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Geografía mítica

Así empezaron las ciudades: motas, motillas y morras

Estas curiosas y apasionantes edificaciones conforman una arcaica reliquia de la población del sustrato de la España antigua

La Motilla del Azuer, yacimiento prehistórico de la Edad del Bronce situado en Ciudad Real
La Motilla del Azuer, yacimiento prehistórico de la Edad del Bronce situado en Ciudad RealArchivo

No podemos escapar de la ciudad, como fenómeno indisolublemente ligado al ser humano desde los comienzos. La ciudad le persigue donde quiera que vaya. Así lo recuerda Constantino Cavafis en un poema melancólico y personal, pero que evoca lo inevitable de la ciudad, la «polis», para el animal político que es el ser humano: «La ciudad irá en ti siempre. Volverás / a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez; / en la misma casa encanecerás. / Pues la ciudad es siempre la misma». El comienzo de la historia en el Creciente Fértil está relacionado con el juntarse de muchas personas en el llano irrigado para colaborar.

La planicie extensa donde se produce la revolución del Neolítico alimenta a las tribus que devienen clanes y luego sociedades complejas. Es nuestro universo. Así era por ejemplo Assur para los asirios, el nombre que designaba al dios, a la ciudad, al palacio, al Estado, al universo, en suma, al cosmos ordenado, por pleonástico que parezca.En el llano y en el horizonte suele medrar un germen de conurbación concebido como centro del mundo. Es el Mediolanum del mundo celta y celtibérico, como la ínclita Numancia. Pero mucho antes, entre nosotros, se habla de las motas, motillas, morras o castillejos, esas elevaciones en la llanura que representan el centro del cosmos y donde se aposentan los asentamientos prehistóricos. La arqueología posterior muestra cómo muchas veces esas colinas son artificiales –lo que en Oriente llaman tell los arqueólogos–, donde a veces afloran antiquísimas ciudades. Algo así, «mutatis mutandis», se puede ver también en las culturas de la antigua península ibérica, sobre todo al sur y durante la Edad del bronce. Ahí se desarrolló una red tupida con cierto urbanismo que abarcaba Andalucía oriental, Murcia y el sur de La Mancha.

Acrópolis fortificada

Desde el tercer al segundo milenio a.C. se ven estos complejos, interpretados como centros urbanos o, a veces, religiosos. Algunos restos son realmente espectaculares. Hablemos, por ejemplo, de Motilla del Azuer, cerca de Daimiel, un lugar claramente de poder poblado desde el tercer milenio a.C. Es cierto que la geografía de Daimiel es ya de por sí mítica y fascinante, con el fabuloso humedal que surge de las corrientes del Guadiana, el Azuer y el Cigüela. Si el patrimonio biológico del Parque Nacional de las Tablas es impresionante, el arqueológico de Motilla del Azuer, activo entre 2200 a. C. - 1200 a. C., aún hoy sobrecoge por su onírica arquitectura en medio del llano. Era un lugar magnífico para el control de territorio, una verdadera acrópolis fortificada que albergaba en su interior recursos hídricos, gracias al pozo que aún hoy se puede ver, y almacenaba los alimentos de la llanura a la que tutelaba. El desarrollo urbanístico es ciertamente espectacular y parece levantarse como baluarte de los grupos sedentarios que cultivaban y pastoreaban en sus inmediaciones.

Las motillas, como otras muchas de La Mancha, como el Cerro de la Encantada, y las muchísimas morras, con usos habitacionales y defensivos, que quedan sin excavar conforman una antigua reliquia de la población del sustrato de la España antigua. Están muy relacionadas con la cultura argárica, que se extiende por Almería o Murcia. Es esta una de las culturas más fascinantes de la prehistoria de la península, que toma el nombre del gran yacimiento de El Argar (Almería), con otros ejemplos tan notables como el de La Bastida de Totana o las Cuevas del Almanzora, en Fuente Álamo de Murcia: llama la atención también en sus cabezos el urbanismo tan regular, con sus calles bien delineadas y sus viviendas, el suministro de agua, los sistemas de almacenamiento y sus varios niveles.

El desarrollo social y cultural es elevado, como muestran el arte y las joyas que derivan de la religión o de las creencias funerarias. Conocida desde los trabajos de los hermanos Siret, publicados en su libro Primeras edades del metal en el sudeste de España (1890) y excavado luego por H. Schubart, hoy sabemos que esta cultura no solo data del Bronce, sino que remonta a desarrollos anteriores en la Edad del Cobre, como muestra el mundo de Los Millares. Por ello, se diría que, como quería Cavafis, no podemos escapar de la ciudad, que prende ya en estas antiquísimas culturas de nuestros lares, de forma casi pionera en la Europa occidental, y cuya sofisticación –y también su problemática- nos acompaña desde la antigua geografía mítica de España hasta hoy.