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Anécdotas de la historia
Ruiz Zorrilla y el gobierno del soponcio
Y así fue cómo se decidió el último Gobierno de la monarquía de Amadeo I de Saboya, tras un soponcio y preparando otro más general.

“Que Amadeo no me da el Gobierno, pues me voy”, dijo Manuel Ruiz Zorrilla saliendo de la Junta del Partido Radical, celebrada en el Café Suizo. El líder del radicalismo dejó plantados a los prohombres de su organización. El tema de la reunión fue: “¿Cómo es posible que el rey que hemos traído de Italia, de familia liberal, los Saboya, prefiera para formar gobierno a los conservadores y no a nosotros, que nos hemos presentado a las elecciones en coalición con republicanos y carlistas?”. Luego había un “Ruegos y preguntas”, pero Ruiz Zorrilla ya tenía todas las respuestas. Era junio de 1872 y estaba hasta el gorro de todos. “¿Y para esto hemos hecho una revolución, echado a los Borbones, y luchado con el marchito de Sagasta por la jefatura del progresismo tras el asesinato de Prim?”, se preguntaba Ruiz Zorrilla mientras paseaba cabizbajo por las calles de Madrid entre los gritos de los vendedores de periódicos.
La prensa radical sí que sabía hacer política fina, sobre todo la que coqueteaba con el republicanismo. Resucitó lo de “Macarroni I” para referirse al italiano Amadeo, llamó “Loca del Vaticano” a la reina, y publicó un capítulo de “El Príncipe” de Maquiavelo sobre la ingratitud de los reyes. Al tiempo, los pseudo medios radicales, auténticas máquinas del fango, henchidos de bulos a cascoporro, amenazaron con una revolución republicana para destronar al recién elegido monarca. El saboyano repetía “Non capisco niente” y era verdad. Lo consultó con el marqués de Dragonetti, que le hacía compañía y el café por las mañanas. “Majestad -traducimos para evitar al lector el pinganillo-, si no da el poder a los radicales habrá guerra civil en España, y aquí los parroquianos son muy brutos, como los mexicanos, y puede acabar fusilado como el emperador Maximiliano de Habsburgo”. “Venga, va -dijo Amadeo-, llama a Fernández de Córdoba y que los radicales formen gobierno”. Dicho y deshecho. Pero faltaba Ruiz Zorrilla.
Don Manuel se había ido a su finca en la Tablada, una dehesa palentina en el minúsculo municipio de Villaviudas. Allí reposaba con su mujer y su servicio doméstico. Por las mañanas paseaba por sus tranquilos caminos, escuchando los pájaros y apartando las moscas. El resto del día se quedaba contemplando un bodegón de una perdiz y cuatro naranjas. Decía que aquello le daba paz. Todo se turbó el día que llegó el telegrama de Fernández de Córdoba: “Partido compacto”. Ya no había disensión entre amadeístas y republicanos. El poder une más que la cola (de contacto). Ruiz Zorrilla pensó en hacerse el loco, dejar el mensaje en visto y no contestar. Sin embargo, unos 300 radicales dirigidos por Nicolás María Rivero, Francisco Salmerón -el hermanísimo del filosofísimo Nicolás-, y José María Beranger, cogieron un tren en Atocha para visitar la Tablada. El convoy llegó a la estación de Magaz a la una de la mañana, y emprendieron la marcha, de noche, entonando el “Himno de Riego” y “La raja de mi tía”. Tras dos horas de paseo entre matorrales y boñigas, llegaron a la casa de Ruiz Zorrilla. Llamaron. Abrió la puerta un sirviente con gorro de dormir y un candelabro. “¿Mandé?”, dijo el mayordomo. “Somos los radicales y traemos una buena nueva”.
El jefe del partido bajó las escaleras en bata. “No son horas, caballeros, ni aunque me traigan la fórmula del progreso”, dijo el muy cursi. Pasaron solo los tres primates y se metieron en una sala a tomar café con rosquillas de palo. Fuera, la multitud se inquietó tras consumir el repertorio de vivas y mueras. Aburridos, dieron un empujón a una puerta, se colaron en la casa, llenaron los habitaciones y entraron en la habitación donde estaba Ruiz Zorrilla en pantuflas. Empezaron las aclamaciones a grito pelado y los empujones hasta que el jefe del radicalismo, viéndose zarandeado, no pudo articular palabra y cayó desmayado. Entró entonces su mujer, María Paz Barbadillo, que echó a todos a golpes. “Fuera todo el mundo. Tú, no, Rivero”, ordenó la esposa. Hablaron los tres durante quince minutos, al principio sobre lo buena que está la menestra palentina, y luego acordaron volver a Madrid y formar Gobierno.
El periodista de “El Imparcial” del 17 de junio de 1872, haciendo la crónica del suceso escribió: “transcurrido este breve espacio de tiempo el señor Rivero salió alborozado para dar la nueva de que al fin se había decidido Ruiz Zorrilla. La noticia es de suponer que fue acogida con entusiastas aclamaciones. A las tres de la madrugada, la comitiva emprendió la marcha hacia la estación de Magaz". Y así fue cómo se decidió el último Gobierno de la monarquía de Amadeo I de Saboya, tras un soponcio y preparando otro más general.
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