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Historia

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Barbie, una sesentona sin complejos (con perdón)

Han pasado ya seis largas décadas desde el nacimiento de la Barbie y, aunque no se le noten las arrugas, sí la delata el imposible estándar de belleza que representa

Una Barbie de los 80 en la exposición «The Art of Barbie», que se inauguró en Wilton Manors, cerca de Miami, Florida
Una Barbie de los 80 en la exposición «The Art of Barbie», que se inauguró en Wilton Manors, cerca de Miami, Floridalarazon

Han pasado ya seis largas décadas desde el nacimiento de la Barbie y, aunque no se le noten las arrugas, sí la delata el imposible estándar de belleza que representa.

¿Qué mujer –y más hombres de los que se atreverían a admitirlo– no tuvo en la infancia una Barbie entre sus juguetes preferidos? Las famosas muñecas, que hoy se antojan anacrónicas, fueron hasta hace muy poco el regalo más típico para una niña. Y, para qué ocultarlo, nos encantaban sus melenas lacias, sus cinturas diminutas y sus vestidos de princesa. Pero han pasado ya seis largas décadas desde el nacimiento de la Barbie y aunque no se le noten las arrugas, sí la delata el imposible estándar de belleza que representa. De hecho, afrontar esa crítica, que en los últimos años se ha convertido casi en un clamor popular, ha sido recientemente la principal tarea de Mattel, la marca que las fabrica, y de Kim Culmone, la diseñadora principal de las muñecas. Gracias a ello, hoy existen Barbies altas, bajitas, con curvas y delgadas, de distintas razas y con el pelo de todos los colores y estilos. Existe la Barbie astronauta, la Barbie «skater», la Barbie candidata presidencial y hasta la versión Barbie de Frida Kahlo (lo que pensaría la artista mexicana de ello ya es otro asunto). Ayer, cuando nos sacudíamos aún la resaca del Día de la Mujer, en Florida se inauguraba una gran exposición para celebrar que la Barbie ya es sexagenaria. Mientras tanto, en Nueva York se encendían las luces del Empire State del rosa chicle asociado con una muñeca que, a pesar de los esfuerzos de Mattel, para muchos sigue representando las exigencias injustas que la sociedad impone a las niñas. Igualmente injusto sería olvidar que Ruth Hadler, su creadora, la ideó cuando se dio cuenta de que su hija solo jugaba a ser mamá, mientras que su hijo imaginaba que era bombero, policía, piloto... Barbie nació con una noble intención, la de darle más opciones a las chicas, pero se olvidó de que debía representarlas a todas, no solo a las rubias delgadas. Cuando finalmente intentaron remediarlo, en 2016, una Barbie con curvas más o menos pronunciadas apareció en la portada de la revista «Time» junto al titular: «¿Ya podemos dejar de hablar de mi cuerpo?». La pregunta no solo engloba gran parte del debate que la muñeca plantea, sino también el de la igualdad de género. El día en que a nadie le interese hablar de los distintos tipos de cuerpo de las mujeres, entonces habremos logrado un cambio. El día en que la igualdad entre hombres y mujeres sea una obviedad, en que un niña no sepa lo que es sentirse discriminada por su género –en lugar de sentir la mezcla de rabia y resignación que soportamos hoy–, entonces habremos logrado algo. La Barbie está lejos de convertirse en imagen de la reivindicación feminista –¿quién puede imaginar a las furiosas manifestantes del viernes blandiendo una de estas muñecas en lugar de una pancarta?– y, aunque confieso que jamás regalaría una a mis sobrinas, hay que reconocerle el mérito a esta sesentona de haberse reinventado con tanto éxito como Hillary Clinton (quien, por cierto, es sospechosamente parecida a la Barbie candidata presidencial).