasó. Los aliados abastecieron por aire a la población, a la que los comunistas querían matar de hambre, utilizando los tres corredores aéreos que tenían y el aeropuerto berlinés de Tempelhof. La URSS derrotada, retiró el bloqueo, y los aliados aprovecharon para fundar la República Federal de Alemania el 23 de mayo. La maquinaria burocrática soviética fue más lenta. El 7 de octubre de 1949 fundaba la República Democrática Alemana; tres palabras, tres mentiras. La dictadura quedó en manos del Partido Socialista Unificado de Alemania, y de su líder Walter Ulbricht, supervisado por Moscú. Ocuparon todas las estructuras administrativas y el partido se convirtió en la casta.
Irónicamente la RDA insistió en llamarse «Estado de Obreros y Campesinos», pero fueron justamente los obreros los primeros en protestar contra la tiranía comunista. Los socialistas hicieron lo de siempre: intentar el salvamento de sus errores económicos aumentando los impuestos. A esto añadieron un aumento de las horas de trabajo sin incremento salarial.
El 17 de junio, los obreros de la RDA se pusieron en huelga. En Berlín Oriental se reunieron unas 400.000 personas, y se calcula que paró alrededor de un millón en todo el territorio comunista. Al principio solo eran reivindicaciones laborales, pero en seguida la protesta se convirtió en política. Gritos de «¡Basta ya!» se mezclaron con exigencias de libertad y democracia.
El régimen comunista reaccionó siguiendo su tradición. Dieciséis divisiones soviéticas se pusieron en marcha, con 20.000 soldados del Grupo de Fuerzas Soviéticas en Alemania Oriental. A éstas se sumaron los 8.000 efectivos de la Volkspolizei de la RDA. A partir de aquí, y como ocurre siempre que hay una tiranía, las cifras son aproximadas. Detuvieron a miles de personas, entre 7.000 y 13.000. Asesinaron en el momento y al día siguiente a un grupo de entre 55 y 124 personas, y fueron condenados a prisión unas 2.000. La RFA dijo años después que el número de asesinados había ascendido a 383, incluyendo a 116 funcionarios, con 106 aplicaciones de la ley marcial. El número de heridos fue incontable. Todavía hay quien llama a esto «detener un golpe contrarrevolucionario».
El éxodo de alemanes orientales comenzó a ser importante. Unas 50.000 personas pasaban diariamente de un lado a otro de la ciudad a finales de la década de 1950. Iban a trabajar, cobraban, pero consumían en la parte Oriental, donde no había nada por la ruina del sistema de producción comunista. La situación se convirtió en insoportable e injusta y se inició la sangría demográfica: casi tres millones de alemanes orientales abandonaron el Estado de Obreros y Campesinos. Había que huir del «paraíso socialista», y muchos se inscribieron en las oficinas de la RFA como «refugiados».
Aquello era insoportable para la RDA y propaganda negativa para el comunismo. La situación empeoró con la crisis cubana en la primavera de 1961. Nikita Kruschev, secretario general del PCUS, declaró entonces que firmaría un tratado de paz con la RDA, lo que suponía poner en la diana a la Alemania Oriental. Esto provocó una avalancha de huidos: unas diez mil personas entre el 1 y 10 de agosto de ese año. Durante esos días, los gobiernos comunistas decidieron dar una solución: levantar en tiempo récord, entre el 13 y el 14 de agosto, un muro de separación, primero con alambre de espino, y luego con ladrillos y hormigón.
Protección antifascista
Había que buscar una excusa, que encajara con el discurso pro-soviético que existía en Occidente. Acordaron decir que el muro se levantaba como una «barrera de protección antifascista». Era conocido desde la década de 1930 gracias a la labor del propagandista Willi Münzenberg, que cualquiera que criticara abiertamente a los comunistas era tildado de «fascista». El propósito era dar a entender que así la RDA evitaba la injerencia de agentes occidentales.
El canciller de la RFA, Konrad Adenauer, pidió el bloqueo de la URSS, pero nadie le secundó. Kennedy dijo que lo importante era la paz. De Gaulle lo aceptó. Era la materialización del «telón de acero» que popularizó Winston Churchill en 1947 utilizando una expresión de Walter Lippmann. Ultrich, dirigente alemán, ultimó rápidamente el muro, y lo acompañó con la «franja de la muerte»: un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban vehículos militares, más sistemas de alarma, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. El muro tuvo 155 kilómetros, vigilado por más de 300.000 policías que patrullaban túneles, ríos y caminos.
El primero en huir fue Conrad Schumann, un soldado cuya imagen dando el salto sobre la valla de espinos dio la vuelta al mundo. Era un 15 de agosto de 1961. Un año después se produjo la primera víctima. Peter Fletcher, un muchacho de 18 años, intentó el 17 de agosto llegar al Checkpoint Charlie. Fue tiroteado y, herido, cayó al foso. Allí estuvo gritando y desangrándose durante una hora sin que nadie hiciera nada. Muchas personas marcharon por túneles. En la noche del 3 al 4 de octubre de 1964 huyeron 57 personas por el túnel, de 145 metros de largo y 12 de profundidad, construido en el sótano de una panadería abandonada. Iban a salir 120, pero la Stasi lo descubrió y no dio tiempo a más. La distensión de la Guerra Fría con Gorbachov, y la presión que ejerció Ronald Reagan quedó patente en el discurso que el presidente norteamericano pronunció en Berlín, en 1987, con el significativo llamamiento al líder soviético: «Derribe ese muro». No sucedió, y en el verano de 1989 miles de personas huyeron por las fronteras de los países todavía socialistas.
El gobierno de la RDA, presidido por Erich Honecker, enfureció. Culpó a Occidente y a los reformistas de los países socialistas. Amenazó con una «solución china», como en Tiananmen, masacrando a la población civil. Fue en vano. El 7 de octubre de 1989 una manifestación recorrió Berlín Oriental gritando «¡El Muro debe caer!». Moscú obligó a Honecker a dimitir, y días después del gobierno comunista de Willy Stoph cesó. La nueva autoridad, dirigida por Günter Schabowski, ordenó la apertura del Muro, y Egon Krenz prometió la celebración de elecciones libres. La alegría no ocultó la tragedia. Entre 1961 y 1989 más de 5.000 personas trataron de cruzar el Muro. Todavía se investiga cuántos asesinatos hubo. El último fue el de Chris Gueffroy, de 20 años, tiroteado el 5 de febrero de 1989 cuando intentaba saltar.