Fanny Ardant: «Odio lo partidista y grupal que hay en el #MeToo»
Interpreta a un transexual al que busca su hijo años después en «Lola Pater».
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Interpreta a un transexual al que busca su hijo años después en «Lola Pater».
A sus 69 años, Fanny Ardant no quiere vivir de las rentas de una carrera en la que ha trabajado con lo más granado del cine europeo, por ejemplo con François Truffaut, que fue su pareja durante años y con quien tuvo una hija. En «Lola Pater», dirigida por Nadir Moknèche, se mete en la piel de un transexual que, años atrás, tuvo que abandonar a su familia y su hijo de origen argelino radicados en París, para vivir libremente su sexualidad. Ahora, su hijo anda buscándola sin saber la nueva identidad de su «padre».
–Usted aparece en el filme dando vida ya a Lola. ¿Es complicado reflejar implícitamente todos ese bagaje previo de un cambio de sexo?
–Una vez me vestí como Lola, todos los sentimientos e instintos nacían de mí. No tenía que ir a buscarlos fuera. Ese lado de transgresión, soledad y esperanza que había atravesado el personaje, yo lo podía comprender.
–¿No sintió curiosidad por hablar con transexuales sobre ese proceso, documentarse?
–No, porque creo que hay una gran diferencia entre la realidad y la verdad. Yo sé que en la escuela americana para hacer de camarero te hacen ir a pasar un mes viendo a un camarero. Pero yo no creo en eso. Con estar en un bar se ve cómo coger la botella y servir la bebida. Para mí el cine y el teatro son muy pragmáticos: todo el dominio afectivo y mental viene de lo imaginario, nadie tiene que enseñarte a pensar.
–¿Historias como las de Lola ayudan a sensibilizar sobre la transexualidad?
–Las películas y los libros hacen mucho más por el avance de las mentalidades que los discursos políticos. Cuando uno está en una sala oscura y ve esta historia por fuerza tiene que cambiar. Los topicos vienen de la ignorancia. Cuando uno tiene un amigo homosexual, transexual o machista y fascista se le empieza a comprender ya algo mejor.
–En algunas escenas «Lola Pater» nos recuerda a personajes y actitudes almodovarianas. Usted que ha trabajado con toda la pléyade del cine europeo, ¿cómo es que nunca se ha topado con Almodóvar?
–El problema con él, como con los grandes, es que solo pueden trabajar con actores que hablen su idioma desde el vientre, así que sería necesario un papel donde hiciese de muda (risas). Yo amo el lirismo de su cine, la fantasía y el dolor. Se atraveve a hacer cosas, deja correr a los caballos.
–¿Qué aprendió de Scola, Truffaut, Antonioni, Schlondorff y tantos otros?
–De los grandes he retenido su pasión por el oficio. Eran distintos: Resnais era calmado, mientras que Ettore Scola estaba siempre fumando, era un cínico y se movía en el caos. Pero tenía un gran ojo. Yo amaba sentarme en una banqueta y mirarlos. No es tan importante el acabado de una película como que el director se entregue. Hice una cinta con Antonioni cuando ya tenía la embolia; no podía hablar y andaba del brazo de su secretaria, pero no cedió ni un centímetro de los que había en el cuadro. Se levantaba, empujaba, negaba, y cuando era la buena toma, lloraba. Su energía era emocionante.
–¿Qué opina de la polémica con Catherine Deneuve por sus reservas respecto al #MeToo?
–Adoro a Catherine y cuando me gusta alguien la defiendo a muerte. Es un tema complejo. Se han formado tribunales revolucionarios: «tú has dicho eso o no has firmado eso otro»... Odio todo esa cosa grupal, partidista y de cartas abiertas. Cada uno tiene que tomar la responsabilidad de hablar en su nombre y los problemas graves tienen que juzgarse por la Justicia y no por los medios.