Barceló no volverá a Mali
El artista renuncia a viajar de nuevo al país africano por seguridad
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La última vez que Miquel Barceló estuvo en Mali fue hace dos años. Viajó junto al director Iñaki Lacuesta –y un equipo de 15 personas– para rodar el documental «Los pasos dobles», basado el pintor mallorquín y su papel como «médium» entre los pobladores del País Dogón. En esta región del norte de Mali está Gogolí, el pueblo donde se instaló. Incluso se construyó una casa.
Mientas buscaban los emplazamientos del rodaje, ya comprobaron que la situación política del país había cambiado y que incluso era temerario que un grupo de europeos andara por pueblos en los que era fácil ver carteles con la fotografía de Bin Laden. Poco tiempo después se produjo el secuestro de tres cooperantes catalanes. Se sentían seguros acompañados de medio centenar de actores de la zona que habían sido contratados en Bamako.
Su relación con Mali viene de lejos, incluso ha reconocido que el descubrimiento de este país –y el largo viaje por el desierto hasta llegar a él– le salvó para la pintura en algún momento de sequía. Su primer viaje fue en 1988 junto a su amigo Javier Mariscal, que por entonces acababa del ganar el concurso para la mascota olímpica de Barcelona, su célebre Cobi.. Llegaron en Land Rover desde Barcelona (aunque se encontraron en la ciudad argelina de Ghardaia), después de dos semanas de viaje por el Sáhara. Unos tuaregs que se apiadaron de ellos cuando vieron que el vehículo iba cargado hasta arriba con pinturas, papeles y lienzos les acompañaron en otro coche hasta Goa, la ciudad en la que decidieron instalarse. En Goa, a orillas del poderoso Níger, alquilaron una casa de una sola planta y Barceló se pasaba las tardes pintando en el tejado. El segundo viaje fue en 1991 y parece que la inestable situación política no fue un impedimento. Por esos días habían derrocado al general Moussa Traoré, dictador instalado en el poder desde 1968. En esta ocasión se instaló en Segú, en la zona central de Mali y bien comunicada con Bamako. Su pintura ya estaba impregnada del paisaje de la zona: los hombres con cabras al hombro, las canoas en el río Níger, las bicicletas enclenques; imágenes habituales en su pintura.
Del primer viaje escribió: «Estoy en Gao y tengo una casa sobre el río... hay moscas grandes como palomas, niños con el vientre hinchado como culos de mujer». Después de su última estancia, ese optimismo se tornó en un fatalismo muy sensato que le llevará a no volver: «Un mallorquín vale entre 8 y 10 millones de euros». Sin duda, Barceló era un objetivo fácil y económicamente rentable para todo tipo de grupos armados, traficantes o salteadores de camino.