«La buena esposa»: La mujer invisible
Dirección: Björn Runge. Guión: Jane Anderson, según la novela de Meg Wolitzer. Intérpretes: Glenn Close, Jonathan Pryce, Max Irons. Reino Unido-Suecia-EE UU. 2018. Duración: 100 min. Drama.
Pocas aseveraciones más sexistas y humillantes que aquella que dice que «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer». En ese adverbio de lugar, que coloca a la pareja de turno en un segundo plano, abatida por la presunta enormidad moral de lo masculino, se emascula toda una vida. Por eso, en «La buena esposa», Joan Castleman se sitúa a un lado del plano, marginándose del encuadre, aplastada por el arrogante encanto de su marido, escritor que acaba de ganar el Nobel y al que intuimos egoísta, mujeriego y tremendamente inseguro. Es mérito de Glenn Close, que repliega el cuerpo en una postura entre rígida y contenida, como si huyera de su propia sombra, adelgazando el gesto sin dejar de tensarlo, que entendamos toda una existencia de sometimiento confundido con amor incondicional, y, sobre todo, el advenimiento de la implosión de un secreto que está a punto de revelarse. La película, que no pierde demasiada energía en relatar el absurdo de los festines literarios, no acaba de lograr que comprendamos qué vio Joan en su marido, por mucho que alguno de los «flashbacks» nos lo retrate como un auténtico encantador de serpientes. Tampoco ayuda a que algún personaje secundario exista únicamente para cumplir un papel en la mecánica del relato, sin tener ni un átomo de entidad. Close se adueña de la película mientras su personaje lucha por hacerse visible.
LO MEJOR
El control del gesto de Glenn Close domina todas las escenas desde sus ansias de desaparición
LO PEOR
No existe nada ni nadie fuera de la actriz principal, como si lo engullera todo a su alrededor