Barbarella, entre transexuales
El personaje de «Barbarella» se aprovechó del erotismo natural que siempre rezumó Jane Fonda para transgreder las pudibundas gazmoñerías que aún mantenían su vigencia en los tardíos años sesenta y, de paso, irritar a beatos y otras almas miopes de entonces. Venía así a extender el escándalo, la ganzúa más común para descerrajar la caja de Pandora de la polémica, y traer un aire fresco a una ciudadanía que empezaba a despertar del sueño eterno de la «American Way of Life», un ideal muy «Made in USA», pero que pronto se extendió como una mancha de aceite por diversos idearios, mentalidades y continentes. El personaje había nacido de la mano de Jean-Claude Forest en esa métrica visual que es el cómic, pero muy pronto se convirtió en un estereotipo de la rebeldía, en un emblema de los jóvenes que comenzaban a contemplar el transitar por la vida desde una óptica liberadora, desde el talante de los «Easy Rider» que recorrían las «highways» norteamericanas y que tan bien difundió un clásico del cine. El sexo dejaba de ser un tabú, algo que se escondía entre las camas separadas de los matrimonios, para elevarse a la categoría de expresión humana, como las performances del MoMA. Barbarella, la Venus del espacio y de todas las galaxias exteriores, apareció para explorar las diferentes fronteras reales y metafóricas de la sexualidad y las relaciones personales, desbocando con su imprevista aparición una de las cuádrigas mejor educadas por los pontífices morales de la época.En 1968, Jane Fonda aceptó el reto de interpretarla, primero, porque era la esposa del director del filme, Roger Vadim, y, segundo, porque en ella, aparte de cartel de guapa que le colgaron de la pechera, aunque lo suyo más bien era una belleza burguesa, de hija de papá rebelde, nada de traperías jipis, lo que, vaya por delante, no le restaba un mérito, adoleció siempre de una inclinación protestona y reivindicativa, como de «pancartista» y «abajofirmante» que casaba muy bien con el personaje, aunque chocara con una actriz con cierta tendencia a casarse con millonarios. Mike Carey recupera de nuevo ese personaje que llegó del cómic y universalizó el cine, y lo hace con la misma vocación angelical de su primer bautizo, dar carta de ley a transexuales y hablar de esas aduanas discutibles del género, la religión y la moral. Casi nada.