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Afganistán

Berlín, más gris que nunca

Indiferencia ante «Praia do futuro», «Inbetween worlds» y «Stratos»

Mortensen lució el escudo del San Lorenzo, su equipo
Mortensen lució el escudo del San Lorenzo, su equipolarazon

Ayer fue el día en que la Berlinale lanzó un triunfalista comunicado haciendo públicas las impresionantes cifras de taquilla, 260.000 entradas vendidas en el ecuador del certamen. Era un día oportuno para hacerlo, porque los récords siempre empañan la verdad de las cosas. Y ayer la única verdad es que fue un día gris, tirando a negro, al menos en una competición que cojea, y cómo. En anteriores ediciones entre los nuevos talentos por los que apuesta habitualmente el festival siempre había alguna sorpresa monumental –«Una separación», de Ashgar Farhadi; «La postura del hijo», de Calin Peter Netzer; «Everyone Else», de Maren Ade–, pero en esta Berlinale la sorpresa es que no hay sorpresa. Así lo demostraron las tres películas a concurso de ayer: la brasileña «Praia do futuro»; la alemana «Inbetween worlds» y la griega «Stratos».

Karim Ainouz pasa por ser la gran promesa del cine carioca. Fue una de las revelaciones del festival de Cannes 2002 con «Madame Sata» y cuenta con títulos tan evocadores como «Viajo porque preciso, volto porque te amo». Título que, por otra parte, define la elusiva narrativa de «Praia do Futuro», que cuenta la historia de amor en tres actos entre un socorrista, que corta radicalmente con su pasado para seguir a su objeto de deseo, y un motero berlinés, que ha perdido a su amigo del alma en el océano. Es una película sobre la muerte (literal y metafórica) y sobre sus efectos en los que la rodean. Pero sus violentas elipsis, que dejan fuera de campo los motivos de deseos y rupturas, acaban revelándose como una muestra de incapacidad narrativa, no de aura de misterio. Como si Ainouz camuflara sus puntos débiles con pretensiones líricas.

«Inbetween worlds» es tan convencional y previsible que clama al cielo. Enésima visita occidental a los conflictos bélicos en tierras del Corán, se centra en la relación fraternal que un militar alemán, que acaba de perder a su hermano en acto de servicio, y un joven traductor, amenazado por los talibanes, establecen en el transcurso de una misión en la guerra de Afganistán. La película de Feo Aladag es poco más que un telefilme con planos más largos, anegado del sempiterno complejo de culpa e impotencia que los pueblos invasores –y protectores–, a veces para mal- tienen respecto a los países ocupados.

Si ver «Canino» y «Alps» quita las ganas de vivir en Grecia, «tratos» no consigue hacernos cambiar de opinión. Ahora parece que todo festival de cine que se precie de serlo tiene que incluir una cinta griega en su programación –hace poco ocurría con el cine rumano–, al margen de que se lo merezca o no. Protagonizada por un expresidiario que trabaja a turno partido como panadero y asesino a sueldo, «Stratos» ofrece un retrato tremendista de la sociedad helena. Prostitución de menores, corrupción y violencia conforman una galería de los horrores observado desde la tediosa pasividad de un personaje que recibe muchos más golpes de los que da. ¿Metáfora de la indiferencia de los griegos ante el hundimiento de su país? Podría ser...o no.