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László Nemes: «La IGM fue el suicidio de Europa»

Tras el éxito de crítica de «El hijo de Saúl», regresa con una historia ambientada en la Budapest de 1913, una capital cosmopolita al borde de un colapso que aún se siente.
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Tras el éxito de crítica de «El hijo de Saúl», regresa con una historia ambientada en la Budapest de 1913, una capital cosmopolita al borde de un colapso que aún se siente.
«La Primera Guerra Mundial fue el suicidio de Europa, y aún resulta un misterio», afirma László Nemes. «Por eso quise situar “Atardecer” en los prolegómenos de la guerra. La Budapest de 1913 puede parecer otro planeta, pero lo que se estaba cociendo en ese caos está muy cerca de nosotros». Nemes, que presentó su esperadísimo segundo largo en la última Mostra de Venecia, sabe de lo que habla. Después de todo, es húngaro, y ya sabemos que el primer ministro de su país, Víktor Orban, es uno de los líderes de extrema derecha que ha puesto en jaque la defensa de los valores democráticos de la Europa del siglo XXI, proclamando a los cuatro vientos su política de rechazo a la acogida de refugiados.
«En Hungría no venimos de un periodo tan sofisticado como el de principios del XX. Un mundo civilizado, fascinado por el progreso y la cultura –explica–. Era una sociedad de apariencias. La sombrerería donde se desarrolla parte del filme es un símbolo de este clima, que muy pronto se vuelve decadente, como si debajo de esa elegancia el instinto de autodestrucción del ser humano estuviera preparándose para estallar». Y añade, repensando sus palabras: «En realidad, no somos tan distintos a la gente de esa época: también nos interesa la tecnología y nos creemos invulnerables aunque percibamos los temblores de tierra bajo nuestros pies».
De Roth a Kafka
«Atardecer» echa raíces del árbol genealógico de Nemes: «Mi abuela me contó un montón de historias de la Gran Guerra, y de ahí surgió mi interés en hacer una película ambientada en los años previos». También hablamos de literatura centroeuropea, de Arthur Schnitzler o Joseph Roth, pero el nombre que aparece con más entusiasmo es el de Kafka. «No me cuesta imaginar a mi heroína protagonizando “El castillo”. Hay algo absurdo y misterioso en todos los obstáculos con los que se encuentra, como si hubiera una fuerza secreta que estuviera organizando el cosmos, y ella fuera un satélite a merced de una lluvia de estrellas». Hablamos, también, del «Amanecer» de Murnau, que para Nemes es el epítome del cine silente, y una referencia ineludible. «Retrata la locura urbana de la América de la época y el optimismo de la gente, siempre desde una sensibilidad muy centroeuropea en la que me reconozco».
El director húngaro vuelve a protegerse tras la espalda de su personaje, pegado a ella, que busca a su hermano en una ciudad que hierve. La cámara no la deja en paz, la sigue, la persigue. «Hay algo del punto de vista de “Hijo de Saúl” en la cinta. Me gustan las películas que te sumergen en la subjetividad de su protagonista, que proyectan la del espectador en lo que está viendo. Se trata de un acto de fe, hay que acompañarla en su confusión», aclara, y añade: «Tampoco estoy a favor del cine que te lo da todo masticado. No hay que entenderlo todo sino dejarse llevar por el flujo del viaje».

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