Día de «Gloria» en Berlín
El festival arranca los primeros aplausos con la magnífica cinta del chileno Sebastián Lelio. Guillaume Nicloux se adentra en la Francia del siglo XVIII en un filme con Isabelle Huppert
Ayer la Berlinale parecía haber decidido celebrar el Día Internacional de la Mujer por adelantado. Las tres películas a concurso –con la gloriosa «Gloria» a la cabeza, de momento la que ha cosechado más y mejores aplausos– estaban protagonizadas por mujeres de armas tomar. Mujeres independientes que quieren encontrar su lugar en el mundo a costa de dejarse las uñas y la salud mental en el intento. El espectador no debe dejarse engañar por las primeras escenas de «Gloria», en la que el chileno Sebastián Lelio parece observar a su objeto de estudio bajo el unívoco prisma del patetismo de su soledad. Pronto advertiremos que la Gloria del título, esa mujer bajo la influencia, es alguien que no quiere tirar la toalla; que, con todas las circunstancias en contra, ya sea ligando en un club para cincuentones adictos a «Devórame otra vez», practicando yoga o tarareando facilonas canciones románticas, se ha propuesto rehacer su vida sí o sí. Divorciada, con sus hijos ya mayores, su entorno la bloquea, la lanza contra la pared, la asfixia y la condena al aislamiento. Con pequeños grandes gestos de rebelión, busca su independencia en un universo de emociones viciadas por el paso del tiempo. Y triunfa: el tema de Umberto Tozzi la premia con una sonrisa de satisfacción, y la espectacular interpretación de Paulina García nos abraza desde la pista, sin miedo a sentirse sola o ridícula. De fondo, la sociedad chilena protesta y reivindica, y como afirma Leilo, Gloria es casi la representación simbólica de esa protesta del país por ser reconocido: es la crónica de un personaje secundario que se convierte, por fin, en heroína de su propia vida. ¡Qué delicia de película!
Francia patriarcal
A la Suzanne (magnífica Pauline Étienne) de «La religiosa» le pasa lo mismo que a Gloria –quiere dejar de ser títere para ejercer su libertad–, aunque sus circunstancias son sensiblemente distintas: en la Francia patriarcal del siglo XVIII, ser hija menor e ilegítima de una familia de clase media que atraviesa problemas financieros lleva directamente a ingresar en un convento. Y Suzanne se rebela una y otra vez. La película de Guillaume Nicloux demuestra, desde una coherente austeridad formal y una encomiable economía narrativa, la modernidad del texto de Diderot, que Jacques Rivette adaptó, en 1965 y con Anna Karina, poniendo el acento en sus aspectos más anticlericales. La Francia gaullista prohibió el filme de Rivette, pero los tiempos han cambiado, y ahora nadie se escandaliza por ver cómo una madre superiora (Isabelle Huppert) se empeña en acostarse con una novicia. Nicloux prefiere destacar la lucha de Suzanne por imponer sus criterios y buscar su camino lejos del control de la fe regulada y el amor de un Dios que sólo se manifiesta a través de la resignación y el deseo enfermizo de las mujeres que dirigen su vida.
Las protagonistas de «Vic+Flo ont vu un ours», ex presidiarias que intentan rehacer su historia de amor en un bosque de cuento gótico, se dan cuenta de que, en el exterior, expuestas al mundo, quieren cosas distintas: Vic es feliz aislada, Flo anhela salir de la burbuja. El canadiense Denis Côté, que se ha labrado un veloz prestigio en la escena festivalera internacional, contempla esta compleja relación despojándola de todo psicologismo, desde un punto de vista tan abstracto como grotesco. El resultado es poco menos que pedante, y, cuando decide introducir elementos que provienen del cine de género que aligeren el tono de trasnochado cine de arte y ensayo del resto del filme, fracasa estrepitosamente.
En honor a Isabella Rossellini
La célebre actriz, que presidió en otra edición el jurado del festival y que a lo largo de todas sus citas ha sido una invitada habitual, fue ayer homenajeada al entregarle el Premio Berlinale Camera. Un reconocimiento para una intérprete recurrente en la gran pantalla y que ha trabajado, en su larga trayectoria, con directores tan distintos y polifacéticos como son Paolo y Vittorio Taviani, David Lynch –todavía es inborrable su papel en el filme «Blue Velvet»–, Joel Schumacher, Robert Zemeckis o Peter Greenaway.