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Catalina de Aragón, una española humillada en la corte inglesa

Cada 29 de enero, y casi 500 años después de su muerte, el pueblo inglés sigue poniendo flores en su tumba
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Cada 29 de enero, y casi 500 años después de su muerte, el pueblo inglés sigue poniendo flores en su tumba
A Catalina de Aragón, la última hija de los Reyes Católicos y probablemente la que más se parecía a su madre, Isabel la Católica, el destino le tenía preparado un papel trascendental en la Historia de Europa. No había cumplido siquiera los 3 años de edad cuando sus padres decidieron comprometerla en matrimonio con Arturo Tudor, príncipe de Gales. Puede que el lector se sorprenda ante la utilización como mercancía política de una niña prometida a tan escasa edad como esposa, arrastrada hacia una unión concertada que nunca eligió, pero en la España de sus Majestades Católicas el matrimonio era una especie de juego de ajedrez diplomático que, al tiempo que evitaba guerras, consolidaba y tejía imperios.
Con apenas 16 años una adolescente Catalina llegó a las costas inglesas el 14 de noviembre de 1501. Fue extraordinariamente bien recibida por los ingleses. Su primera visita fue a la iglesia de Plymouth para dar las gracias por haber podido culminar felizmente un viaje que casi le cuesta la vida a ella y a toda la tripulación, no faltando quien viera en los peligros pasados durante la travesía el peor de los malos augurios.
El licenciado Alcaraz escribía a la Reina Católica: La Princesa no pudo haber sido recibida con mayor alegría...” casi como “Si hubiera sido el Salvador del mundo”
La boda se llevó a cabo, con todo tipo de boato en la Catedral de San Pablo de Londres. La joven princesa tenía 16 años, Arturo, príncipe de Gales, con tan sólo 15, era un joven con apariencia de niño, rubio y de constitución débil.
La unión de estos niños duró bien poco. Apenas cinco meses después de su boda tanto Catalina como Arturo enfermaron súbitamente. Ella consiguió sobrevivir pero el “sudor inglés”, una extraña enfermedad que apareció en el Reino Unido en el siglo XV y cuya causa sigue siendo una incógnita para los científicos, se llevó por delante a un frágil Arturo que falleció el 2 de abril de 1502.
Viuda y aún niña, el futuro de Catalina en la Corte era un enigma sin resolver. Según las capitulaciones matrimoniales firmadas por ambas partes, el Rey Enrique VII habría recibido 200.000 coronas en concepto de dote por parte de los Reyes Católicos. Ser Rey de Inglaterra no exime de la posibilidad de ser un perfecto tacaño, tal y como parece que fue el caso. Enrique VII no estaba por la labor de devolver tan preciada suma, a la que había que añadir la herencia que como viuda del Príncipe de Gales le correspondía a nuestra joven Catalina y que su suegro tampoco estaba dispuesto a costear.
Enrique VII propone casarse con Catalina, pero Isabel y Fernando no aceptan; él tiene 46 años, ella 17. Ofrece entonces a su otro hijo, el futuro Enrique VIII, un joven príncipe y heredero al trono que contaba con tan solo 11 años de edad.
Las relaciones entre Enrique VII y Fernando el Católico no son amistosas y Catalina se convierte en víctima de ese enfrentamiento. Transcurren 7 penosos y largos años en los que una Catalina viuda se ve tratada fríamente, pasando penurias económicas, mientras la dote que había llevado a Inglaterra permanece intocable. Son 7 interminables años que marcan su paso de la niñez a la madurez y que constituyen la forja de un carácter que dejaría su sello en la historia de Inglaterra.
Tras la muerte de Enrique VII, un joven Enrique VIII accede al trono de Inglaterra en el año 1509. A los pocos meses de su ascenso al trono real se casa con Catalina, necesitando para ello de una dispensa papal al tratarse como se trataba de la mujer de su hermano. A tal efecto la propia Catalina defendería siempre que su primer matrimonio nunca se había consumado debido a la incapacidad sexual del enfermizo Arturo.
La nueva Reina de Inglaterra ha sido educada con esmero y personajes como Erasmo de Rotterdam o Luis Vives no escatimaron en elogios hacia la hija de Isabel y Fernando y su “milagro de educación femenina”. Durante los cinco años posteriores a su matrimonio, el verdadero embajador de Fernando el Católico en la Corte de Inglaterra fue su propia hija, quien a la sazón dominaba el inglés, alemán, francés y latín.
Inglaterra necesita un heredero y a los pocos meses de su matrimonio Catalina se queda embarazada, la dicha de la joven pareja no puede ser mayor, pero en los primeros meses de 1510 un aborto desbarata sus ilusiones. Un año más tarde el júbilo llega de nuevo a la Corte y a las calles de Inglaterra. Catalina da a luz a un heredero varón que fue bautizado con el mayor esplendor con el nombre de Enrique. Apenas habían transcurrido 52 días y el júbilo tornó de nuevo en tristeza. En un brevísimo espacio de tiempo la Corte pasó de celebrar el nacimiento a tener que acudir al sepelio del joven príncipe.
Enrique VIII aún confía plenamente en su esposa, tanto que en 1513 la nombra regente del reino mientras él se ausenta para librar batalla contra Francia. Catalina se muestra a la altura de las circunstancias y logra de hecho sofocar la invasión del Norte y luchar contra el ejército movilizado por Escocia.
