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Buscetta, el primer arrepentido de la Mafia llega al festival de Cannes

El director Marco Bellochio lleva al Festival el filme “El traidor “ sobre las confesiones del pistolero al juez Falcone.
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El director Marco Bellochio lleva al Festival el filme “El traidor “ sobre las confesiones del pistolero al juez Falcone.
Repasar la filmografía de Marco Bellocchio es disfrutar de una exquisita lección de Historia italiana. Del maoísmo sesentayochista de «La China está cerca» al absolutismo militar de «Marcha triunfal», de las estrategias manipuladoras de la prensa populista de derechas en «Noticias de una violación en primera página» a las tinieblas de la institución eclesiástica de «En el nombre del padre» y «La sonrisa de mi madre», del terrorismo de las Brigadas Rojas de «Buenos días, noche» a la transformación de Mussolini en líder fascista de «Vincere», ¿qué herida le quedaba a Bellocchio por salpimentar? La Mafia, por supuesto. He aquí, pues, que su nueva y notable película, «El traidor», la décima que concursa en este Festival de Cannes que afronta la recta final, está protagonizada por Tommaso Buscetta, soldado de la Cosa Nostra y primer arrepentido de la Mafia italiana.
«A veces la traición puede ser un verdadero acto heroico», dice Bellocchio sobre su protagonista, cuyas confesiones al juez Giovanni Falcone –la película se estrenó en Italia ayer, el día del vigesimoséptimo aniversario del atentado que acabó con su vida cuando regresaba del aeropuerto de Palermo– levantaron los cimientos de la Cosa Nostra, permitiendo el arresto y posterior imputación de 475 de sus miembros.
Pero un acto heroico no hace a un héroe. «Buscetta no lo es, es un personaje valiente, y el coraje es una cualidad que me parece admirable, tal vez porque yo no lo tengo», afirma Bellocchio. «Defiende su propia vida, la de su familia, la de sus hijos, y su apego a las tradiciones, aunque tenga tres esposas, varias amantes y mienta cuando le conviene. Es un traidor conservador». La mirada de Bellocchio sobre Buscetta está lejos de ser apologética, pero empatiza con su valor para enfrentarse a una institución del crimen organizado que había echado raíces en el mismísimo gobierno de Giulio Andreotti, que, como primer ministro italiano y senador vitalicio, se sentó en el banquillo de los acusados por mantener vínculos oscuros con la Mafia (y fue absuelto, como cuenta de manera ejemplar «Il Divo», la sátira política de Paolo Sorrentino).
Buscetta es un hombre hecho paradoja: un corrupto que lucha contra la corrupción sistémica del Estado italiano, un asesino converso que busca justicia mordiendo la mano que le ha dado de comer, un buscavidas que sabe escoger el momento para reinventarse y cambiar el curso de la Historia. Buena parte de su carisma se contagia a la excelente interpretación de Piefrancesco Cavino, que saca partido de la brutalidad de su físico sin renunciar a una vulnerabilidad conmovedora. Hay algo en él del primer Robert de Niro, de Benicio del Toro, incluso de Javier Bardem: actores que trabajan desde el instinto y desde el cuerpo, todo presencia. Uno de los aspectos más interesantes de «El traidor» es el modo en que Bellocchio –a pocos meses de cumplir los ochenta afrontado la que, probablemente, sea la producción más ambiciosa de su carrera– describe la puesta en escena de la Mafia como institución. Desde la primera escena, un baile de celebración de un pacto de no agresión entre familias de la Cosa Nostra que no tardará en romperse asesinatos a sangre fría mediante, queda claro que la Mafia necesita representarse como organización teatralizando sus rituales de cohesión.
El fin de una época
Esa idea de la necesidad de lo corporativo de ponerse en escena para legitimarse –que Bellocchio llevó al terreno de la más pura abstracción con la Iglesia en «La sonrisa de mi madre»– encuentra su contraplano en las escenas judiciales, después de que Buscetta haya sido extraditado de Brasil (donde fue acusado de tráfico de drogas, delito que siempre negó) y de que sus conversaciones con el juez Falcone, con el que traba una curiosa amistad, desemboquen en el careo con Pippo Calò, en el que confiaba para proteger a sus dos hijos durante su exilio brasileño y que le traicionó sin ambages. El tribunal es, en sí mismo, un escenario donde un actor quiere desenmascarar al otro, contemplados por un público que, entre rejas, asiste al fin de una época, al desmantelamiento de esa puesta en escena que había otorgado a la Cosa Nostra un papel fundamental en la política italiana. «El traidor» se aleja premeditadamente de la abstracción conceptual del cine de Bellocchio para ceñirse a los hechos. Es, en esencia, un thriller procedimental, narrado con el rigor austero, atento al detalle, de un informe policial, exento de florituras retóricas, de un didactismo minucioso.
En cierto modo, el director de «Las manos en los bolsillos» enmarca su película en la tradición del cine político italiano de los años setenta, de inequívoca tendencia izquierdista, reivindicando la necesidad de recuperar aquella mirada crítica sobre una realidad convulsa, ahora enfocada al pasado, sin un ápice de nostalgia. El viejo marxista que es Bellocchio percibe en Buscetta la oportunidad de contar otra vez la historia de David contra Goliat. Así las cosas, este hombre condenado a vivir en el exilio, en Estados Unidos, cambiando de casa en cuanto tiene la mínima sospecha de que la Mafia lo ha localizado para borrarlo del mapa, y luego de vuelta a Palermo como testigo protegido, es la reencarnación primitiva de aquel chico burgués que, en «Las manos en los bolsillos», decidía verter su rabia en forma de veneno contra su familia. Para Bellocchio solo los pecadores son capaces de destruir las instituciones que les han convertido en lo que son. Buscetta es un monstruo que busca su redención dinamitando los vínculos con su creador. Solo desde dentro puede hacerse la revolución.