A su regreso, Catalina sufre varios abortos y concibe un nuevo hijo que fallece al poco de nacer. Las relaciones entre el matrimonio comienzan a empañarse, y al hecho de no poder concebir un heredero varón se le unen las malas relaciones de Enrique VIII con España. Tampoco ayudó a mejorar la situación los continuos romances del Rey con las damas de la Corte.
El 18 de febrero de 1516 y tras 4 embarazos, Catalina da a luz a una niña, María, a la que su madre comienza a educar como futura Reina de Inglaterra. Un año más tarde, Isabel Blount, amante del rey, le da el hijo que tanto ansiaba. Enrique VIII lo reconoce públicamente al tiempo que lo colma de títulos y honores. Es la primera humillación pública de Catalina a la que responde con la dignidad y entereza que la hizo ser una de las soberanas más queridas por el pueblo inglés. “La Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina”, tal y como la definió William Shakespeare.
La obsesión por tener un heredero varón y la aparición en escena de una mujer extremadamente ambiciosa, Ana Bolena, precipitaron los acontecimientos que cambiarían la historia de Inglaterra.
Enrique VIII solicita al Papa la anulación de su matrimonio, argumentándose en el capítulo XX del Levítico: “Y el que tomare la mujer de su hermano, comete inmundicia. La desnudez de su hermano descubierta; sin hijos serán”
Catalina vuelve a alegar que su matrimonio con Arturo no fue consumado y que además había una dispensa papal. El Papa no concede la nulidad y Catalina gana el juicio. El rey propone retirarla en un convento.
Catalina no acepta ninguna de las ofertas de Enrique VIII para llegar a una disolución pactada del matrimonio y se niega a que su hija María sea declarada bastarda.
El pueblo inglés adoraba a su Reina y de hecho ella podría haber desencadenado un motín contra Enrique VIII. Fue algo a lo que nunca se prestó. El 18 de junio de 1529 comparece digna y serena ante el tribunal legatario de Blackfriars. Al ser citada a declarar y ante los ojos de todos se arrodilla ante los pies de su marido para acto seguido manifestar: “Pongo a Dios y a todo el mundo por testigos de que he sido para vos una mujer verdadera, humilde y obediente, siempre conforme con vuestra voluntad y vuestro gusto... siempre satisfecha y contenta con todas las cosas que os complacían o divertían, ya fueran muchas o pocas... he amado a todos los que vos habéis amado solamente por vos, tuviera o no motivo, y fueran o no mis amigos o mis enemigos. Estos veinte años o más he sido vuestra verdadera mujer y habéis tenido de mí varios hijos, si bien Dios ha querido llamarles de este mundo...” “Y cuando me tuvisteis por primera vez, pongo a Dios como juez, yo era una verdadera doncella, no tocada por varón. Invoco a vuestra conciencia si esto es verdad o no”
El Rey agachó la cabeza y no pudo confrontar la mirada de su Reina, que abandonó serena y majestuosa el recinto. No volvió a ser convocada al resto de las sesiones. Enrique decidió apartarla de su única hija y en 1531 la privó de todos sus títulos desterrándola al castillo de More.
En 1533 la ruptura con Roma era un hecho: Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury, declaró nulo el matrimonio y Enrique VIII se casó con Ana Bolena, a la que el pueblo inglés denominaba “la mala perra”. Poco duró este matrimonio y el destino de Ana fue bien distinto al que su ambición imaginó. Pero esa es otra historia...
Enrique maltrató a su esposa y la humilló en público y en privado pero lo cierto es que nunca consiguió vencerla ni en una sola de las discusiones que mantuvieron. Según llegó a comentar Cronwell, ministro principal del Rey y uno de los que más que contribuyó a su destrucción: “La naturaleza se equivocó al no hacerla varón... si no fuera por su sexo, superaría a todos los otros héroes de la Historia”
Catalina murió el 7 de enero de 1536, a los 50 años de edad, alejada de su única hija y derrotada por una profunda depresión. Al ser embalsamada su médico encontró su corazón negro. Ni siquiera a día de hoy podemos saber a ciencia cierta si fue víctima de un envenenamiento o de algún tipo de cáncer letal.
Antes de morir escribió una carta a su esposo: Mi amadísimo Señor, Rey y marido: Ahora que se aproxima la hora de mi muerte, el tierno amor que os debo me impele, hallándome en tal estado, a encomendarme a vos y llevar a vuestro recuerdo, en unas pocas palabras, la salud y salvación de vuestra alma, a la que debéis preferir sobre todas las cosas de la tierra, y antes que el cuidado y regalo de vuestro cuerpo por el que me habéis arrojado en muchas calamidades y a vos mismo en muchas preocupaciones. Por mi parte, os perdono todo, y deseo rezar devotamente a Dios para que os perdone también. Por lo demás, os encomiendo a nuestra hija María, suplicándoos que seáis un buen padre para ella, como siempre he deseado...” “Por último, declaro solemnemente que mis ojos desean veros sobre todas las cosas terrenas”
Sus restos descansan en la Catedral de Peterborough. Cada 29 de enero el pueblo inglés le rinde honores celebrando una misa católica, algo que no deja de ser insólito en un templo anglicano. No hay un rey o reina de España que reciba todos los años un homenaje similar.